La muerte se instala en Puerto Príncipe
Casi 50.000 personas han perecido, según Cruz Roja, y el caos impide coordinar las emergencias La población clama desesperada por una ayuda internacional que comienza a llegar
PUERTO PRÍNCIPE.Actualizado:«Esto ha sido como una bomba atómica», resume Alejandro López, portavoz del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que intenta calmar a los millones de hambrientos que deambulan por Puerto Príncipe, la capital haitiana, desde el terremoto del martes.
«No sabemos decir si hay 20.000, 30.000 o 100.000 muertos, pero sí que es la mayor catástrofe a la que nos hayamos enfrentado nunca en este país». Y eso ya es mucho decir de Haití, el país más pobre y desafortunado del hemisferio occidental, que sólo en sus primeros cien años fue sometido por setenta dictadores, azotado continuamente por brotes de violencia y un huracán tras de otro -tres en un mes en 2008-. «Llueve sobre mojado -se lamenta López- y va a ser una tarea dificilísima. El terremoto ha golpeado en la zona de mayor concentración humana y en el peor momento posible».
Ya antes de la devastadora catástrofe este programa de la ONU que se ha instalado en los aledaños del aeropuerto capitalino alimentaba a un millón de necesitados cada día. «¡Imagínate ahora!», suspira su portavoz. A medida que el mundo se apretaba el cinturón por la crisis financiera, la caridad para Haití languidecía angustiosamente. El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, advirtió de que el país caribeño se encontraba en una delicada encrucijada entre la salvación y la oscuridad. Ahora la naturaleza se ha encargado de pavimentar el camino del sufrimiento.
«Hay mucha gente muerta por las calles, todo el mundo llora de desesperación», narra con el rostro tenso Jorge Rivero, un ingeniero brasileño que ha logrado escapar del dantesco averno en que se ha convertido Puerto Príncipe, tras el devastador seísmo de 7 grados de magnitud.
«Se ve gente por ahí a la que le falta piernas o brazos. Es escalofriante». Lo cuenta desde el pequeño aeropuerto de La Isabela, en Santo Domingo, donde ayer se agolpaba la prensa de medio mundo en busca de una avioneta que aterrizase en esa pila de escombros que es ahora Puerto Príncipe. Con la torre de control desmoronada, y la desordenada ayuda humanitaria que emana de cada país, la odisea terminaba bien para pocos.
Negocio de avariciosos
El miércoles los aviones eran desviados por EE UU al cruzar el espacio aéreo haitiano, en un intento de poner orden al caos. En La Isabela se hablaba incluso de un pequeño charter fletado por una televisión estadounidense por la desorbitada cantidad de 25.000 dólares (más de 17.000 euros) que tuvo que regresar sin descargar a sus pasajeros. Muchos sufrieron esta misma suerte por cantidades más moderadas pero igualmente estrepitosas: a una media de 345 euros por un pasaje que suele costar setenta. La miseria ajena sirve de caldo de cultivo para la avaricia, pero es justo decir que el escalofriante desastre de Haití también ha logrado que el mundo se vuelque al fin con el paupérrimo país.
«Es un momento clave», reflexionaba el portavoz del PMA al aterrizar -casi a ciegas al estar muy dañadas las instalaciones de control- en la desolada pista del aeropuerto Touissant Louverture de Puerto Príncipe, junto con esta enviada especial. «El mundo puede pensar que es otro desastre más, o puede poner de nuevo a Haití en el mapa de su generosidad. Es muy importante que la comunidad internacional responda». Y así ha sido. A la cabeza, EE UU, que por boca de Barack Obama ha prometido una ayuda de 69 millones de euros además de soldados y barcos para colaborar en labores de ayuda y seguridad.
Desde su sede de Ginebra la ONU planea sobreponerse a su propio duelo para apelar a las conciencias del mundo y calmar así la sed y el hambre de los desesperados que se amontonan entre los muertos. «Hay que tener cuidado», aleccionaba una coordinadora a su personal de la capital haitiana, antes de emprender la distribución de alimentos. «Esta gente lleva ya dos días sufriendo el dolor de las heridas sin que les atiendan, durmiendo a la intemperie, pasando hambre. La recepción es muy agresiva».
El terremoto de Ban, el de Sumatra, el tsunami de Banda Aceh... Los equipos de rescate del Gobierno suizo que ayer emprendieron el camino por tierra, tras haber fracasado por aire, acumulan muescas de sufrimiento en los rincones más difíciles del planeta, «pero ninguno como Haití», decía Hegon, el encargado médico. Africanos, europeos o latinoamericanos repentinamente desparramados por esta ciudad en ruinas coinciden en que no hay dos lugares como esta parte de la isla de La Española en el mundo, incluso en circunstancias normales. Para qué hablar del caos y la violencia que se respira ahora entre los aullidos de desesperación. La población clama a gritos la ayuda internacional, en medio del caos y la falta de seguridad, puesto que las autoridades son incapaces de coordinar las labores de emergencia.
Eficacia suiza
Los siete miembros habían venido, con eficacia suiza, a evaluar qué tipo de ayuda necesita Haití en un momento tan delicado. «Tenemos que contraponer la vida de una persona a las de 10.000», explicaba Hegon, augurando sin ser oficial que el rescate de supervivientes no va a ser lo más productivo y rentable a estas alturas.
Si se habla de decenas de miles de muertos -la Cruz Roja haitiana los cifra entre 45.000 y 50.000-, los heridos se cuentan por centenares de miles. Sin agua ni comida o luz eléctrica, y con los cadáveres al sol que se disputan las calles con los vivos, la tragedia promete convertirse en una crisis humanitaria de proporciones dantescas en cuanto las epidemias se ceben con los que deambulan sin sabe ni a dónde ir.
El propio presidente René Preval comentó afligido el miércoles que no sabía dónde pasaría la noche, después de que su orgulloso palacio oficial se convirtiera en símbolo de la destrucción del seísmo. Su furia demoledora había desmoronado los pocos edificios sólidos de la capital, como la sede de la ONU, el hotel Montana o las oficinas de Citibank. Qué decir con lo sucedido en el océano de chabolas que caracteriza a la capital haitiana, otrora orgullosa primera república negra del mundo.
Para cuando la colonia de esclavos se independizó de Francia en 1804, sólo dos países se habían declarado soberanos: EE UU y Haití. El primero es hoy el más poderoso del planeta y el segundo el más miserable de Occidente. Su suerte está en manos del mundo, mientras se enfrenta a la larga oscuridad de otra noche en el infierno.