El miedo nos atenaza
Actualizado:Imposible marcar fronteras al devenir de la historia, a una centuria o a un siglo. Pero determinados acontecimientos, gestados en dolorosos embarazos, acaban por estallar y ponen una cruz con nombre y fecha en algún lugar del mundo. Son de esos que ensucian la memoria colectiva, petrifican corazones y afilan el puñal del rencor y la venganza. La infancia del nuevo milenio sabe del horror de la muerte. El derribo de las Torres Gemelas, ese fatídico 11-S de 2001 que enturbió la retina de cientos de países con sus miles de víctimas agonizando vía satélite, marcó un punto de inflexión en las relaciones internacionales. La pandemia del miedo encogió a Occidente, que desplegó inéditos mecanismos de seguridad a cambio de concesiones en las libertades individuales. Así emergió la primera década del siglo, cruenta y convulsa, testigo de guerras espoleadas por fanatismos o de esas otras que engendra el hambre o el ansia de poder y tiñen de vergüenza al planeta. El 11-M, Londres, Casablanca... La vida desaparece en un vagón de tren, en la habitación de un hotel, en el asiento del metro de cada mañana.
Una respuesta contundente derribó a los talibanes afganos, capturó a Sadam Hussein y su gobierno, que ilustraba la baraja de naipes de diseño made in USA. La obsesión se llamó Bin Laden y Al-Qaida, y Guantánamo se llenó de pasajes clandestinos con presos culpables y inocentes sin derechos. Años después, el goteo de muertes civiles fluye incesante y la reconstrucción de las naciones asoladas se ralentiza y exaspera a los aliados, huérfanos de un ejército internacional que les comprometa a apechugar con los gastos del desastre.
En nombre de la destrucción de armas nucleares masivas se fraguó la guerra de Irak, en una clara violación del derecho internacional y ante la mirada impotente de la ONU. ¿A qué precio?, se pregunta Eugenia López Jacoiste, profesora de Derecho Público de la Universidad de Navarra, que no duda en suspender a todos los líderes mundiales «por no haber sabido coger el toro por los cuernos». Su colega, Luis Norberto González Alonso, profesor de la misma materia en la Universidad pública de Salamanca, responde: «Si decretamos barra libre en la lucha antiterrorista, otros conflictos también se deterioran, como el de Oriente Medio», explica, convencido de que el siglo XX no acabó en 1999 sino con la caída del Muro de Berlín.
La década ha desplazado el epicentro económico de las potencias del G-7. El G-8 pasó a la historia y el G-20 confirma la fuerza de países emergentes, como China, India o Brasil. El decenio, que empezó con el compromiso de erradicar la miseria con los Objetivos del Milenio, se ha olvidado otra vez de los pobres ante el huracán de la crisis económica. La llegada de Obama arrincona la beligerancia de su antecesor, pero no puede cambiar las coordenadas internacionales. Ni siquiera la reciente cumbre de Copenhague sobre el cambio climático. La década acaba como empezó. Con el miedo en el aeropuerto de Detroit el día de Navidad.