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«El agua nos arrastró más de 100 metros hacia el arroyo, pero nos salvó un héroe»

Un agente de la Guardia Civil rescató a un matrimonio de una riada, que los sacó de su casa en el Marquesado

MIGUEL D. GARCÍA
CÁDIZ.Actualizado:

«Fue todo un instante. Salimos de la casa y el agua, que llegó como un 'tsunami', tumbó a mi señora. Me lancé para cogerla, pero la perdí; la riada nos arrastró fuera de la finca por el carril hasta el otro lado de la carretera. Conseguí agarrarme al quitamiedos, pero ella pasó por abajo y siguió por la cuneta. Me puse de pie y me agarré como pude, intentando inclinarme hacia ella, pero pero no llegaba. Mi mujer estaba inconsciente. Entonces vi una sombra que se lanzaba al agua y la agarró; nos salvó la vida». Quien cuenta la angustiosa escena es Enrique Barros, un bilbaíno de 69 años que desde hace cuatro vive en el Marquesado de Chiclana, y que fue protagonista de una de las centenares historias que la lluvia ha dejado a su paso devastador por la provincia, con familias obligadas a dejar sus hogares, accidentes de tráfico y cosechas arrasadas. La suya, sin embargo, es una de las más espectaculares y a punto estuvo de acabar en tragedia.

Su esposa, Rosario Fernández, casi muere ahogada cuando una tromba de agua arrastró a la pareja fuera de su finca a lo largo de 100 metros, hasta la carretera del Marquesado. Una especie de milagro evitó que la mujer cayera al cauce de un arroyo: la aparición casual de dos agentes de la Guardia Civil que patrullaban la zona y al ver al matrimonio, se arrojaron al agua para rescatar a la mujer. «Si llegan a pasar unos segundos después, no nos ven», reconoce Enrique.

El suceso ocurrió en la mañana del día 24 de diciembre. Las lluvias de aquella noche convirtieron el carril Hijuela de Patapalo que da acceso a su chalé, en un río de lodo que bajaba como un torrente desde un cerro, arramblando con todo lo que encontraba. «Arrastraba perros muertos, piedras y frigoríficos, reventó la puerta de nuestra finca y un muro; estuvimos a punto de ahogarnos».

Enrique y Rosario reconocen no ser capaces de agradecer lo suficiente a los agentes que les salvaron la vida, a los que consideran «auténticos héroes». Días después del suceso, los recibieron en su casa como si fueran sus hijos, entre besos y abrazos.