MAR ADENTRO

El 'crack' en la calle San Francisco

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El frío se nota ahora en la cara y en las extremidades, pero antes inundó los bolsillos, anegó los estómagos y estranguló los ojos. Hay una parábola de la recesión que se escribe a diario en nuestras calles: los sin nada se refugian bajo las faldas de mármol de los que tienen todo.

El 'crack' que hizo temblar al mundo transita por la gaditana calle de San Francisco: un anciano con gorra y aire de clochard sin puentes del Sena no pide limosna, pero da los buenos días y extiende su mano como si en vez de unas monedas esperase el dedo de Dios padre en el fresco que cubre la Capilla Sixtina. Quizá a mediodía, abandone su refugio de Canalejas la alemana que grita como un lobo herido o tañe hermosamente su flauta, al vaivén de los vientos.

De vez en cuando llega un africano sin rumbo al que el espejismo del primer mundo arrebató el orgullo de su clan, o un joven cebado por la metadona, o un matrimonio desahuciado que estira las piernas, harto de habitar su última propiedad, un desvencijado automóvil en el que escriben, al bies del siglo XXI, un folletín del XIX.

En esa exposición universal de las consecuencias del neoliberalismo sin bridas, faltan esos nuevos clientes de Cáritas: los que ya no perciben ningún subsidio, los autónomos que tuvieron que dejar de serlo y que ni siquiera tienen derecho a paro, la viuda que tuvo que cerrar la mercería y a la que no le llega la pensión a fin de mes, pero el agua le alcanza el cuello al fin del día. Quizá les da vergüenza darse de alto en el censo visual de pobres de solemnidad. Quizá incluso les de palo hacer cola en los comedores colectivos y tan sólo les queden arrestos para dirigirse a una parroquia y suplicar una simple bolsa de supervivencia.

En estos días, el tercer mundo se hizo carne y habitó entre nosotros. Ya no es un país perdido en los mapamundis del espanto, sino que la miseria está a la vuelta de la esquina. O, cuando la noche cae sobre una ciudad como esta, busca refugio entre cartones en los vestíbulos de entrada a los grandes bancos. Al otro lado del cajero automático, los ahorros de la clase media que se pregunta hasta cuándo durará la recesión y qué será del porvenir. Pero también, entre las claves codificadas de las cuentas corrientes, en la guarida de las grandes fortunas y los paraísos fiscales, allí está el rostro de Madoff, el de la avaricia, el de las hipotecas basura y el de los pelotazos que compusieron la banda sonora de tres décadas del mundo, ricas en expolio y ambición. A este lado, están ellos. Los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Aquí, los 'Carpantas' que difícilmente pueden llegar a mover sus bigotes. Aquí, el harapo y el Don Simón, los ojos nublados entre los últimos adornos de la navidad que empiezan a ser sustituidos por los de los carnavales. «¿Cuándo nos tocará estar de fiesta?», se preguntan los pedigüeños mientras se protegen del frío de la globalización entre las cuatro paredes de un vestíbulo bancario. Seguro que algún directivo ya estará pensando como contratar a un arcángel que les expulse de este simulacro de paraíso y así evitar tan mala imagen ante su selectísima clientela.