Un país de infarto
La muerte no avisa y, si lo hace, cambia la vida de forma radical. Lo cuentan el ex presidente del Senado Juan José Laborda, víctima de un ictus, y la periodista María Antonia Iglesias, convaleciente de un infarto de miocardio
Actualizado: GuardarA los 57 años tuve que hacer dos carreras a la vez: aprender a hablar y a andar. Fue muy duro», recuerda el ex presidente de la Cámara Alta Juan José Laborda, que alaba su suerte de vivir para contarlo porque, de las 120.000 personas que sufren al año un ictus en España, 40.000 se quedan sin esa oportunidad.
La periodista María Antonia Iglesias aún se recupera del infarto de miocardio que la golpeó en septiembre. «Sentí que me moría, pero ya estoy bien, aunque voy a frenar el ritmo de trabajo». Ambos ponen voz a una tragedia que acecha a miles de hogares diseminados por la piel de toro.
Los españoles mueren, en primer lugar, por culpa de las enfermedades cardiovasculares, que muestran su cara más terrorífica en los ataques al corazón y al cerebro. Las últimas estadísticas del INE revelan que esas patologías acaparan el 32,2% de las defunciones en España. En el año 2007 (último ejercicio estudiado) mataron a 124.126 personas, de las 385.361 fallecidas en el país por causa de alguna enfermedad. El presidente de la Sociedad Española de Cardiología y director del Instituto Cardiovascular del hospital San Carlos de Madrid, Carlos Macaya, confirma la tendencia. En los próximos años, pese a los avances de la medicina y el aumento de la conciencia social, esa tendencia no sufrirá variaciones. «Se necesitarán algunos lustros para modificarla y minimizar esa lacra, aunque ahora conseguimos que la gente viva más tiempo».
La muerte nunca avisa. Un latigazo, un mareo, un sudor frío pueden anunciarla. El corazón y el cerebro se quedan sin oxígeno (infarto), o puede que una venilla explote en la cabeza (derrame cerebral) y la vida se acaba. O cambia radicalmente.
Ni Juan José Laborda ni María Antonia Iglesias imaginaron nunca que pudiera tocarles a ellos. Sin embargo, los dos admiten que no prestaban atención a su salud, ni tan siquiera se tomaban la tensión. Después de que la muerte les rondara, vino la sentencia médica. En el caso de Laborda, hipertensión. «Lo cierto es que cuatro años antes me había operado de la varices de las piernas y cuando me tomaron la tensión la tenía altísima, yo lo atribuí al síndrome de 'la bata blanca', que te sube sólo de ver a los médicos. Se lo creyeron porque una vez en el quirófano me bajó. Pero no hice caso, a pesar de que toda la vida había visto a mi abuela paterna, que era fuerte y había nacido a las faldas del Gorbea, en silla de ruedas, hemipléjica. Lo mío es hereditario». Aquel 13 de octubre de 2004, la tensión le subió hasta 20 «y plaf, cascó la tubería». La agilidad de los servicios médicos del Congreso de los Diputados -comía en un restaurante de al lado cuando sufrió el ictus- le salvó la vida. A cambio, tuvo que capear insospechadas dosis de desesperación, dolor e impotencia y una lenta recuperación.
A Iglesias, las sombras de la parca le zarandearon el costado izquierdo. El día 19 del pasado septiembre, al salir del programa de Telecinco 'La Noria', se sintió mal. Revisión de urgencia y vuelta a casa. A la semana, latigazo implacable. También le salvó el rápido traslado al hospital y la profesionalidad de los facultativos. «Lo mío fue un proceso de acumulación de enfermedades que se pusieron de manifiesto con el infarto: insuficiencia renal, hipertensión, diabetes, un montón de enfermedades graves que no me había tratado. Sabía que era diabética, pero jamás cuidé la alimentación. Es más, me gustaba comer y lo hacía mal y a deshora. Ya ves, ahora tengo que inyectarme insulina y frenar mi actividad profesional en el 80%. La verdad es que los médicos me han puesto los puntos sobre las íes».
Los accidentes cardiovasculares no surgen de repente y porque sí. Las causas son múltiples, desde factores genéticos -«que son los que menos conocemos», explica Macaya-, a costumbres sociales. Una alimentación generosa en grasas animales, el tabaco, el alcohol, la obesidad, la hipertensión o la falta de ejercicio se conjuran para que el corazón, en un momento determinado, deje de latir. Para quien lo cuenta, viene el arrepentimiento, a veces en forma de justificación.
María Antonia Iglesia sabe que el infarto no es ajeno a su profesión. La intensidad con la que viven la política y el periodismo, unido a unos malos hábitos y al descuido de la salud, han dejado tocados a varios colegas y acabado con otros. «Creo que es una cuestión generacional, llevamos un ritmo vertiginoso y sabemos que hacemos cosas que no están bien, pero no cambiamos hasta que nos da algo. Entonces es cuando reaccionas. La gente no escarmienta en cabeza ajena». Y claro que se cambia y se aprende, aunque hay quienes son capaces de volver a fumar después de un infarto, algo que al doctor Macaya le cuesta entender. «¿Cómo es posible?», se pregunta, «¡después de haber estado al borde de la muerte. Es increíble!».
«Hasta me puse a llorar»
María Antonia Iglesias no fumaba. Juan José Laborda, sí. «Había tardes con reuniones maratonianas en las que caía un paquete», confiesa. Después de tantas lágrimas y sufrimiento, después de aprender a hablar y a andar por segunda vez, en cinco años sólo se ha fumado dos puros. «Es el único lujo que me he permitido, disfrutar en dos ocasiones con los amigos de esa obra artesanal». En la vida cotidiana, dieta estricta, con la que ha adelgazado 12 kilos por prescripción médica, comidas sin sal, muchas proteínas y pocas grasas y bebidas -la Coca-Cola sube la tensión-, ejercicio moderado y humor a borbotones. «Quién me iba a decir a mí, socialdemócrata de toda la vida, que iba a ser izquierdista», suelta entre carcajadas.
El derrame cerebral en el hemisferio izquierdo del cerebro altera las funciones del habla y del lenguaje y paraliza las extremidades derechas del cuerpo. Por eso tuvo que aprender a escribir con la izquierda. Hasta llegar ahí, recorrió un espinoso y lento camino. «Al principio, sentí euforia por seguir vivo. Cuando me encontré con la realidad, que era la vuelta a la infancia, me rebelé y me cabreé mucho. Hasta me puse a llorar al mirar una fotografía y ver lo cojonudo que estaba antes del accidente», rememora el ex senador y actual consejero de Estado. Con cinco horas de rehabilitación diaria pudo volver a la normalidad, sin pastillas («lo pasé casi a pelo»): «El médico me dijo que tenía una buena cabeza. Si conservas la lucidez, la fuerza de superación la sacas de la nada». Recuerda que probó todas las fórmulas posibles de curación, incluso la acupuntura, que «no sé si fue por autogestión, pero me sirvió».
Así que ahora Laborda recomienda a todo el mundo las revisiones médicas y, con sorna, aconseja no dedicarse a la política para evitar infartos, «ni a los senadores que acudan al Congreso». Un tirón de orejas para la administración, que ha de racionalizar el gasto público y contratar más especialistas. «El que cae enfermo, además de dejar de trabajar gasta más de las arcas del Estado». Iglesias, que ya ha vuelto a 'La Noria', se ahorra los consejos. «Somos gente adulta».