Sociedad

Resurrección del escándalo

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Nos creíamos que había muerto, como profetizó André Breton, hace una buena temporada. ¿A quién le causa desasosiego el desenfreno o la desvergüenza de otro? Al contrario: hay personas que deben su notoriedad sólo al hecho de haber sacado los pies del plato, no sin antes haberse comido lo que estaba dentro. «Era nada, y dio gran campanada», dice nuestro terrorífico refranero. Ahora el plusmarquista europeo es Mr. Robinson, que nunca ha estado solo, sino en compañía de otros de sus mismos gustos. En el Ulster se asegura que el futuro del primer ministro empieza a coincidir con su pasado. ¿Todo por qué? Su mujer le puso los leños, pero también él se desmarcaba lo suyo y hay que preguntarse por qué depositan también allí el honor en la entrepierna de sus esposas. Nuestro Luis Cernuda se extrañaba de esa elección, tan reiteradamente localizada. ¿Por qué no afecta a la honorabilidad de un gobernante que prometa cosas sabiendo que su cumplimiento es imposible? 89 soldados españoles han muerto cuando realizaban «acciones de paz».

¿Por qué eso no se tiene en cuenta en ningún balance gubernamental? Parece que los temas del sexo son los únicos influyentes. ¿Qué hubiera sido de Julio César si llega a cometer el error de ser contemporáneo? Mucho más temibles que los inspectores de Hacienda son los inspectores de alcobas. Desde el episodio de la becaria que se llevaba a pedir de boca con el ex presidente Clinton, hay gente que se gana la vida husmeando las posibles relaciones de los mandatarios. Nada comparable a descubrirles un escándalo sexual en condiciones. Mal asunto y de imposible corrección.

Hay una cosa que como, asegura el dicho popular, no tiene enmienda. Ésa en la que estamos pensando.