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PAN PARA HOY

EL POLVORÓN TARDÍO

ÓSCAR TEROL
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Soy consciente de que el mundo está patas arriba, con resaca de temblores; que estamos escalando el mes de enero por la arista norte, con los dedos congelados y sin sherpas. Sé que, ahora más que nunca, Guardiola necesita nuestros dos dedos de frente y nuestro clamor para que la decisión de marcharse al Manchester se le complique hasta el punto de renunciar. No me olvido de Nadal que sigue necesitando de nuestra fe en él para volver a ser el número impar; ni de Alonso, que, aunque por fin es de 'la roja', sabe que lo tiene más difícil que nunca. Son días duros, también, para Llamazares y para 'Alí el químico', así como para millones de personas, entre las que, probablemente se encuentre usted, estimado lector de reojo. Me estremezco pensando en los Príncipes teniendo que rechazar el alijo póstumo de un señor que quería seguir siendo monárquico en el más allá.

La raza humana está en peligro, unos de inanición, otros de hipertensión, y muchos de aburrimiento crónico; las caras sin mueca y sin sonrisa pueblan las avenidas. Las películas de zombis son meros documentales de temática social. Me sobran los motivos para la rabia y la indignación porque, además, aspiro a ser un bien nacido pero, mire usted por dónde, mi enemigo estaba dentro del armario. Fue ayer, por la tarde, después del segundo café del día; yo buscaba una galleta quitapenas y se me apareció una bolsa de polvorones de esos que quedan indultados todas las navidades. En un primer momento, hice como que no los había visto, pero al final caí y me metí uno entre pecho y espalda, no sin antes haberlo estrangulado debidamente. No pasó ni medio minuto y ya me empecé a cagar en mi débil voluntad y en los postres navideños. La sensación fue muy desagradable, es como si no hubiera empezado el año nuevo; se me olvidó el inglés que había aprendido estas dos semanas y engorde los tres kilos que llevaba perdidos. Fumé para celebrarlo. Pasen buen día.