Fotos para recordar
Actualizado:Hay imágenes que son capaces de colonizar nuestra imaginación, de atrapar nuestros sentidos y convertirse en parte del imaginario colectivo del mundo que vivimos.
Seguro que también usted ha escuchado alguna vez aquello de que una imagen vale más que mil palabras. No es cierto, pero asumimos la frase con naturalidad porque vinculamos a las imágenes con lo que es su principal cualidad: su enorme poder expresivo, la capacidad para generar y trasladar emociones y poner ante nuestros ojos, de manera rápida y directa, fragmentos arrebatados al tiempo que hemos vivido. Quizá por eso llegamos a pensar que no son necesarias las palabras, que todo está dicho sólo con la exposición de esas imágenes ante nuestros ojos.
Es cierto que, muy a menudo, los sentidos parecen narcotizados ante la poderosa belleza cándida o dramática de algunas instantáneas, nos sentimos subyugados de tal manera por lo insólito de lo que nos muestran que creemos no necesitar nada más. El dramatismo, la certeza de que aquello que vemos se produjo en realidad nos produce tal perturbación que no somos conscientes de nada más.
Pero las imágenes son interpretadas con códigos que tienen que ver con nuestra cultura, nuestros conocimientos y experiencias personales y, aunque quizá viajen a través de la piel para incrustarse y buscar en el remoto territorio de las emociones, necesitan -en especial aquellas que no son capaces de capturar nuestros sentidos con tal intensidad- de la palabra que ancle su sentido, que explique a qué hecho corresponden, qué o quiénes son sus protagonistas.
La emoción y la documentación de acontecimientos del tránsito de los hombres por la vida son la sustancia dominante de las imágenes pero su papel es muy limitado, casi inexistente, cuando se trata explicar las sutilezas del pensamiento, las complejidades de nuestra peripecia vital.
Todos recordaremos para siempre el momento en que dos aviones se estrellan contra las Torres Gemelas y la posterior sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar. Esas escenas formarán parte de la iconografía de nuestra generación y, muy probablemente, de otras por venir, y se agregarán a las que la pintura o el cine, mucho antes, nos ofrecieron para enseñarnos a sentir, a mirar, a interpretar la realidad o, incluso, a imaginar la ficción.
Con frecuencia, los medios publican imágenes que no son capaces de aportar nada desde aquello que es su patrimonio comunicativo fundamental y cuya esencia y función son puramente utilitarios. Creo que podríamos decir, sin pretender ofenderlas, que esas imágenes son mudas. Mudas en cuanto que no son capaces de hacernos llegar nada sustancial; son pura ilustración de algún hecho o circunstancia. La mayor parte de las fotografías que conforman este retrato inexacto e incompleto de la década que acaba de concluir no son mudas en este sentido, responden plenamente a lo que es el verdadero poder de las imágenes y, por ello, ciertamente, precisan de pocas palabras.