Para un lector memorioso
Actualizado: GuardarH ace varios años escribí un artículo en el que contaba mi transformación desde escribidora armada de bolígrafo y papel hasta usuaria convicta del ordenador (hoy alargaría ese periplo hasta llegar al notebook), deteniéndome morosa en la etapa en la que mi herramienta era una máquina de escribir que fallaba al teclear la letra «L».
Pues bien, el otro día un lector memorioso se me acercó en un hipermercado, me recordó ese artículo y me brindó un regalo: una máquina de escribir en perfecto uso. El ofrecimiento no fue un farol: la semana siguiente, tenía en mi poder la preciosa máquina, una Olivetti Lettera 31 verde, muy similar a la que yo utilizaba. Cuando, probándola, sonó la campanilla que indica el final de línea, todos los recuerdos se agruparon hasta hacer saltar las lágrimas. Ay, la nostalgia de los primeros ensayos ante el papel en blanco, el impulso adolescente, la inocencia de la juventud.
Con este artículo quería agradecer a mi espontáneo lector (Francisco Javier) el obsequio, y hacer también memoria melancólica de objetos y usos que, en poco tiempo, quedaron desfasados.
De las portátiles Olivetti y Olympia que fueron derrocadas por los PC y los Mac. De los Atlas de pastas enteladas y tamaño tan excesivo que había que pasar las páginas con ambas manos, vencidos irremisiblemente por GoogleEarth. De los diarios con candado que nos regalaban al entrar en la pubertad, olvidados en favor de los blogs en Internet. De las cartas perfumadas de los enamorados vueltas correos electrónicos, igual de ardorosos aunque sin aroma. Pero así es el progreso.
Me seco una lagrimilla con el kleenex que sustituyó al pañuelo de batista bordada, me rindo ante la evidencia y busco en la Wikipedia la etimología de la palabra «nostalgia».