Tienda Arsénico. Los probadores recibieron decenas de visitas, a pesar de que mucha gente asegura que sólo compra lo necesario. :: M. G.
Ciudadanos

A la caza y captura de la talla 40

La falta de 'stock' por la crisis se percibe en los probadores de las tiendas gaditanas

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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En las calles del centro todavía sigue la iluminación navideña. Cádiz se despereza de las fiestas en una mañana que amanece tranquila tras un primer amago de lluvia. La gente empieza a salir con bolsas a la calle. Llega el momento de las devoluciones de los regalos con los que los Reyes no estuvieron muy acertados.

Arsenio Rodríguez se lo toma con tranquilidad. Todavía tiene hasta que poner el cartel de 'Rebajas' en su tienda, Arsénico, y enfundarse un mono de taller «fashion», que es su indumentaria de trabajo. Llega incluso un poco más tarde porque ha tenido que buscar bolsas.

Las visitas más tempraneras tienen que ver con los descambios. Luis Miguel Salagaray trae uno de los regalos de sus padres. «Esta es una talla grande y no me sirve», le explica al dependiente.

Una de las primeras en llegar con ganas de comprar es Amy Beltrán. Ella hace la ruta acompañada por su madre. «No espero encontrarme con nada mucho más rebajado», confiesa mientras se prueba unas botas. «A ver si no me quedan pequeñas», espera a sabiendas de que ahora los números son más limitados.

«Como me quede mucho tiempo, verás tú», cuenta. «Me llevo este pantalón y eso. de momento, voy a buscar más cosas, me he emocionado», destaca mientras sigue a con su caza.

Fran Fernández, sin embargo, es de los que no se considera una víctima de la moda y es capaz de huir de las tentaciones: «Yo vengo, miro, y si no veo nada, me voy». «Eso es ideal, pasa de 100 euros a 60», comenta Arsenio, mientras traza la regla aritmética exacta del descuento estándar en este arranque de campaña: el 40%.

De las cortinas de un probador asoma Asun Casas. «Yo simplemente he venido por un cambio; me han regalado un jersey y lo voy a cambiar por este pantalón», dice la clienta.

Ana Márquez se lleva unas zapatillas que ha encontrado a buen precio. El vestido que se ha probado le queda un poco pequeño, pero ya no quedan tallas más grandes. «Yo dejo las compras para las rebajas, siempre te encuentras cosas buenas que merecen la pena», defiende.

Del hábito a la sorpresa. «Nosotros no estamos acostumbrados a salir de rebajas», desvela Miguel Ángel Rodríguez, a la cabeza de un grupo de jóvenes compatriotas argentinos. En su continente en marzo arrancará la temporada de otoño-invierno, por lo que es una buena oportunidad para hacer acopio.

«No estamos muy contentos, no hay nada; salimos a buscar y no hay ni grandes descuentos ni ropa buena», comenta decepcionado.

«En este perchero está todo al 50%, y en aquel de la esquina también», suena de fondo la voz de Arsenio, en una conversación cruzada que involuntariamente replica al grupo de turistas.

Parón y esperar a la tarde

En algunos momentos de la mañana se producen parones, aunque el aumento del ir y venir es progresivo. Arsenio comenta que, en cualquier caso, su público habitual suele acercarse por las tardes.

«La ropa de firma es jodida», se sincera. Y se duele: «Los meses de octubre y noviembre han sido los más duros de todos los que llevo en la profesión». «Las Navidades nos salvan para pagar», confirma.

José Freire aguanta hasta conseguir el máximo descuento: «Yo para las rebajas espero hasta el día 20, y me llevo lo que queda». Cuando se decide, viene a tiro hecho: «Yo vengo con la idea clara, a por algo que haya visto en temporada».

Ylenia López viene expresamente desde San Fernando. Su pareja, Carmelo Lacida, aguarda paciente fuera del probador. «A mí me dan igual las rebajas, yo sólo vengo a por lo que me hace falta», contrapone.

Deja un ejemplo: «Hace poco me compré un chaquetón; quedaban pocos días para las rebajas, pero es que lo necesitaba». En alguna jornada de aglomeraciones ha llegado a renunciado a comprar llegando ya a la caja: «Como haya mucha gente en la cola, no me espero».

En Arsénico todo es bullicio. En la calle, un abuelo permanece ajeno al maremágnum. «¿Qué día es hoy?», sólo sabe decir algo confuso.