Noche en Puerto Príncipe
El miedo que se masca en la ciudad al terminar el día se acaba al cruzar la valla de seguridad del improvisado cuartel de la ONU
ENVIADA ESPECIAL EN PUERTO PRÍNCIPE Actualizado: GuardarEsta noche he compartido la suerte de los haitianos. He pasado horas buscando un metro de suelo tranquilo para dormir a la intemperie, pero en Puerto Príncipe eso es un lujo a atesorar. Los cientos de miles que han perdido sus casas se disputan los metros de parques, plazas o descampados para tomar propiedad con una sábana extendida en competida frontera con la del vecino, su nueva casa.
La mía la compartimos militares filipinos, bolivianos y personal humanitario de la ONU y la Unión Europea. Los rescatistas brasileños se quedaron sin un trozo de césped, sentados en un bordillo. Los que a media noche logramos mudarnos a cubierto de los mosquitos amanecimos triunfantes, pese a no haber tenido ni una manta que echarnos por encima.
Pero a diferencia de los haitianos, no tenemos que preocuparnos de que el de al lado saque un machete, sólo de que el mosquito que te ronda no transmita el dengue o la malaria. El miedo que se masca en la ciudad al caer la noche se acaba al cruzar la valla de seguridad del improvisado cuartel de la ONU que se ha instalado al sur del aeropuerto. Allí el verdadero alma de esta organización paralizada en las altas esferas por la burocracia internacional se pone las botas sobre el terreno y se desempolva su propio duelo para echar a andar al país más pobre del hemisferio con unos bríos inimaginables.
Cien de sus compañeros siguen desaparecidos bajo los escombros de lo que fuera la sede de la Misión de la ONU en Haití, un edificio de seis pisos que ha quedado reducido a tres metros de escombros. Nadie quiere admitir todavía que no volverán a verlos, y prefieren seguir trabajando sin descanso, como sus vidas dependieran ahora de mantener este país a flote.
Crece el miedo
La mayoría de los que compartimos suelo anoche llevamos tres noches sin dormir, sin una ducha y sin una comida caliente. Mi cena de ayer, una lata de sardinas, compartida minuciosamente con otra colega periodista, y muchos nos han mirado con envidia.
Pero la actividad bulle con tanto furor como crece el miedo y la tensión en las abarrotadas calles de Puerto Príncipe, donde han empezado a recoger los cadáveres con camiones de basura que los trituran sin compasión. Total, acaban en una fosa común sin nombre. Hay que hacerle sitio a los vivos. El metro de suelo en Puerto Príncipe es tan codiciado como el de Manhattan, aunque valga menos que la vida.