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Editorial

Volar entre inconvenientes

No debe obviarse la desconfianza que se va larvando en los usuarios de los aeropuertos

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El sector aéreo mundial se está enfrentando a unas dificultades inéditas, entrampado por el desgaste de las pérdidas y por las nuevas y específicas condiciones en que se desarrolla su negocio. Entre estas últimas, las garantías de seguridad ante la amenaza terrorista se han convertido en un factor sobrevenido que limita un atractivo esencial del transporte en avión -la rapidez-, el cual seguramente puede modularse de manera más racional, eficaz y respetuosa con los pasajeros, pero sin que sea posible renunciar a él ante intentos de atentado como el de Detroit. La obligación de proteger a viajeros y tripulaciones no sólo en el acto mismo de volar, sino ante el uso potencial de la violencia más destructiva, no exime de otra obligación, que es la de medir con rigor las iniciativas que se hayan adoptado o que vayan a adoptarse con respecto a su efectividad y con respecto a los derechos ciudadanos que puedan verse interferidos; un requisito que debería cumplirse también ante la controvertida instalación de escáneres corporales en los aeropuertos. Pero si, junto a ello, los pasajeros tienen que tomar conciencia de lo que está en juego cada vez que se les importuna con los controles, las aerolíneas han de ser conscientes de que las ventajas de volar se han ido resintiendo, y no sólo por las crecientes medidas de seguridad. La popularización de un servicio antaño reservado a usuarios con un determinado estatus o poder adquisitivo ha caminado en paralelo, entre otras cosas, al incremento del turismo y de los billetes por trabajo, lo que ha engrosado durante años el negocio. Pero también ha multiplicado de manera inevitable los eventuales problemas, al tiempo que se ha ido forjando una nueva conciencia en el consumidor sobre sus derechos y también sobre las alternativas que se le ofrecen no sólo a la hora de elegir compañía para volar, sino para poder desplazarse en otros medios de transporte diferentes. Las aerolíneas tienen ante sí el objetivo perentorio de sobrevivir a una crisis económica que está afectando a los recursos para prestar un servicio fiable y de calidad. Pero ni sus responsables ni las autoridades públicas concernidas deberían obviar el efecto de la desconfianza social que se ha ido larvando conforme los aeropuertos se convertían en lugares de inhóspita incertidumbre y, en demasiadas ocasiones, de indefensión.