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Najat el Hachmi, escritora catalana de origen marroquí, ha sido vecina de Vic. :: D. RAMOS
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«Recortar derechos es el inicio del fascismo»

La escritora catalana de origen marroquí ilustra las contradicciones que padecen los hijos de los emigrantes en España

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Cuando una comunidad empieza a hacer excepciones con los derechos recorre un camino muy peligroso. Recortar derechos es el inicio del fascismo». Najat el Hachmi, escritora catalana de origen marroquí, ha sido vecina de Vic hasta hace tres años. Tiene treinta y llegó allí con ocho, procedente de un pueblito cercano a Nador. Creció en la Calla, un barrio de aluvión donde compartía portal con emigrantes castellanos, andaluces y extremeños, y fue educada en catalán en el colegio Jaume Balmes. Trabajó para los Servicios Sociales en Vic hasta que ganó el premio Ramón Llull en catalán con la novela 'El último patriarca', donde retrata ese mundo de contradicciones en el que le ha tocado crecer. Najat, presentada a menudo como símbolo absoluto de integración, no lo tiene tan claro. «Cuando mi familia llegó a Vic no había legales e ilegales. Si entonces hubiera estado en marcha la orden del alcalde Vila d'Abadal yo no habría podido ir al colegio».

Najat es una mirada y una voz incómodas. Habla de la encrucijada a la que se enfrentan los hijos de los inmigrantes sin pasado ni raíces, con escaso futuro y que intentan encontrar una identidad nueva. «El alcalde de Vic no dice la verdad. Vic es la ciudad donde los emigrantes más se incorporan a la sociedad en todos los aspectos. Todos los chavales hablan catalán en la escuela, sean de donde sean. Los profesores y los padres hacen un gran esfuerzo para que así sea. Yo tenía ocho años cuando llegué y aprendí catalán en dos meses», recuerda.

La escritora cuenta que sólo se dio cuenta de que el suyo «no era el mejor colegio» de Vic cuando algunos padres catalanes pidieron que sus hijos no acudieran al Balmes. «Y entonces empezó la política de integración, empezaron a repartir niños entre diferentes colegios para que el número de hijos de extranjeros por clase, la mayoría marroquíes, no fuera excesivo. En Vic se hacen bien las cosas. Vic recibe mucho dinero para favorecer la integración. La Generalitat da fondos para acoger a los niños de los emigrantes, hay una ley de barrios que concede ayudas extras a las barriadas de emigrantes para mejorar su aspecto e incrementar así la autoestima de los recién llegados. Hay muchísimas personas que trabajan por la convivencia, lo contrario que hace el alcalde. Otra cosa son las leyendas urbanas. Todas falsas. Es mentira que por ser de fuera recibas un montón de protección. Yo debo ser una emigrante tonta porque jamás he visto un euro de esas ayudas sociales», sonríe Najat.

Anglada, el matón de escalera

Lo cierto es que en Vic, capital de la comarca de Osona, en la Cataluña central, ha tomado forma un movimiento encabezado por Josep Anglada que no oculta sus simpatías por posturas radicales hacia los emigrantes, como las de Le Pen y Haider. «Hace años Anglada era un matón. Ahora ha logrado más de 3.000 votos con su trabajo de calle. Va por las escaleras, hablando con los vecinos y añade leña al fuego allí donde hay problemas. El lema contra los minaretes de mezquitas en Suiza, 'No queremos esto en nuestra casa', está copiado de un eslogan empleado por Anglada. Sus posturas son primarias, viscerales, sin sentido», apunta Najat.

El Hachmi es una mujer dura, superviviente del atentado de ETA contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Vic que se cobró la vida de dos de sus compañeras de curso en 1991. «No hay segregación ni la emigración tiene nada que ver con el oscurantismo que nos presenta el alcalde de Vic. Claro que no todo es perfecto», se defiende la autora de 'Yo también soy catalana'. «Dicen que hablar catalán es la integración. Pero eso es engañoso. Te felicitan por hablarlo, pero, a la mínima, te recortan tus derechos», argumenta. «Te usan, te utilizan, porque tienes un origen distinto. Recuerdo que estaba estudiando y me busqué un trabajo de verano. Cuando hablo catalán no tengo acento. Fui a la casa de la señora y, nada más abrir la puerta, me dijo: '¡Ah, eres tú, ya no me interesa!' Sólo por verme la cara. Eso pasa a menudo. No podemos alquilar ni comprar un piso en las zonas que nos gustan. Todo son trabas. Yo iba a empresas de empleo temporal para trabajar de recepcionista -sé hablar idiomas y soy universitaria- y, no sé cómo, pero siempre acababa con trabajos de limpiadora. Ésa es la realidad».