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Sociedad

A diestro y siniestro

Se cumplen 50 años de la muerte de Albert Camus, el filósofo del absurdo, autor de 'El extranjero' y 'La peste', que atacó los totalitarismos

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Murió hace cincuenta años. El 4 de enero de 1960, el escritor Albert Camus se estrelló con su coche en la localidad francesa de Villeblevin. Se le considera el filósofo del absurdo. Lo reflejó en ensayos, novelas y obras teatrales. Fue polémico, políticamente incorrecto, escueto, conciso y preciso. Poco diplomático. Denunció los totalitarismos de izquierdas y derechas. Defendió que las ideas están al servicio del hombre, y no al contrario. Combatió las utopías apoyadas en el terror y advirtió que las dictaduras no se construyen con las virtudes de los dictadores, sino con las dejaciones de los demócratas, «porque permanecer en silencio es ser cómplice». El presidente francés Nicolás Sarkozy quiere trasladar sus restos enterrados en Lamour al Panteón de París, pero su hija Catherine se niega, porque, dice, no quiere que nadie obtenga un rédito político de la muerte de su padre.

Nació en Mondovi, hoy Drean (Argelia), el 7 de noviembre de 1913. Albert Camus era un 'pied noir', hijo de un inmigrante francés muerto en la batalla del Marne en la Primera Guerra Mundial. A su madre, recién casada y embarazada, le enviaron la bala que mató a su esposo. Se llamaba Catherine Hélène Sintes y era argelina de ascendencia menorquina. Se quedó viuda y con un niño de mantos. Lo sacó adelante trabajando como sirvienta y lo mandó a la escuela pública. El profesor Louis Germain se empeñó en que aquel chico despierto y talentoso, buen nadador y futbolista, continuara la Secundaria. Gracias a él, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Argel, siendo alumno de Jean Grenier, a quien dedicó su primera obra, 'El derecho y el revés', que vio la luz en 1937, y a quien prologó 'Las islas' (1959). Entre ambos existió una gran amistad, como consta en la correspondencia que mantuvieron entre 1932 y 1939, publicada en 1981 por Gallimard.

Durante años Albert Camus arrastra una tuberculosis, a pesar del sempiterno cigarrillo pegado a sus labios. Se casa con Simone Hie en 1932. Es actriz, bella y ex pareja de su amigo Max-Pol Fouchet, escritor, periodista y crítico de arte. El matrimonio embarranca. Ella es adicta a la heroína. En 1940 se divorcian. A esas alturas el escritor ya da que hablar en los círculos políticos argelinos. Colabora con la revista 'Alger Republicain'. Su reportaje 'La miseria de Kabylia', publicado en ese diario de izquierdas fundado por Pascal Pia, levanta tal polvareda que el Gobierno de Argelia cierra el rotativo y le corta cualquier salida laboral. Se va a París. Trabaja como tipógrafo de 'París Soir'. Estrena ciudad y pareja. Se casa con Francine Faure, que en 1945 le da mellizos (Jean y Catherine) y en 1957 le acompaña a recibir el Premio Nobel de Literatura con vestido y joyas prestadas, porque, según su hija, había atuendos que prefería no usar.

Amigos y enemigos

Jean Paul Sartre (1905-1980) marca el antes y después en la vida de Camus. Le conoce en 1943. Es un joven de familia burguesa que ha estudiado en la Escuela Normal Superior, el centro elitista por excelencia de la cultura francesa. Él es un chico de Belcourt, un barrio obrero de Argel. Se hacen amigos. Son existencialistas. Ateos. Sus obras convulsionan la Europa de entreguerras. El hombre no es más que su existencia, dicen. Hablan de la nada, el vacío y el absurdo. Pintan desesperanza, apatía, inanición. La casualidad y lo aleatorio deciden todo, defienden. Sartre publica 'La náusea' (1938), 'El ser y la nada' (1943), 'La puta respetuosa' (1946). Camus escribe 'Calígula' (1945), 'Estado de sitio' (1948), 'Los justos' (1949). Se distancian a partir de 1948, porque divergen sobre los dilemas que entonces afronta Europa: la pugna Unión Soviética - Estados Unidos, el comunismo, el capitalismo, la revolución, el compromiso político de los intelectuales.

