
Un país con un par de balones
Sudáfrica acoge en junio el Mundial de Fútbol, el deporte rey de una nación que hizo del rugby de los afrikáners un símbolo de reconciliación
Actualizado: GuardarEs el turno de los negros. Este verano, 32 selecciones nacionales disputarán en Sudáfrica el Campeonato del Mundo de Fútbol. Una de las sedes escogidas para las eliminatorias es el estadio Ellis Park, en Johanesburgo, donde el 24 de junio de 1995 se vivió un auténtico «cuento de hadas», como lo define John Carlin, autor de 'El Factor Humano'. El extenso y brillante reportaje firmado por Carlin ha inspirado la película 'Invictus', dirigida por Clint Eastwood, con Morgan Freeman y Matt Damon en los papeles protagonistas. De Freeman se dice ya que su caracterización como Nelson Rolhlahla Mandela ('Madiba'), le valdrá un Oscar. Pero, por mucho que lo intente, Damon jamás podrá meterse en la piel de Jacobus François Pinaar, un rubio abogado afrikáner de acento terrible, flanker de los Springboks y un auténtico titán de 1,91 metros de altura y 105 kilos de peso.
Pienaar representaba en 1995 lo más detestado por los negros sudafricanos (el 90% de los 43 millones de habitantes del país). El tercera línea, con el 6 a la espalda de su camiseta verde y oro, era uno de los «chicos de jardín», líder de «la tribu dominante, la raza superior del apartheid». «Los negros -escribe Carlin- consideraban a los Springboks como símbolo de la opresión afrikáner, tan repugnante como el himno nacional o la vieja bandera».
Los sudafricanos blancos tienen en el rugby su símbolo y su seña de identidad, algo parecido a lo que representa la pelota para los vascos o el sumo para los japoneses. El boicoteo internacional a Sudáfrica había excluido a los Boks de las Copas del Mundo de 1987 y 1991 y sus 'match-tests' se limitaban a giras realizadas por equipos fantasmas con deportistas que se jugaban la suspensión a perpetuidad. En ese ambiente de tribu perseguida, los afrikáners se volcaron en el rugby.
«Un equipo, un país»
Según Mandela, un hombre que se levanta cada día a las 4.30 de la mañana y que se hace la cama, lo mismo en un hotel de lujo que en Buckingham o la Casa Blanca, el apartheid era «un genocidio moral: sin campos de la muerte, pero con el cruel exterminio del respeto de un pueblo por sí mismo». John Carlin señala que, de ese crimen contra la humanidad, de esa injusticia épica nació una «épica reconciliación». La mayoría negra no clamó por la venganza. Al contrario, inspirados por el ejemplo de 'Madiba' «dio al mundo una lección de inteligencia y capacidad de perdonar».
Mandela, encarcelado durante 27 años por la dictadura racial, se sentó en la tribuna de Ellis Park (de 62.000 espectadores, 59.000 eran blancos) vistiendo la segunda camiseta de Pienaar, conseguida en un instante de iluminación por uno de sus guardaespaldas. Abajo, los Boks, con el ala mestizo Chester Williams en el XV, se enfrentaban a los All Blacks de Lomu y Spencer. De cada diez partidos, los Springboks (nombre de una saltarina gacela africana) perderían nueve. Tras un sordo combate de delanteros, se impusieron los sudafricanos por 15 a 12 (todos los puntos de golpes de castigo pasados por su apertura Joel Stransky). «Nuestro lema era: 'un equipo, un país'. Sabíamos que ganar la Copa haría sentirse muy orgullosos a nuestros compatriotas. Mandela apadrinó a mi primer hijo, al que apodó 'Kokele', el líder. La humanidad de 'Madiba' es tan asombrosa que te hace sentir en paz e importante», recuerda Pienaar.
Hoy, sin embargo, el rugby sigue siendo un monopolio de los afrikáners, de los descendientes de protestantes de origen neerlandés y alemán que llegaron a Sudáfrica huyendo de las persecuciones religiosas y se enfrentaron después a la Corona británica en las guerras de los Bóers. Hasta el himno oficioso que sustituye en los estadios al oficial 'Nkosi Sikeleli Afrika', cantado en lengua xhosa, zulú, sesotho, afrikáans e inglés, narra hoy las glorias de Jacobus Herculaas de la Rey , un general de la segunda guerra Anglo-Bóer.
Las familias afrikáners pasan el sábado viendo a jugar a sus cachorros en los inmaculados campos de rugby, entre cervezas y sandwiches. Hay clubes de negros, sí, como el meritorio Soweto R. C., que trabaja por la integración social de sus chicos. Pero, antes que nada, los entrenadores deben llenar sus estómagos. Y juegan solos porque los padres no les acompañan nunca a sus enfrentamientos con los 'rubitos'. Eso sí, los mejores (como Bryan Habana y Odwa Ndungane) acabarán en los equipos de blancos y en la selección. Pero aún allí no escaparán a la realidad. Bock Geo Cronje se negó hace poco a compartir cuarto y baño con otro seleccionado negro. El propio Chester Williams narró en su biografía episodios racistas. Está bien. El 18 de julio ha sido declarado por la ONU como Día de Nelson Mandela. Su luz alumbró a una nación en 1995 y logró una reconciliación imposible. ¿Alguien sabe para qué servirá el fútbol?