Editorial

Compromiso de Estado

La intervención contra Al-Qaida debe respetar los derechos humanos y ser eficaz

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Las palabras del Rey Juan Carlos con motivo de la Pascua Militar subrayaron ayer el principal desafío al que se enfrentan las Fuerzas Armadas, que no es otro que «las amenazas complejas e inciertas» a las que se enfrenta la seguridad internacional y «los riesgos capaces de causar daños indiscriminados». Del diseño de una defensa basada en la preservación del perímetro nacional frente a potenciales enemigos exteriores nuestras Fuerzas Armadas han tenido que pasar a asumir responsabilidades globales. Responsabilidades que con anterioridad parecían exclusivas de las grandes potencias. Hoy ningún país del mundo desarrollado y libre puede escurrir el bulto respecto al esfuerzo internacional para contener y reducir la fanática ofensiva que las tramas terroristas mantienen para adueñarse de las regiones del mundo carentes de un poder constituido, perturbar gravemente la estabilidad en las sociedades de mayoría musulmana y asaltar con golpes de audacia la tranquilidad democrática del hemisferio norte. Pero la encomienda apuntada por el Rey no se limita al compromiso que han de asumir los integrantes de las Fuerzas Armadas; apela también a una ciudadanía que sigue mostrándose reacia a apoyar la intervención de tropas españolas en conflictos que percibe ajenos. Ayer, la ministra Chacón apeló a la unidad para la definición de la política de defensa; una unidad política que constituye el requisito imprescindible para que el Estado sea merecedor de la anuencia social necesaria a fin de afrontar los nuevos retos en materia de seguridad. Pero la tarea que se está acometiendo no puede descansar únicamente en la épica del combate contra el mal, sino que debe responder a criterios democráticos y a valores ligados a los derechos humanos, así como atenerse a una evaluación en términos de eficacia. Es en estos dos últimos aspectos en los que la opinión pública internacional debe permanecer especialmente alerta y crítica. Porque es imposible contribuir a la democratización de ningún rincón del planeta cuando sus habitantes pueden sentirse víctimas de acciones bélicas indiscriminadas, y porque no tiene sentido alguno dedicar ingentes medios humanos y materiales contra las bases terroristas cuando, como ocurriera en el 11-S, en el 11-M o en el último intento de volar una avión de pasajeros rumbo a Detroit, son los servicios de información e inteligencia los que fallan estrepitosamente.