Sociedad

La amenaza amarilla

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¡Que vienen los chinos! Su presencia no es nueva, pero nunca como en la última década han acaparado tanto protagonismo en África. Ya han saltado las alarmas en las cancillerías occidentales, temerosas de que su hegemonía en el continente pueda ser cuestionada. El 'status quo' derivado de la división de áreas de influencia parece definitivamente trastocado tras el desembarco del dragón. El reparto privilegió a Francia y Gran Bretaña. Ambas potencias se lo distribuyeron en dos grandes áreas de influencia y la descolonización no supuso la independencia real. Además de los vínculos económicos, se mantenía la presencia de contingentes militares extranjeros. Francia, constituido en gendarme de Occidente, posee bases en Chad, Yibuti, Costa de Marfil y la República Centroafricana. ExxonMobil, Chevron y demás petroleras fueron el ariete norteamericano en su expansión por el territorio. EE UU presta apoyo militar a buena parte de sus grandes aliados, caso de Angola, Nigeria o Congo.

Y en este clima de rendición a Occidente, llegaron los chinos convertidos en la gran potencia emergente. Su política se basa en la importación de todo tipo de materias primas y la inversión diversificada. En 2005 su intercambio global fue de 40.000 millones de dólares y tres años después alcanzaba los 107.000. China ya es el segundo socio de África, tan sólo superado por EE UU. Su pujanza es contestada por Occidente que le reprocha la falta de escrúpulos a la hora de elegir contrapartidas políticas, como si el respeto de los derechos humanos hubiera condicionado las alianzas de París, Londres y Washington.

Pero el mercado también evoluciona al ritmo de las nuevas demandas. La búsqueda de soberanía alimentaria y la necesidad de obtener recursos económicos de envergadura ha motivado un comercio de derechos pesqueros y tierras agrícolas a gran escala. Angola, Congo Brazzaville, Zambia, Angola, Kenia y Botswana negocian la cesión de grandes superficies a países como China, Corea del Sur, los Estados del Golfo Pérsico y a compañías americanas y sudafricanas. El cultivo intensivo de cereales como el arroz, trigo o maíz aventura una nueva forma de globalización económica con los peores tintes neocolonialistas.