Hacinados frente al palacio presidencial
PUERTO PRÍNCIPE Actualizado: Guardar. «Haití es un país extraño, es pura confusión». Franze Denis suelta esa frase lapidaria al pasar por el parque de Champ de Mars, donde miles de seres humanos se apiñan en cada metro de césped desde el terremoto del martes pasado. Les vigila con indiferencia de piedra en una de las esquinas la estatua que Jean-Bertrand Aristide mandó alzar para celebrar la libertad de la primera república que fundaron los esclavos negros: un hombre echando a volar una paloma.
Es la primera de las muchas metáforas crípticas que se ven en el recorrido por el malogrado centro de Puerto Príncipe. Ese pueblo libre vive ahora hacinado sobre sus propios excrementos, con los niños chapoteando desnudos y orinando en las fuentes negras donde sus madres cogen el agua para cocinar, frente a la montaña de escombros en que se ha convertido ahora el Palacio Presidencial, «lo único que le importa a todos los partidos políticos es llegar hasta allí, no se preocupan por nadie más que ellos».
Este amasijo de cúpulas y columnas blancas ya no podrá enloquecer a nadie. El mural con las salvajes escenas de un 'dechoukage' en el que la masa de exaltados saquea y degüella a machete con escalofriantes alaridos ha quedado sepultado sobre los cascotes. Su misión, dicen, era la de recordar al presidente, sentado a dos pasos del temible gueto de Cite Soleil, que su cabeza puede acabar colgada de un palo en cualquier momento.
«Aquí no hay ejército, la ONU es nuestro ejército», dice Denis. Y ciertamente los cascos azules son los únicos que patrullan las calles, porque otra escena de esta macabra tragedia es que el terremoto de las cinco de la tarde vino a producirse justo en el cambio de turno de la policía, aplastando bajo los muros del cuartel a casi todo el cuerpo.
Hay mucho de místico estos días en la ciudad de los bigotes blancos y los cuchillos largos, donde sólo la pasta dentrífica en la nariz permite soportar el olor a cadáver que en realidad apestaba desde hace siglos en este país de dictadores salvajes y gobiernos corruptos, donde la colonización francesa destruyó las estructuras tribales y abandonó a su suerte en las playas de la Hispaniola a miles de africanos. Hará falta mucho vudú para darle sentido a esta escena dantesca.