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La sociedad civil apresada

La representación de los ciudadanos en la esfera pública global no es monopolio de las ONG

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Tras su liberación en Dinamarca, el director de Greenpeace España ha declarado que lo volvería a hacer mil veces. Está bien, es admirable, pero el valor de la segunda vez sería menor que el de la primera, y el de segunda menor que el de la tercera, hasta que alguien se atreviera a susurrar «¡Vaya, lo de siempre!».

Los 'presos del clima' se han presentado como «presos políticos». Palabras mayores, que dan para un titular de prensa o una pancarta, pero que son más que discutibles en países que garantizan las libertades civiles y políticas. Sorprende el tono enfático, victimista, y la superficialidad de ciertas declaraciones. En su inocencia, los 'héroes del clima' no saben por qué estaban detenidos, no han podido llamar a casa «ni siquiera» en Navidad, han sido tratados «como perros», etc. Entretanto, con tanto ruido, pasaba desapercibido el contenido de la pancarta mostrada, que habría debido revelar alguna verdad fundamental y que, en cambio, era francamente desafortunado. Decía: 'Los políticos hablan, los líderes actúan'. Un mensaje de desconfianza en la política, en nombre de una (supuesta) democracia más allá de de la política, sin políticos pero con líderes sociales. Un ejemplo perfecto de populismo contemporáneo.

¿Qué significa para los representantes de la llamada sociedad civil global hacer «algo» por el clima? ¿Aumentar el número de inscritos a su organización? La respuesta estándar es que más repercusión equivale a más concienciación. El movimiento se refuerza incesantemente, alimentándose de las voces de la calle. Una teoría demasiado simple, y sobre todo falsa.

La sociedad civil global, cuando llegue a existir, habrá de ser cosa bien distinta de la visión que promueven sus representantes actuales, una élite apresada no tanto por el carácter represivo de las leyes de países democráticos, como por la lógica de una política ejemplarizante que invierte todo su capital en símbolos y en gestos. Los profesionales de la sociedad civil mediática adquieren la semblanza de apóstoles de la justa causa, lo que les puede valer un cuarto de hora de publicidad, pero que no favorece la formación de una opinión pública capaz de separar el trigo de la paja, de entender el entramado de problemas al que nos enfrentamos. Lo que podrían hacer, si quieren hacer algo, es empezar a contarle al público que no hay nadie ni en Copenhagen, ni en los despachos de la mejor ONG, que tenga una chistera de la que sacar 'la' solución a los problemas de la sostenibilidad del planeta.

Y después se podrá añadir que la cumbre fue un fracaso, que las medidas de seguridad fueron desproporcionadas y que los poderes en juego son salvajes. Pero éstas son cuestiones distintas, que conviene separar cuidadosamente.