Jesulín, con su mujer María José Campanario y los dos hijos de la pareja, Julia, de 6 años, y Jesús Alejandro, de 2.
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Jesulín cumple 36 años con la familia relativamente unida y la ilusión de volver a los ruedos

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Ese novillo negro bragado meano que cambió el destino de Jesulín de Ubrique, habría cumplido este mes de enero 24 años. Eso, claro está, de seguir vivo y no haber terminado, como terminó, estoqueado por el diestro y más tarde disecado de gaznate para arriba y colgado en la pared con más solera de la finca que hoy lleva su nombre: 'Ambiciones'. Desde su privilegiada atalaya, el morlaco ha sido testigo mudo (si él hablara, cobraría más que la Esteban) de todos y cada uno de los episodios de ese 'Falcon Crest' a la gaditana en que se convirtió, casi desde el principio, la mansión de los Janeiro. El pasado sábado, sin ir más lejos, el toro asistió, tal vez conmovido o incrédulo, a una especie de reconciliación parcial de la familia con motivo del cumpleaños del diestro.

Porque el novillo 'Ambiciones' no habrá cumplido los 24, pero al torero que él encumbró le han caído este 9 de enero 36 años. Esa es la edad que le atribuye a Jesús Janeiro Bazán su partida de nacimiento. Sin embargo, como todos aquellos privilegiados capaces de nacer dos veces, Jesulín podrá celebrar un segundo cumpleaños antes de que acabe 2010. El próximo 23 de septiembre se cumplirán nueve años de aquel terrible accidente del que salió, contra todo pronóstico, casi indemne y que, no obstante, estuvo a punto de costarle la vida o, cuando menos, de apartarle de la muleta y dejarle con muletas para los restos.

Tiene mucho que celebrar el de Ubrique, no sólo el estar hecho un toro y a punto de regresar a los ruedos (debutará por tercera vez el 20 de febrero, en la madrileña plaza de Vista Alegre), sino también esa recién estrenada armonía que parece volver a reinar entre los Janeiro. Menos el tigre Currupipi, que en gloria esté, y el 'tigre Humberto', padre del diestro, estrictamente vetado por su ex mujer, todos los seres queridos de Jesulín se reunieron junto a él para celebrar su onomástica, como en una idílica estampa de los viejos tiempos, aquéllos en los que la maldición de la Esteban (en su papel de Rebeca) no había caído todavía sobre los Janeiro. En la fiesta estaba su hija Andrea, de 10 años, a la que el torero no veía desde que la niña hiciera la Primera Comunión y a la que según su 'ex', Belén Esteban, Jesulín había «perdido para siempre». Estaba Julia, de seis años, y Jesús Alejandro, de dos, los hijos que tiene con María José Campanario; también su madre, Carmen Bazán, y sus tres hermanos, Humberto, Carmen y Víctor, con sus respectivas parejas. Faltaba, como guinda del pastel, la tía Laly, pero su excesiva afición a las 'alcachofas' (no las que devora con patatas Jesulín, sino las que le ponen delante los periodistas en forma de micrófono) la han convertido en persona non grata para toda la familia.

Icono pop

Simpático, bromista, espontáneo y muy consciente de su propio personaje, Jesulín de Ubrique ha vivido a sus 36 años mucho más que otros que ya pasan de los cincuenta. Por su peculiar forma de ser y (para qué negarlo) por la de su singular familia, su leyenda ha ido creciendo hasta convertirlo, más que en torero, en icono pop. Su lema: «Zi er toro no embizte, tendré que embeztirlo yo» da cuenta de una mentalidad un tanto agropecuaria, bien es verdad, pero también de un admirable amor propio y una voluntad de hierro que le ha llevado a lo más alto del escalafón.

Todo comenzó en realidad en su infancia. Jesús Janeiro era de esos alumnos a los que los maestros adoran, pese a su zoquetería. «He tenido que suspenderle, pero ojú qué arte tiene su hijo», era lo que les venían a decir los profesores a sus resignados padres. En francés era una auténtica nulidad, pero despuntó en el fútbol. Por supuesto, como guardameta, una posición perfecta para un crío larguirucho y con cierto afán de liderazgo, como él. Llegó a fichar por el Cádiz Infantil, y hasta albergó el sueño de convertirse en estrella del balompié. Sin embargo, un revés económico sufrido por su padre (emprendedor de negocios no siempre rentables) le llevó a asumir la responsabilidad (pese a no ser el primogénito, sino el segundo de cuatro hermanos), de sacar adelante a su familia.

Tenía doce añitos, ya aspiraba a figura y se ponía delante de unas becerras listas, avisadas, toreadísimas. Con trece, consiguió un apoderado. Y con quince, mató al famoso 'Ambiciones'. Pocos años después ya era todo un personaje de los ruedos, provocador e iconoclasta, comparable al Cordobés, pero en más surrealista.

Se inventó el pase de la tortilla -«Tengo un par de 'huevo'», repetía-, se atrevió a subirse encima de un toro, como si aquello fuera un rodeo, toreó sólo para mujeres que le ovacionaban arrojándole el sujetador y, una tarde, sembró el delirio en Pamplona, a atreverse a morderle el pitón a un tremendo morlaco de Osborne . «Me ha 'zabío' como a pezón de mujer», explicaría después. Entre sus numeritos circenses y su debut como cantante ('Toa, toa, toa, te 'nesecito' toaaaa...' berreaba sin acertar una nota), algunos ya empezaban a confundirle con una especie de nuevo 'bombero torero'. «Dicen que lo tuyo tiene truco», le espetó una espectadora en un programa de Mercedes Milá. A lo que Jesulín, hombre de muchos reflejos y con un extraordinario, y quizá genético, sentido del espectáculo, respondió bajándose los pantalones y mostrando las cornadas que llevaba repartidas por el cuerpo. Aquello, lejos de infundir respeto y otorgarle una mayor credibilidad, fue interpretado como signo de su enorme gancho mediático. Acababa de nacer una estrella.