Amistad
Actualizado: GuardarDel latín Amicus, amigo. Como la película de Spielberg. Tecleando la palabra amistad en Google el primer resultado que aparece es meetic, una página de contactos para solterones en la que espero no tener que entrar nunca. Amistad, amigos. Se cuentan con los dedos de una mano y sobran, decía la madre. El día de tu cumpleaños, esos amigos que te ven cada día o cada año se acuerdan de ti, aunque sea sólo con un sms, sin pensar en sus propios problemas, que sufres como tuyos por mor de la amistad.
Hoy todos, una vez más, hemos de ser amigos. Sentirnos haitianos. La naturaleza no entiende de justicia ni de turnos. Antaño, los españoles nos sentimos percebeiros de la costa da morte y nos embadurnamos en el chapapote pescando aves en el crudo con las manos desnudas. Ayer, salimos a la calle exigiendo que se perdonara la vida de Miguel Ángel Blanco tal que un valiente gladiador vencido en la arena y lloramos al unísono con la rabia de una ejecución execrable producida un día de San Enrique.
Somos solidarios, los españoles, en pocas pero grandes ocasiones. Ellos también fueron en alguna ocasión, y son, españoles, y nosotros como ellos. El desastre de Haití nos pone en nuestro sitio, nos recuerda lo volátil de todo lo que tenemos, nos avisa que si la muerte juega a los dados, están marcados. No somos tahúres de probada experiencia. Es cuestión de tener baraka o no tenerla. Esas preocupaciones absurdas que nos clava en el pecho una sociedad frívola que ahoga sus penas en los males ajenos no son nada sino rachas de viento, como las de un tornado desbocado que asesina sin dolo. El móvil nuevo no tiene cobertura, la conexión a Internet se ha perdido, los Reyes son los padres, el Barça no falla. Qué más da todo eso. Soy uno de los haitianos que no están entre los cien mil muertos presupuestados por el Presidente Préval. Soy un amigo más que sufro mirando el telediario de las tres de la tarde con el corazón roto. No mando tropas. No soy Obama.