Cambio careta casi sin usar
La sociedad que permite que Haití sea un lugar con miseria es la que ahora hace un paripé solidario
Actualizado: GuardarLos medios de comunicación, por encargo de sus consumidores o a pesar de ellos, se han especializado en ofrecer una pose diaria más que una visión de lo que sucede. Hace dos meses éramos pacientes aterrados de una gripe que nunca llegó. Hace dos semanas éramos ecologistas conscientes del deterioro terminal del planeta. Todo falso, por pasajero e impostado, mientras uno a uno seamos impermeables al mensaje, a la idea que todos aplauden sin escuchar siquiera. Esta semana ha tocado solidaridad de plexiglás. Colectivamente, queda mono. La que interpreta el efímero paripé solidario es la misma sociedad que consiente impasible que Haití sea uno de los pocos sitios del planeta en los que la muerte es, realmente, un consuelo. Me lo cuentan dos personas que han vivido allí varios años. La muerte accidental, rápida, llega a parecer preferible a otras modalidades (miseria, violencia inimaginable.) extendidas allí hace décadas. El resto de desgracias que acarrera el terremoto (enfermedad, saqueo.) pueden darse en un grado algo mayor (no hay mucho margen) pero nunca sorprenderán a nadie en esa tierra. Esta misma sociedad septentrional que ahora cree volcarse en la ayuda, hace 15 días ignoraba un infierno ya veterano. Será la misma que, dentro de un rato, busque otro entretenimiento comunitario con el que sentirse bien, aligerar la conciencia genocida y autodestructiva para volver a coser un disfraz de sentimentalismo colectivo que irrita por la inconsistencia que le hace caducar el próximo fin de semana. ¿Dónde fue el tsunami de hace tres años, exactamente? ¿Cómo estarán por allí?
Cabe pensar que, como mínimo, esa carrera por convertir la desgracia en rentable vía de obtención de ingresos, esa vanidosa competición por encontrar el adjetivo más conmovedor, ese juego de buscar la foto más horrible sin sentir nada, provoca el incremento de ayuda. Puede ser, pero si depende de ese altavoz, que enseguida se distrae, durará poco. Queda un único consuelo, que la poca gente (ONG, colectivos profesionales, Iglesia, otras religiones.) que se mueve por criterios, invisibles en portadas y televisión, ya estaban allí antes de que creciera el drama. Están allí ahora y seguirán allí dentro de un ratito, cuando los demás encontremos otro entretenimiento con el que fingir que tenemos alma.
Olas vandálicas
La sucesión de los temporales más violentos que se recuerdan en este siglo en la provincia han concentrado los daños en un lugar que duele a casi todos: la playa. Los acostumbrados a pasearla en invierno cuentan con algún destrozo natural cada año. Así funcionan los ciclos (empeorados por barreras de edificios ya irremediables) pero casi nadie recuerda que los escalones, que el robo de arena fuera tan grande. Costas, el Gobierno, dice que no hay dinero para arreglarlo todo ni hacerlo rápidamente. Que van a tardar mucho en recargar arena, vamos. Si la recargan. Este anuncio resucita un debate infinito: ¿en qué gastarnos el menguante dinero público que aportamos entre todos?
Ahora, cada cual recordará los supuestos derroches, las presuntas estupideces en la que se invierten cada día decenas de miles de euros que podrían ser destinados (entre otros nobles asuntos) a curar la playa. Tampoco faltarán los que, con cierta razón, propongan otras muchas prioridades y consideren secundario eso de conservar las orillas. Sin embargo, conviene recordar que es el único gran parque público, la única gran alameda, el único patrimonio real y la única infancia de este pequeño pueblo, de casi todos los gaditanos. Igual, en cuestiones materiales, al margen de las necesidades básicas, a escala local, hay muy pocas cosas que poner por delante.
¡Que se vaya la valla!
Algún día, el Ayuntamiento de Cádiz tendrá que explicar lo del Campo del Sur. Vaya chapuza. Uno de los principales recorridos turísticos de la ciudad lleva más de ocho meses vallado, aunque la obra terminó hace cuatro. Esos obstáculos metálicos permanecen, al parecer, porque falta el mobiliario urbano. Pero falta hace un trimestre y nadie dice nada. Nadie lo termina. No llegan banquitos y farolas. Quizá los está haciendo Le Corbusier. Para colmo, los peatones burlan el cerco desde el principio de los trabajos, con lo que a lo antiestético, lo incómodo y lo peligroso se suma lo absolutamente inútil de las vallas. El suelo nuevo ya empieza a estar sucio y roto, antes de estar oficialmente abierto a los ciudadanos. Cosas del Plan E (de Espectacular).