Igualito que aquí
Actualizado: GuardarNada, que nos siguen ganando la partida. Va aquí el españolito que firma a gastarse sus magros ahorros a la pérfida Albión, también llamada Inglaterra, que no la visita desde hace dos lustros y medio, y lo hace con la sensación de que bueno, ahora que somos Europa y además presidentes de Europa ya no nos separará tanto la forma de vivir y de disfrutar de las comodidades del progreso, nada que ver con las primeras sorpresas del tardoadolescente que fui y se asomó al primer mundo cuando Madonna todavía cantaba, lo mismo hasta creyéndoselo, aquello de 'Like a Virgin'.
Y la primera en la frente, claro, porque aunque nosotros aceleremos para no quedarnos en la cola, ellos nos llevan siglos de ventaja. Todavía nos estamos quejando acá de la ley anti-tabaco y de si se endurecerá o no, y echa uno un vistazo a Londres y ve que no fuma nadie, ni indoors ni outdoors, o sea, ni dentro ni fuera: todos han acatado que el humo es un coñazo y además haces el perla fumando un cigarrito en la puerta de los sitios, con la rasca que hace. Cae la del Beri en forma de nieve, se colapsa el país entero, se retrasan aviones y medio millón de colegios cierran, y la oposición no le echa la culpa al gobierno, como pasa aquí cada vez que un conductor pincha en carretera (lo mismo, cierto es, porque el gobierno del señor Brown anda en guerra civil consigo mismo).
Siendo la sociedad industrializada por excelencia, no descuidan al turista. Quien diseñó el metro se merece un premio Nobel póstumo, porque allí no se pierde ni un analfabeto. Puñeteros: sale uno allá en la quinta puñeta pensando en no despistarse por las calles porque quiere llegar a tal o cual museo, y ya han pensado por ti y no tienes ni que pisar la superficie: túnel que te crió, con sus correspondientes salidas, una en cada museo que te pueda interesar. Mucho más efectivo que pintar las aceras con líneas azules, señores. Los museos, además, son sitios donde se juega y se aprende.
Cuando acompañas a la parienta a comprar ropita y tienes ya los pies como si estuvieran metidos en dos copitas de coñac (Pepe da Rosa dixit), han pensado otra vez por ti y tienes tu correspondiente sofá para que no se te lleven los demonios en la espera. Los camareros son amables, y hasta aprenden con una sonrisa cuando les enseñas a decir «picha». Como el servicio va aparte, para que no te escaquees si pagas con tarjeta, antes de pulsar el botoncito verde la pantallita de marras te pregunta si quieres dar propina o no, cáspita. Igualito que aquí, que no hay conexión telefónica la mitad de las veces.
No sé cómo andarán de piratería digital los ingleses, que históricamente han sido tan piratas, pero seguro que el equivalente brit de Teddy Bautista tiene menos quebraderos de cabeza: te encuentras el disco de moda o la peli de moda por poco menos de tres euros si esperas un poco, algo que hace que no merezca la pena descargarte nada. Los teatros empiezan a las siete de la tarde, o sea, a una hora de personas, y terminan a la hora justa para que puedas cenar y no acabar saqueando la mortadela del frigo.
La única pega, que en el museo de cera no hay ni un solo representante español: ni los reyes, ni ZP acompañando a Sarkozy y demás líderes, ni los deportistas que según Cuatro son la caña del mundo. El único español que sigue allí inmortalizado en cera, sentadito él, es Picasso. Lo mismo es porque creen que era francés, oigan.