En 1951 Albert Camus publica 'El hombre rebelde' y cuestiona a una izquierda que, con dogmas férreos y dictatoriales, se ha vuelto más reaccionaria que la derecha a la que combate. Un libro criticado con dureza por 'Les Temps Modernes', la revista cofundada por Maurice Merleau-Ponty y Jean Paul Sartre en 1945, que, en su número 82, publica el bronco cruce de acusaciones entre ambos filósofos que confirma su ruptura. Sartre identifica el comunismo y la URSS con el compromiso político del individuo con la Historia; Camus no comulga con ningún partido y critica las dictaduras a diestro y siniestro. En 'Los comunistas y la paz' (1952), Sartre lo deja claro: «Un anticomunista es un perro». Y corta con Camus, a quien reprocha recoger el Nobel de Literatura en 1957, el mismo que él rechaza en 1964 por considerarlo un desprestigio.

Albert Camus dedicó el Nobel a su profesor de primaria Louis Germain. Y le escribió una carta, fechada el 19 de noviembre de 1957 y hallada en su cartera el día de su muerte, en la que se confesaba angustiado ante un honor que nunca buscó ni pidió: «Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin su mano afectuosa que tendió al pobre niño que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto».

Albert Camus mantiene sus tesis humanistas y antitotalitarias en 'El verano' (1954) y 'La caída' (1956), que, según Sartre, es su libro «más bello y el peor comprendido». Luego ve la luz 'El exilio y el reino' (1957). Su primera novela, 'El verano' (1971), se editará a título póstumo, al igual que 'El primer hombre'(1994), el borrador autobiográfico que llevaba encima cuando murió, publicado por su hija Catherine en 1994. Aquellas 144 páginas escritas con rapidez cuentan la historia de Jacques Cormery, hijo de un francés muerto en la Primera Guerra Mundial y una española. Un personaje intermitente en el relato que refleja la vida de Camus. Se acusa a su hija de reelaborar los textos con fines comerciales. Ella lo rechaza. Desde los 17 años, dice, conocía la existencia del manuscrito, celosamente guardado por su madre: «Ella no lo quería publicar porque es un libro tan desnudo, tan poco depurado, tan en su proceso de iniciación que cualquier crítico con mi padre podía decir que era la prueba irrefutable de que estaba acabado». Ella defiende a capa y espada su memoria y desconfía de las biografías «que ponen en boca de algunas personas cosas que nunca dijeron».

Albert Camus fue un escritor absolutamente consciente de sí mismo y así lo asumió: «La obra es una confesión; debo declarar como testigo». Su credo era muy particular, señala su hija Catherine: «Estaba solo porque pensaba que la ideología debía de estar al servicio del hombre y no al revés. Por eso luchaba contra cualquier tipo de totalitarismo, incluido el comunismo. Esa posición hacía que la izquierda le considerara demasiado a la derecha, y que la derecha no le viera dentro de su ideología. Por eso nunca tuvo un apoyo político tras él». Ni compañeros de partido ni de ideología, asegura, pero sí mujeres importantes, como la actriz María Casares «que era la verdad y la vida y tenía una fuerza extraordinaria».

Insistente estupidez

No le gustaba ser considerado existencialista ni pertenecer a ninguna corriente filosófica. Camus se confesaba 'absurdista', término que explica en 'El mito de Sísifo' (1942): el hombre se percata de su absurda existencia, pero vive de acuerdo con sus exigencias. Es inocente 'a priori'; no culpable, pero sí responsable. Es ateo y prefiere la libertad absurda a la moral absurda. La vida es un 'sindios' donde el crimen resulta pueril y «el suicidio es el único problema filosófico serio». El 'hombre absurdo' posee la lucidez demoledora de los personajes de Dostoievsky, como Iván Karamazov, para quien cualquier conducta es válida.

El filósofo asume el sinsentido de la vida y el triunfo del mal sobre el bien. Lo describe en 'La peste' (1947) que asola la ciudad de Orán y sume a sus habitantes en el abismo hasta ser erradicada. Pero la plaga, advierte, es inextinguible: «Y quizá, algún día, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa». La estupidez siempre insiste, dice el creador de Mersault, el protagonista de 'El extranjero' (1942), condenado a muerte por un crimen y un jurado igualmente absurdos, más basados en prejuicios que en hechos. A pesar de todo, cree Camus, «en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio».

Nunca comulgó sin reservas con ningún partido político: «No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe». Denunció los totalitarismos de cualquier signo. Combatió al nazismo, criticó al comunismo y cuestionó al socialismo. Para él, el fin nunca justifica los medios: «Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría». El defensor del absurdo siempre mantuvo los pies sobre la tierra: «El éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo».