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Opinion

Rentabilidad islamista

Si EE UU cayera en la tentación de intervenir militarmente en Yemen, le estaría haciendo el juego a Al-Qaida al abrir un nuevo escenario bélico en otro país musulmán

PEDRO BAÑOS
TENIENTE CORONEL, PROFESOR DEL CESEDENActualizado:

Con un mínimo de hombres -en Yemen la estimación más elevada no supera los 500 seguidores- y con acciones en muchos casos sin mayores consecuencias directas -como el último atentado fallido contra un avión en EE UU-, Al-Qaida alcanza logros de enorme trascendencia. En los frentes bélicos en Irak y Afganistán, por cada euro que invierte en preparación de su personal y en dotarlo de material ofensivo -habitualmente explosivos- consigue, según los cálculos más optimistas, destruir medios de los ejércitos adversarios con un valor mil veces superior. O acabar con la vida de un oficial o especialista cuya preparación supera fácilmente el medio millón de euros, logrando que hasta la OTAN, por primera vez en su historia, deba hacer frente a un serio déficit económico.

Al tiempo que logra que todos sus seguidores vean como perfectamente justificadas y legitimadas sus acciones, por brutales y extremas que sean, Al-Qaida va minando el apoyo de las opiniones públicas de los países democráticos a sus tropas y abre una brecha entre los ejércitos y los ciudadanos que amplía con destreza. Mientras los gobiernos y las fuerzas armadas occidentales dependen de la tecnología, deben responder permanentemente ante sus ciudadanía, están impacientes por poner fin a los conflictos lo antes posible, han de evitar que se produzcan bajas propias y precisan de una amplia logística, la red terrorista juega con el tiempo, dilatándolo hasta enfurecer al adversario. Cuenta con el apoyo incondicional de los que tienen todo por ganar, de los marginados de la globalización económica, de los que se siente acosados por la invasión cultural e ideológica de los países que se consideran más desarrollados.

Dispone de unas fuerzas que no dan el mismo valor a la vida humana, como muestra su proclividad al suicidio activo. No debe proporcionar logística alguna, ni ocuparse de la población de las áreas donde actúa, convirtiendo sus operaciones en enormemente rentables. Con un mínimo esfuerzo obtiene réditos fabulosos: hace que se extremen aún más las ya estrictas e incómodas medidas de seguridad; que los ciudadanos duden de la capacidad de sus gobiernos y de sus fuerzas de seguridad e inteligencia para garantizar su protección; que titubeen ante la conveniencia de mantener las actuales operaciones, y mucho más ante la perspectiva de abrir otra más. Y si para los occidentales es casi imposible infiltrarse en una célula relacionada con Al-Qaida, mucho más viable resulta el caso contrario, como puede ser mediante la captación de algún soldado occidental que profese la religión islámica. Mientras que para los países democráticos cualquier mínimo contratiempo es una gran derrota, para Al-Qaida el mero hecho de seguir existiendo, de que se siga hablando sobre ella, la menor de sus acciones -bien publicitadas y rentabilizadas-, constituye un éxito enorme, es el camino de la victoria. No para dentro de un año, ni de una década, sino a muy largo plazo, en una labor lenta pero tenaz y consecuente.

Sabe en qué ambientes asentarse, hacer proselitismo. Los casos son casi calcados. Busca zonas, de mayoría musulmana, donde los gobiernos sean débiles, incapaces de controlar todo su territorio ni población. En los que exista una amplia capa de desfavorecidos, de pobres, de marginados. Lugares donde florezca la corrupción. Países incapaces de repartir con justicia los beneficios de sus recursos, y en los que las rivalidades intestinas sean una realidad. Donde existan terrenos abruptos y climatologías adversas que permitan la victoria sólo a quienes los conocen y dominan desde siempre. Áreas pobladas por mahometanos que precisan de una renovada fuerza ideológica por la que combatir, en la búsqueda de un futuro mejor. Y, sobre todo, que se odie al extranjero, al invasor y al usurpador, actual o pasado. Así, triunfa en territorios como Argelia y, en general, en el Magreb, apoyado en el refugio que constituye el Sáhara. En la siempre indómita Chechenia. En el nunca conquistado Afganistán. En ciertas zonas del Sudeste Asiático. En el violento Yemen. En la descompuesta Somalia.

Sus objetivos geopolíticos no son menos inteligentes. Yemen y Somalia ofrecen la capacidad para interferir el vital tráfico marítimo que cruza, pasando por el Golfo de Adén, el Canal de Suez. Desde territorio yemení amenaza directamente, nada menos, que a la principal fuente de crudo del mundo, Arabia Saudí, pudiendo llegar a desestabilizar todo Oriente Medio. En el Norte del Cáucaso puede cortar los oleoductos y gasoductos procedentes del mar Caspio, especialmente de Bakú. En Irak y Afganistán mantiene entretenidos, a un coste fabuloso, a decenas de miles de soldados occidentales. Tiene al nuclear Pakistán en jaque. Consigue que hasta la ayuda que con la mejor intención se ofrece a los gobiernos en apuros se transforme en una baza a su favor, al poder mostrar a sus correligionarios que son 'apóstatas' entregados a los 'cruzados'.

Si EE UU cayera en la tentación de intervenir militarmente en Yemen, le estaría haciendo el juego a Al-Qaida. La apertura de un nuevo escenario bélico en otro país musulmán y contra musulmanes sería insoportable para buena parte de los mahometanos del mundo, provocando un incremento de las afiliaciones a la organización terrorista. Además, las posibilidades de salir con éxito de Yemen son tan escasas como lo fueron en su día en Somalia, y como lo son ahora en Afganistán.

Al-Qaida sigue convencida que puede ser la primera organización terrorista de la historia que consiga sus fines: acabar con los gobiernos apóstatas, aplicar la 'sharia' en todos los países musulmanes, recuperar los territorios del Islam histórico y extender la religión de Mahoma a todo el planeta. Argumentos no le faltan para ello. Ni tampoco escenarios en los que echar raíces.