Editorial

Sin tregua

Las últimas detenciones certifican que ETA sigue activa y que ello agudiza la disyuntiva en que se encuentra la izquierda 'abertzale'

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La detención el sábado por la noche de cuatro presuntos miembros de ETA, dos de ellos junto a un zulo en Francia y los otros dos en Portugal -adónde supuestamente se dirigían en un coche y una furgoneta con armas y explosivos-, certifica la trascendencia de la cooperación internacional en la lucha contra el terrorismo. Pero si algo demuestran los arrestos en este momento es, por una parte, que la banda etarra prosigue con sus movimientos delictivos sin que en su comportamiento quepa atisbar ningún viso de renuncia a la violencia; y, por otra, que las Fuerzas de Seguridad del Estado actúan conforme a esa convicción, cuya expresión más cruda fue la advertencia lanzada en Navidad por el ministro de Interior sobre la posibilidad de que los terroristas tengan en mente cometer un atentado de gran repercusión e, incluso, un secuestro. Pérez Rubalcaba quiso hacer hincapié ayer tanto en el escepticismo sobre eventuales cambios en el seno de ETA y en su entorno, como, sobre todo, en su debilidad operativa, al asegurar que el Gobierno «sabe en lo que está» la organización terrorista y que la persecución seguirá llegando a zulos, carreteras y domicilios «hasta que esto acabe». Ese discurso apunta al final de la violencia como algo inevitable por efecto de los reiterados golpes infligidos a la banda por el Estado de Derecho, al tiempo que constituye el reverso del ultimátum dado a la izquierda 'abertzale' para que se decante por la política o por las bombas. La constatación de que ETA sigue activa y de que las últimas detenciones han podido evitar nuevos atentados sitúa el debate abierto en la izquierda 'abertzale' en sus términos más precisos, que no son verificar o no si el terror está dispuesto a facilitar esa reflexión interna, sino si quienes no se han desmarcado de la violencia hasta ahora tienen el coraje definitivo de hacerlo. Pero también coloca a esa misma izquierda abertzale ante la certidumbre de que el tiempo se le acaba; de que el progresivo e irremediable debilitamiento de ETA puede acabar convirtiendo en estéril, en tanto que tardío, cualquier paso de condena o rechazo de las armas. En este sentido, es particularmente elocuente que Arnaldo Otegi haya desmentido, dos semanas después de su publicación, la autoría de una carta desde la cárcel contraria a la persistencia de la violencia; pero no por el desmentido en sí, sino porque ello cuestiona el mensaje principal -su apuesta por las vías exclusivamente políticas- que lleva años atribuyéndosele.