A ritmo de conga
Actualizado:Para mí que no es cosa de la crisis, sino de sentido común. Hemos pasado unos años viviendo del cuento, despilfarrando en nimiedades, y aunque me temo que todavía nos queda mucho para darnos cuenta de todo lo que sabemos que tendríamos que tener en mente antes de lanzarnos a la carrera de la rata en que hemos convertido el tránsito de un año a otro, que los cotillones iban a acabar por caerse por su propio peso era algo que se veía venir, como la crisis del ladrillo pero con trajes de lentejuelas, gorritos ridículos y matasuegras. Convendrán ustedes conmigo que estas cosas o se hacen bien o no se hacen. Mismamente, te largas a Cayo Coco con todos los gastos pagados y recibes el año tomando daikiris en vez de uvas, dándote un bañito templado con un ojo puesto en las barracudas y fardando de euros allá donde la moneda es baja y el cambio conviene. Lo de gastarte un perraje en una sola noche, allá en una nave de la Zona Franca, o en un solar del tres al cuarto que acaba petado de gente, con la excusa de la barra libre y lo guai que se lo pasa uno al día siguiente acordándose del que sirvió la garrafa, eso que hace unos años era el pan de Cádiz nuestro de cada fin de año, parece que de momento pasó a la historia. Quedan todavía unos pocos irreductibles, como el pueblecito galo de Astérix, discotecas reconvertidas ese día en no se sabe muy bien qué, donde el aforo se triplica y donde, me temo, las medidas de seguridad por si algo sale mal se encomiendan al santo patrón de los imposibles, porque por mucho que la publicidad nos mienta, donde caben dos no caben tres, o por lo menos donde caben cuatrocientos no caben ochocientos.
Lo curioso de todo esto del cotillón, que rima con botellón porque en el fondo son hijos del mismo padre, es que se impone entre la juventud más joven. No eres nadie si no pasas frío vestida de corto o con el mismo traje de chaqueta que te compraron a prisa y corriendo porque te graduabas en la ESO. Cuarenta o cincuenta euros la tirada, que se dice pronto, la primera vez que te toca aquí cerquita, donde hay confianza, la segunda o la tercera, cuando ya vas de mayor sin serlo, al Puerto, con servicio de autobús incluido porque ya dijo Steve Wonder lo de si bebes no conduzcas. Cuarenta o cincuenta euros que, por más cuentas que uno haga, no encajan con lo que te dan a cambio. Volveremos a ser ciudadanos cabales hasta que vuelva la próxima fiesta: ese megabotellón incontrolable que es el sábado de Carnaval.