Servicios no tan inteligentes
EE UU busca cómo resucitar la CIA, laureada en la Guerra Fría y lastrada hoy por la burocracia y el bajo perfil de buena parte de sus agentes
Actualizado:Los servicios secretos de Estados Unidos tienen demasiados agujeros. Lejos de su leyenda, la CIA, el FBI y, en alguna medida, las otras 14 agencias civiles y militares encargadas del espionaje en el primer país del mundo evidencian grandes dificultades para adelantarse y frenar a Al-Qaida. Hasta el punto que el Congreso ha llamado a capítulo a sus máximos responsables para examinar a fondo esta semana los fracasos cosechados los últimos meses, que han encendido todas las señales de alarma en la Casa Blanca. Deberán rendir cuentas sobre el caso de un oficial del Ejército que en noviembre protagonizó una matanza en Tejas después de intercambiar 18 correos electrónicos con un clérigo radical yemení. El FBI los conocía pero no le puso la etiqueta de urgente. También, sobre el avión de Detroit o el ataque suicida en una base militar en Afganistán donde murieron siete de los mejores hombres de la CIA, probablemente en el peor golpe contra la agencia en toda su historia. «El sistema ha fallado sistemáticamente», ha reconocido al mundo Barack Obama.
El presidente se lo temía. El 22 de diciembre se reunió con altos responsables de la CIA, el FBI y el Departamento de Seguridad Nacional para asegurarse, antes de partir de vacaciones hacia Hawai, que no existían riesgos de que Al-Qaida pusiera al país patas arriba en su ausencia. En este encuentro se desveló una lista de posibles atentados y cómo las diferentes agencias estaban trabajando para desbaratarlos. Aparentemente nada grave. Sólo unas horas más tarde, el asesor de Seguridad Nacional, John Brennan, telefoneaba al mandatario con un dato alarmante: los servicios de inteligencia en Yemen habían sugerido que la formación de Bin Laden estaba preparando una acción importante, tal vez un ataque contra un objetivo de EE UU. Y especificaron una fecha: el día de Navidad.
Tanta información en sus manos y sin embargo fueron incapaces de atar los cabos suficientes para predecir las amenazas provenientes del país árabe. La burocracia, el bajo perfil de muchos de sus agentes, la mayoría disciplinados funcionarios abonados a una vida sin sobresaltos, y la criticada desidia de sus responsables quizás tengan mucho que ver en sus sonados fracasos de los últimos meses.
Sus espías ya no son los primeros de clase. La CIA parece haber renunciado a fichar a los mejores cerebros de cada promoción universitaria. La gran agencia creada por el ex presidente Truman en 1947 para evitar la expansión del enemigo comunista durante la Guerra Fría ya no atrae a los jóvenes patriotas.
El 25 de diciembre, el estudiante nigeriano Abdulmutallab, forjado como terrorista en Yemen, se coló como Pedro por su casa cargado de explosivos en un vuelo de Amsterdam a Detroit. Le faltó poco para provocar una catástrofe. No es de extrañar que Obama pusiera el grito en el cielo diciendo que «no tolerará» que la red de inteligencia vuelva a incurrir en fallos de semejante calibre. Pero con su decisión de no cortar cabezas y asumir «toda la responsabilidad» de lo ocurrido, la cuestión urgente ahora es con qué herramientas va a mejorar la crónica debilidad del sistema. Justo el mismo dilema al que se enfrentó George Bush cuando la CIA y el FBI fallaron estrepitosamente en detectar los movimientos de las células terroristas que atacaron las Torres Gemelas y el Pentágono.
Entonces, 19 miembros de la organización terroristas que sobrecogió al mundo lograron burlar todos los controles no sólo para entrar sino para moverse a sus anchas en EE UU durante meses. Con total impunidad, dejando todo tipo de rastros en sus incontables movimientos. Apenas ocultaron sus verdaderas identidades e, incluso, hicieron sus compras con tarjetas de crédito. Fueron, casi, los únicos pasajeros de origen árabe en los vuelos que provocaron la tragedia. Y, sin embargo, el FBI no fue capaz de empezar a desenredar la madeja hasta 72 horas más tarde de producirse los atentados.
En el caso de Detroit, lo mismo que los agentes encargados de procesar la información antiterrorista fallaron en unir las piezas de información que los hubieran alertado de la presencia de un atacante suicida en el avión, los máximos responsables de la seguridad nacional fueron incapaces de apreciar las incontables evidencias que representaban los extremistas de Yemen.
El pasado septiembre, por ejemplo, expertos de Naciones Unidas en la actividad de Al-Qaida alertaron a un grupo de congresistas en Washington de que el tipo de explosivos utilizados por un militante yemení en un atentado que tuvo lugar en Arabia Saudí podría ser introducido sin dificultad en aviones. A comienzos de noviembre, las autoridades de inteligencia supieron, merced a la interrupción de un mensaje en Yemen, que un hombre llamado Umar Farouk había sido seleccionado como voluntario para una importante operación.
El pasado diciembre, nuevas comunicaciones interceptadas a militantes en el país árabe que habían llevado a cabo misiones en la zona mencionaron la fecha del 25 de diciembre y sugerían que estaban «buscando la manera de alguien pueda llegar al Oeste», según informaciones felicitadas por un responsable de la Administración a 'The New York Times'.
Como remate, el mismo día 22 de diciembre en el que se producía la reunión de seguridad en la Casa Blanca, un portavoz de Al-Qaida lanzó amenazas a Estados Unidos por medio de un comunicado. «Llevamos un rosario para rezar, y en sus cuentas hay una bomba para los enemigos de Dios», anunció el guerrillero en un vídeo difundido por Al Jazeera.