LA ESPERANZA COLECTIVA 20 2

Los pueblos escriben la historia

ALCALDE DE PUERTO REAL Actualizado: Guardar
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El 4 de febrero de 1810, las tropas de Napoleón invaden Puerto Real, ocupan la ciudad, arrasan el territorio y destruyen el caserío, suplantan a las autoridades y someten a la población. ¿Habían vencido? Como a todos los ejércitos invasores, se les olvidaba un elemento esencial: que no hay país vencido mientras no se conquiste la voluntad de su pueblo, y eso es algo que no puede lograrse con el acero de las armas.

Ese 4 de febrero, Puerto Real fue la imagen de toda la España ocupada, un pueblo que sufre y resiste como puede, un pueblo que busca la manera de que los invasores no tomen posesión de su paisaje mental, un pueblo que recoge los fragmentos destrozados de su vida para poder reconstruirla y escribir su propia historia.

Decir que son los pueblos los que escriben la historia con sus vidas no es hacer una afirmación gratuita ni simple, no es una opinión, sino una elección y un compromiso; el que nos lleva a mirar el mundo y su transcurso con los ojos y los afanes de la gente que sufre y trabaja cada día sin esperar medallas ni estatuas de bronce en las plazas públicas y que nunca verá su nombre en los libros de texto. Debemos mirar la historia con sus ojos para recordar que son sus manos las que fabrican el pan de cada día y levantan las casas que habitamos y que, a cambio, sólo reclaman de la vida trabajo y dignidad.

Esta clase de mirada sobre la historia nos implica en una forma de conmemorar el Bicentenario que requiere al menos de tres vertientes: la celebración de la Constitución como un avance en el camino de un gran contrato social para la convivencia, el recuerdo del sufrimiento que rodeó a las ciudades constituyentes y la admiración por la capacidad de superación y el ingente esfuerzo de los pueblos en la posterior reconstrucción, a pesar de estar sumidos en la reacción absolutista.

El Bicentenario nos ofrece la posibilidad de recuperar, para el presente y las generaciones venideras, los lugares físicos en los que se produjeron los hechos; el Puente Zuazo, el Trocadero, los edificios y espacios ocupados. podrán convertirse en hitos históricos que, integrados en la actividad común de la ciudad, le darán cohesión interna y proyección exterior.

Se abre un tiempo de eventos y encuentros de todas las expresiones de la relación y la actividad social, de la cultura, el arte, los deportes, la política, que requieren una puesta a punto de los recursos e instalaciones.

Nos visitarán intelectuales, políticos y deportistas; habrá actos públicos con brillo de uniformes y títulos oficiales. Apostemos con firmeza por que entre tanto personaje visitante no se nos olviden las personas que seguirán constituyendo la vida después del 2012.

Actuemos en todo esto con el convencimiento de que una conmemoración no es nada si no se expresa la voluntad de avanzar en las ideas, actitudes y hechos que se traen a la memoria colectiva. Así, del reconocimiento de la voluntad constituyente del pasado habremos de extraer cuanto nos queda por alcanzar a la luz del presente, de manera que la libertad y la igualdad de acceso a los derechos básicos como el trabajo y la vivienda, se transformen en experiencias de la vida cotidiana.

Retomando palabras de Pablo Freire, convirtamos este periodo en un acto de creación colectiva en tres actos: conocimiento de los hechos, reconocimiento del valor de los pueblos y reinvención de los medios materiales y sociales para la vida y la convivencia, la reinvención del concepto de creación de riqueza para ponerla a disposición de los pueblos en forma de bienes y servicios accesibles en términos de igualdad.

El momento presente nos plantea este reto de una forma muy especial, cuando lo que nos invade, nos cerca y amenaza con someter nuestras vidas y expectativas es la crisis económica, resultado de una lectura y deriva unilateral e interesada del pensamiento liberal expresado en la Constitución que hoy recordamos.

Afirmemos también un compromiso de paz procedente de una lección contradictoria: conmemoramos una Constitución que nacía acosada por los ejércitos que supuestamente extendían los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Doscientos años después debemos preguntarnos si hemos aprendido que la democracia no se puede transportar en bombarderos y carros de combate.

El reto está en que al final del 2012 nuestros pueblos, todos y cada uno, sean más libres, más iguales y más solidarios: ése será nuestro homenaje.