¿Dónde está Hillary Clinton?
Abogado y periodista (Los Angeles)Actualizado:No está claro si Hillary Clinton estará sonriendo de satisfacción o echando humo ahora que la reforma sanitaria estadounidense está a punto de aprobarse, una vez descifrado el galimatías político del Senado. He aquí que el hombre que la derrotó en la carrera a la presidencia, Barack Obama, no sólo logra sacar adelante un proyecto en el que ella fracasó en su época como lugarteniente de Bill, sino que, además, la versión aprobada en el Senado se parece más a la defendida por ella en su programa que a la que predicaba Obama. Irónico.
Lo cierto es que no es fácil saber qué piensa Hillary Clinton estos días. Contrariamente a lo que se podía esperar dada su vigorosa personalidad y reconocida ambición, la secretaria de Estado ha mantenido un perfil sorprendentemente moderado desde su ascensión a la cabeza de la diplomacia norteamericana. Ni en el debate sobre el aumento de las tropas en Afganistán ni en las negociaciones sobre cambio climático –junto a Oriente Medio, los dos platos fuertes de la política exterior estadounidense– se puede decir que la presencia de Clinton haya sido decisiva. Mientras que los generales y el secretario de Defensa, Robert Gates, parecen haber llevado la voz cantante en la cuestión afgana, el protagonismo del país en la cumbre de Copenhague sólo cobró brillo con la llegada del propio Obama al final de la asamblea. De los grandes ejes de política internacional en EE UU, únicamente en el conflicto israelí-palestino ha aparecido con voz propia la antigua primera dama, y no precisamente para reforzar la visión proyectada por su jefe (Obama) durante la campaña presidencial.
La imagen pública de la secretaria de Estado ha sido tan discreta durante este primer año de la ‘era Obama’ que hasta sus propios ayudantes de campo han salido a la palestra para reiterar que entre ella y el presidente existe una fuerte sintonía y que Clinton mantiene su protagonismo en la política internacional de su país. Sea cual sea la relación que mantienen los dos pesos pesados, casi con seguridad va a ser puesta a prueba en los próximos dos años por, al menos, dos razones.
La primera es el conflicto palestino-israelí, sobre el que, en principio, Obama y Clinton difieren significativamente. Mientras que Clinton es «percibida como ferozmente leal a Israel», en palabras del diario ‘The New York Times’, Obama ha dado muestras en sus declaraciones de un talante más neutral y menos tolerante con las acciones israelíes, por ejemplo en la cuestión de los asentamientos. La segunda razón es la campaña presidencial de 2012. No hay motivos para creer que Clinton haya abandonado la idea de hacer historia y coronarse como la primera mujer presidenta de EE UU. Si es así, cuesta creer que se mantenga en el Gabinete ocupando una posición subordinada a quien probablemente sea su principal rival. Pero eso será a partir de 2010.
De momento, Barack Obama puede tomarse un respiro y hacer inventario de un año histórico. Pero un año también en el que la ilusión y las utopías de cambio han vuelto a chocar con la áspera realidad de Washington: ‘money talks, baby’, ‘o la pasta es la pasta, nena’, que diría el Gordon Gekko de la película ‘Wall Street’. Las grandes y luminosas ideas asumidas por la inmensa mayoría de la base del Partido Demócrata tras la dura pugna en las primarias entre Clinton y Obama se han ido encogiendo y apagando para poder encajar en la ‘realpolitik’ de un país tremendamente complejo, a veces enmarañado. Cuando Obama hablaba apasionadamente de cambiar el mundo erradicando las reyertas partidistas y el cortoplacismo personalista de la política, pocos pensaban –ni siquiera él– que serían demócratas y no republicanos quienes sembrarían de minas el camino.
Si algo ha demostrado un año de gobierno y mayoría legislativa demócratas, a pesar del infatigable –y para muchos votantes de su formación estéril e irritante– esfuerzo del presidente por consensuar los grandes temas políticos, es que el consenso bipartidista en Estados Unidos está muerto y enterrado, fundamentalmente por el obstruccionismo republicano. Aunque se sospechaba que esto pudiera ocurrir, lo más inesperado ha sido que el enemigo del cambio propugnado por Obama estuviera en casa, entre los senadores tránsfugas, como Joe Lieberman, y los mal denominados demócratas moderados que, en temas como la reforma sanitaria, han actuado como correas de transmisión de los grandes intereses económicos del sector, dinamitando cualquier intento de reforma esencial del sistema.
Cabe la posibilidad de que el pragmático e inteligente Obama haya hecho sus cálculos y llegado a la conclusión de que es preciso hacer de tripas corazón y ceder a las presiones egoístas de ciertos senadores; o dar más autonomía a Hillary Clinton en la cuestión palestino-israelí para ir impulsando su programa a medio/largo plazo. Si es así, la primera reválida importante sobre lo que piensa el electorado la tendrá en las elecciones legislativas del próximo noviembre. La ironía (otra más) de todo esto en relación a Hillary Clinton es que el éxito de Obama reduce sus probabilidades de llegar a la presidencia.
Si Obama fracasa, abriría la puerta de Hillary a la Casa Blanca (a pesar de que ella y el influyente entorno ‘clintoniano’ habrían tenido una parte importante de responsabilidad). Es casi como si Goldman Sachs hubiese buscado la quiebra de Lehman Brothers para poder cobrar el seguro de AIG (’credit default swaps’, les llaman a estos instrumentos perversos). Cuando Lehman cayó, casi se fue al garete todo el sistema. Y si Obama cae, muy probablemente caería el Partido Demócrata. Hillary lo tiene complicado.