Venceréis, pero no convenceréis
Actualizado:Esta célebre cita «venceréis, pero no convenceréis» del gran Miguel de Unamuno, la cual me descubrió mi padre hace días, es aplicable a la ridícula y a su vez grave situación en la que vive actualmente el toreo en Cataluña. Dejar a nuestra cultura en manos de la incredulidad política (la cual se vende por un puñado de votos), es consentir que esta España deje de ser tal como lo es (o como lo fue).
Una España ésta cada vez menos española, que pretende abolir las corridas de toros. Es la España que algún día dejará de serla, a la cual espero no conocer, plagada de ignorantes que presumen de democracia precisamente prohibiendo nuestra raíz, nuestra historia y nuestra sangre; prohibiendo como dictadores, como incrédulos y como traidores.
No es que me entristezca demasiado acabar con el toreo, pues el toreo yo ya lo he visto y tengo la sensación de que no necesito ver más; lo triste es lo que se hará con el toro, símbolo de dioses que se convertirá en carne de matadero, desapareciendo de sus dehesas para ya sólo pertenecer a los zoológicos, negándole su místico destino, ridiculizando su bravo instinto, mutilando su orgullo. La verdadera abolición, pues, se comete con el toro bravo; el toreo, en sí, pienso ya se ha hecho inmortal. Y yo, egoístamente, diré que he tenido el privilegio de sentir y vivir ese milagro de la inmortalidad gracias a unos toreros que ya no pisan el albero, pero que más allá diré, que ellos son en sí albero, plaza, luz y sombra. Ahora el toreo posee una luz intermitente que no se define, que ni es clara ni oscura... sino obtusa. Siguen y seguirán existiendo toreros interesantes, como José Tomás, que tanto ha luchado por Barcelona, pero premia la vulgaridad y el prosaísmo.
Cuando no haya toreo, leerán a Lorca y su exaltación a la muerte de su amigo Sánchez Mejías... «a las cinco de la tarde»; a Pepe Bergamín y su sonora «Música Callada» dedicada a Rafael de Paula, por ser el torero de la quintaesencia, así como otras obras...
Quedará esa España inolvidable e inmortal que no tendrá mucho que ver con la España a la que los políticos nos procuran someter. Una España tan impersonal como su Presidente del Gobierno que, como diría Cervantes, «de cuyo nombre no quiero acordarme»