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Opinion

Eduardo Mendoza o el arte de contar historias

MANUEL J. RAMOS ORTEGA
CATEDRÁTICO DE LITERATURA DE LA UCAActualizado:

La primera novela de Eduardo Mendoza aparecía justamente cuando España estaba saliendo de un túnel que duraba ya demasiado tiempo. Paradójicamente, esa opera prima, 'La verdad sobre el caso Savolta', no nos contaba ninguna historia relacionada con el franquismo ni con la dictadura, ni desde luego con la denominada 'memoria histórica', que ni se la conocía ni mucho menos se la esperaba. En lo que sí estuvimos todos de acuerdo fue en que esa era una gran novela, que nos contaba historias que no tenían nada que ver con la dictadura de la que, afortunadamente, estábamos apunto de salir. Por sus páginas deambulaban anarquistas, policías, espías, criminales. y acompañábamos a los personajes a cabarets y tablados de lujo en donde se dilucidaban amores y adulterios, todo ello en una ciudad, Barcelona, que nadie, con la excepción de Juan Marsé, ha narrado tan bien como nuestro autor.

Puedo equivocarme, pero creo que el éxito de esta primera obra radicaba en su novedad o, mejor dicho, en la recuperación de una manera de contar historias que muchos lectores habíamos olvidado. Habíamos estado demasiados años afanados en la lectura de novelas sociales o experimentales para que ahora, de repente, llegara un escritor a quien nadie conocía ni sabía de dónde venía, que nos abría las ventanas de par en par y levantaba las persianas de una casa en penumbra y con demasiado olor a cerrado, que no habíamos ventilado desde hacía muchos años. Para leer esta novela, y las que afortunadamente siguieron del mismo autor, no había que haberse previamente empollado las abstrusas teorías de Genette ni Derrida, ni haber participado en el mayo francés del 68. Velada o claramente, según el bagaje literario de cada uno, esas historias nos recordaban novelas que habíamos leído en nuestra infancia y primera juventud, pero que habían sido proscritas por los estructuralismos y formalismos al uso (rusos o americanos), que se habían empecinado, hasta la nausea (y escribo la palabra con toda intención), en hacernos olvidar el placer de la lectura. El primer crítico que se dio cuenta (aunque tarde) fue Roland Barthes, pero, desgraciadamente, el mal ya estaba hecho y hubo muchos hipotéticos lectores que se desengancharon de la lectura y otros, entre los que me cuento, que fuimos primero damnificados de esta malhadada situación y luego afortunadamente salvados, como Moisés de las aguas, por las novelas de este singular escritor.

Para hacer justicia, Eduardo Mendoza no fue el primero. Gracias a la nueva narrativa latinoamericana -el denominado 'boom'- muchos miles, e incluso millones de lectores de habla hispana, recibíamos señales inequívocas de que era posible volver a leer con interés historias apasionantes. Era como volver a saborear de nuevo un buen vino que nuestro estragado paladar no había olvidado del todo.

Como género de géneros, la novela admite todos los registros posibles. El género preferido de Eduardo Mendoza, para expresarse o para canalizar todas las historias o el imaginario de su sorprendente mundo narrativo, es el policíaco o también denominado como 'novela negra'. Dentro de este género ha escrito casi todas su obras maestras: 'La verdad sobre el caso Savolta', 'El misterio de la cripta embrujada', 'El laberinto de las aceitunas'. Incluso uno de sus últimos y más divertidos títulos, 'El asombroso viaje de Pomponio Flato', ambientado en el siglo I de nuestra era, cuenta una historia 'de romanos', pero en clave policíaca, con un crimen por resolver y un histriónico y sagaz investigador que se hace cargo del caso. Con su último título, 'Tres vidas de santos', una vez más Eduardo Mendoza ha roto moldes o, por lo menos, ha explorado territorios de complicada narratividad. Como original creador Mendoza no deja títeres con cabeza y es capaz de hurgar en la intimidad de la vida de personajes aparentemente sin perfiles heroicos-literarios. Con Mendoza los personajes más elevados bajan de su pedestal... Para ello pone al servicio de su desbordante, hilarante y poderosa imaginación narrativa, una variadísima polifonía de registros lingüísticos que domina como ningún narrador en activo. Su galería interminable de personajes y asuntos pueden expresarse y decirse en diferentes hablas o lenguajes profesionales: el jurídico, el forense, la oratoria sagrada, el periodístico, o el del lumpen o barriobajero. sin que fuerce ni traicione el principio de verosimilitud narrativa. Domina como nadie la ironía, el humor y la parodia. La tarde con este autor promete experiencias, casi tantas como las que ya nos han hecho disfrutar sus novelas.