tragedia en el caribe

El hambre y la desesperación se apoderan de la capital haitiana

El seísmo de 7 grados Richter que sacudió ayer a Haití podría haber dejado cientos de miles de muertos en una catástrofe "inimaginable"

PUERTO PRÍNCIPE Actualizado: Guardar
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Los habitantes de Puerto Príncipe, la capital de Haití, siguen afanándose en buscar supervivientes entre los escombros provocados por el terremoto que asoló ayer el país, mientras la comunidad internacional se moviliza para ayudar a los millones de damnificados. Según el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, unos tres millones de haitianos, un tercio de la población del país más pobre de América, resultaron afectados por el seísmo de 7 grados en la escala de Richter.

El terremoto y las tres réplicas que le siguieron convirtieron las calles y plazas capitalinas en un hervidero de miles de personas algunas que temen regresar a sus casas y otras que ya no tienen techo. Pero también en un cementerio, los cadáveres se encuentran tendidos en el suelo por todas partes de la ciudad, otros son trasladados por grupos de personas y todavía se escuchan los lamentos de las personas atrapadas bajo los escombros de los numerosos edificios caídos.

En medio de este tétrico panorama no hay autoridad ni orden. Las personas se ayudan unas a otras, mientras unos esforzados integrantes de organizaciones humanitarias tratan de aliviar en algo la situación. Las víctimas se cuentan por cientos de miles, pero no hay datos precisos.

La desesperación se apodera de la población

"No sabemos decir si hay veinte, treinta o cien mil muertos, pero sabemos que es la mayor catástrofe que hayamos enfrentado nunca en este país". Y eso ya es mucho decir de Haití, el país más pobre y desafortunado del hemisferio occidental, que sólo en sus primeros cien años tuvo 70 dictadores, azotado continuamente por brotes de violencia y un huracán detrás de otro -tres en un mes en 2008-. "Llueve sobre mojado", se lamenta López, "y va a ser dificilísimo. El terremoto ha pegado en el sitio de mayor concentración humana y en el peor momento posible".

Ya antes de la devastadora catástrofe este programa de la ONU que hoy se ha instalado en las faldas del aeropuerto alimentaba a un millón de necesitados cada día. "`Imagínate ahora!", suspira su portavoz. A medida que el mundo se apretaba el cinturón por la crisis financiera, la caridad para Haití languidecía angustiosamente. El secretario general de la ONU Ban Ki-moon advirtió que el país se encontraba en una delicada encrucijada entre la salvación y la oscuridad. Ahora la naturaleza se ha encargado de pavimentar el camino del sufrimiento.

"Hay mucha gente muerta por las calles, todo el mundo llora de desesperación", narraba con el rostro tenso Jorge Rivero, un ingeniero brasileño que había logrado escapar del dantesco averno en que se ha convertido Puerto Príncipe, tras el devastador seísmo de 7.0. "Se ve gente por ahí a la que le falta piernas o brazos. Es escalofriante".

Lo contaba desde el pequeño aeropuerto de La Isabela, en Santo Domingo, donde hoy se agolpaba la prensa de medio mundo en busca de una avioneta que aterrizase en esa pila de escombros que es ahora la capital haitiana. Con la torre de control desmoronada, y la desordenada ayuda humanitaria que emana de cada país, la odisea terminaba bien para pocos.

Duelo en Naciones Unidas

El miércoles los aviones eran desviados por los estadounidenses al cruzar el espacio aéreo haitiano, en un intento de poner orden al caos. En La Isabela se hablaba incluso de un pequeño charter fletado por una televisión estadounidense por la desorbitada cantidad de 25.000 dólares que tuvo que regresar a la base sin descargar a sus pasajeros. Muchos sufrieron esta misma suerte por cantidades más moderadas pero igualmente estrepitosas, a una media de 500 dólares por un pasaje que suele costar 100. La miseria ajena sirve de caldo de cultivo para la avaricia, pero es justo decir que el escalofriante desastre de Haití también ha logrado que el mundo se vuelque al fin con el país más pobre del hemisferio.

"Es un momento clave", reflexionaba el portavoz del PMA al aterrizar en la desolada pista del aeropuerto Touissant Louverture de Puerto Príncipe, junto con esta envida especial. "El mundo puede pensar que es otro desastre más, o puede poner de nuevo a Haití en el mapa de su generosidad. Es muy importante que la comunidad internacional responda".

Desde su sede de Ginebra la ONU planea hoy sobreponerse a su propio duelo para apelar a las conciencias del mundo y calmar así la sed y el hambre de los desesperados que se amontonan entre los muertos. "Hay que tener cuidado", aleccionaba una coordinadora a su personal de Puerto Príncipe, antes de emprender la distribución de alimentos. "Esta gente lleva ya dos días sufriendo el dolor de las heridas sin que les atiendan, durmiendo a la intemperie, pasando hambre. La recepción es muy agresiva".

El terremoto de Ban, el de Sumatra, el tsunami de Banada Hache Los equipos de emergencia del gobierno suizo que hoy emprendieron el camino por tierra, tras haber fracasado por aire, acumulan mellas de sufrimiento en los rincones más difíciles del planeta, "pero ninguno como Haití", decía Hegon, el encargado médico.

Africanos, europeos o latinoamericanos repentinamente desparramados por esta ciudad en ruinas coinciden en que no hay dos lugares como Haití en el mundo, incluso en circunstancias normales, para qué hablar del caos y la violencia que se respira ahora entre los aullidos de desesperación. Con eficacia suiza, los siete miembros habían venido a evaluar qué tipo de ayuda necesita el país en un momento tan delicado. "Tenemos que contraponer la vida de una persona contra la de 10.000", explicaba Hegon, augurando sin ser oficial que el rescate de supervivientes no va a ser lo más productivo y rentable a estas alturas.

Cerca de 100.000 muertos

Si se habla de más de 100.000 muertos, los heridos se cuentan por centenares de miles. Sin agua ni comida o luz eléctrica, y con los cadáveres al sol que se disputan las calles con los vivos, la tragedia promete convertirse en una crisis humanitaria de proporciones dantescas en cuanto las epidemias se ceben con los que deambulan sin sabe ni a dónde ir.

El propio presidente René Preval comentó afligido la víspera que no sabía dónde pasaría la noche, después de que su orgulloso palacio presidencial se convirtiera en símbolo de la destrucción del seísmo. Su furia demoledora había desmoronado los pocos edificios sólidos de la capital, como la sede de la ONU, el Hotel Montana o las oficinas de Citibank. Ni qué decir del océano de chabolas que caracteriza a la capital haitiana, otrora la orgullosa primera república negra del mundo.

Para cuando la colonia de esclavos se independizó de Francia en 1804, sólo dos países se habían declarado soberanos: EEUU y Haití. El primero es hoy el más poderoso del planeta, y el segundo el más miserable de Occidente. Su suerte está en manos del mundo, mientras se enfrenta a la larga oscuridad de otra noche en el infierno.