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Vuelta aTerranova

La apertura del caladero de Flemish Cap devuelve la esperanza a la flota bacaladera, que en los 60 hizo del pueblo vasco de Pasajes la 'ciudad del dólar'

BORJA OLAIZOLA
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Hubo un tiempo en que España tuvo la flota bacaladera más potente del mundo. Un tiempo en el que los barcos llegaban a puerto con las bodegas atiborradas de capturas. En aquella época, la gente se pegaba por enrolarse. A los marineros que salían de madrugada de los tugurios donde se habían gastado el dinero a manos llenas les bastaba decir «a la ciudad del dólar» y los taxistas les llevaban a dormir la mona a sus camarotes. No fue el único sobrenombre que por entonces tuvo la localidad guipuzcoana de Pasajes. Uno de sus barrios más populosos, Trintxerpe, era también conocido como la quinta provincia de Galicia debido a la multitud de paisanos llegados de aquellas tierras atraídos por el dinero fresco de la pesquería.

«Cuando en Galicia había sueldos de 1.000 pesetas al mes, en Pasajes se ganaban 4.000», recuerda Lázaro Larzábal, un capitán que tiene ahora 74 años y que vivió la época dorada del bacalao. En activo hasta hace sólo un año, es probablemente el patrón con el currículo más dilatado de cuantos han ejercido en España. Se embarcó por primera vez a Terranova en 1966 y tiene a gala haber capitaneado la pareja de bacaladeros que consiguió un récord de capturas que aún hoy sigue vigente: 1.760 toneladas descargadas en Pasajes después de una marea de tres meses en el año 1968.

En la década de los sesenta, los bacaladeros españoles pescaban a sus anchas en los caladeros de Terranova, una inmensa superficie del Atlántico Norte en cuyas aguas se produce una gran concentración de plancton debido al contraste de temperaturas entre las corrientes del Golfo (cálida) y del Labrador (fría). Es la zona de los llamados Grandes Bancos, cuya riqueza piscícola era conocida al menos desde el siglo XVI por pescadores del norte de la península que se aventuraban hasta las costas canadienses atraídos por unas pesquerías que combinaban la ballena y el bacalao. Los vascos llegaron incluso a establecer asentamientos en la zona. Pero el voraz apetito de la Corona, que movilizaba con fines bélicos todas las naves que se ponían a su alcance, impidió que la aventura empresarial prosperase. El remate definitivo vino de la mano de la Paz de Utrech (1713), la misma que dejó Gibraltar en manos británicas, que cerró a cal y canto las aguas de Terranova a los pescadores españoles.

Hubo que esperar más de doscientos años para ver de nuevo buques de pabellón nacional en los Grandes Bancos. La creación en 1926 de la empresa Pysbe (Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España), con sede en el puerto de Pasajes, marcó el inicio de la pesca industrial. «Las primeras tripulaciones que fueron a Terranova estaban formadas en su mayoría por marinos bretones, ya que en España se habían perdido las técnicas de pesca del bacalao», cuenta la antropóloga Rosa García Orellán, que ha escrito varios libros sobre la materia. Los buques de la Pysbe abrieron un camino que no tardaron en seguir otras empresas como Pebsa y Copiba, con sedes en La Coruña y Vigo. Pasada la Segunda Guerra Mundial, España se había convertido ya en una potencia en la pesca del bacalao.

A destajo a 40 grados bajo cero

Las condiciones de vida de los pescadores eran muy duras. Había campañas que duraban seis meses y la climatología podía llegar a ser inhumana, con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. «Se trabajaba a destajo y si se encontraba un buen banco de pescado no había noche ni día», recuerda el capitán Larzábal. En la zona abundan tanto los icebergs como la niebla, así que hasta la introducción del radar no era raro que se produjesen frecuentes colisiones entre barcos. «Recogí un testimonio de un patrón que me contó que su barco estuvo sesenta días en medio de una niebla tan intensa que no podía ver la proa desde el puente. Lo único que podían hacer era tocar la sirena y apostar vigilantes en la cubierta», cuenta la antropóloga.

El bacalao se consolidó, pese a las dificultades, como una de la actividades más boyantes de la época. A su abrigo se forjó toda una industria que abarca desde la construcción de pesqueros hasta la manufactura de alimentos o la fabricación de hielo. Convertido ya en el principal puerto bacaladero de Europa, Pasajes se pobló de emigrantes gallegos, que conformaron hasta el 80% de las tripulaciones de los pesqueros. El dinero corría a espuertas. Aún hay bares en los que se recuerda la estampa del marinero recién desembarcado prendiendo un puro con los restos llameantes de un billete de mil pesetas.

La ampliación a finales de la década de los setenta de los límites de las aguas territoriales marcó el inicio del fin de la edad de oro del bacalao. Un final que ya habían anticipado los primeros síntomas de agotamiento de los caladeros de Terranova, exhaustos ante la presión a la que habían sido sometidos. Canadá prohibió en 1978 que se faenara a 200 millas de sus costas y se introdujo un método de cuotas para la pesca. En la práctica, envió directamente al desguace a la mayor parte de la flota española.

El sector bacaladero se vino abajo y comarcas como Pasaia, que habían llegado a ponerse a la cabeza de la lista de renta per cápita, se sumieron en una depresión de la que treinta años después aún no han terminado de salir. Un dato lo dice todo: los más de cien bacaladeros que llegó a haber en Pasajes -118 según los cálculos de la profesora García Orellán- se han reducido a los cinco actuales.

La equiparación no le hace demasiada gracia a Miguel Iriondo, presidente de la Asociación de Empresas de Bacalao. «No se pueden establecer comparaciones porque los barcos actuales son infinitamente más eficientes que los de hace 30 años», afirma. Los restos de la flota española -10 bacaladeros en total, los cinco de Pasajes y otros cinco con base en Galicia- faenan ahora en el Mar de Barents y en el archipiélago Svalbard, en aguas situadas al norte de Noruega. Los bancos de Terranova han estado cerrados durante años para propiciar la recuperación de la especie, aunque se han abierto de forma intermitente con unas cuotas mínimas, la última vez en 1995.

El organismo encargado de regular la zona, la NAFO (Organización Pesquera del Atlántico Noroeste, en sus siglas en inglés), ha acordado sorprendentemente permitir este año la pesca en Flemish Cap, uno de los sectores en que se divide el caladero de Terranova. La decisión supone que se podrán capturar 5.500 toneladas de bacalao, 786 de las cuales les corresponden a los barcos españoles.

La noticia ha abierto una puerta a la esperanza en nuestra flota más por su dimensión simbólica que por la entidad de las capturas autorizadas. «Somos conscientes -reflexiona Miguel Iriondo- de que no es una cuota muy grande, pero más importante que la cantidad es que marca una tendencia. Vamos a estar de nuevo en Terranova después de muchos años y tenemos la esperanza de que la cuota vaya en aumento en los próximos años». Aunque Pasajes nunca volverá a ser la 'ciudad del dólar'.