Sociedad

La conexión yemení

El terrorista del frustrado atentado aéreo de Detroit se formó en esta peligrosa república árabe, minada de revueltas y yihadistas

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Los caminos que conducen desde la vida fácil de un joven amante del hip-hop al sacrificio suicida llevan, al parecer, a Yemen. La organización terrorista más temida del mundo confirmó ayer por internet que Umar Farouk Abdulmutallah fue instruido por Al Qaeda en las técnicas del martirologio y que le facilitó los explosivos que no pudo detonar en el avión que lo transportaba desde Amsterdam a Detroit. Un fallo en el artefacto impidió que tiñera de sangre los noticiarios navideños. El rumbo de este estudiante nigeriano de ingeniería, de 23 años, se trastocó definitivamente tras la última llamada al hogar familiar, hace ya tres meses, en la que revelaba su decisión de asumir la peligrosa condición de yihadista y buscar la formación adecuada en el interior de Yemen.

Aquella despedida debió ser tan reveladora y dramática que su padre, opulento banquero nigeriano y ex ministro, decidió advertir a los servicios de inteligencia sobre las aviesas intenciones de su vástago. Ayer, el hijo iluminado ha confesado desde su cama en cierto hospital de Michigan que, tras despedirse de su acongojado progenitor, voló desde Dubai hasta Sanaa, la capital de la república árabe.

Al Qaeda ha dejado claro que Umar no empleó el pasado otoño en visitar los fabulosos tesoros arqueológicos del país, donde su familia le perdió la pista. Aunque los medios de comunicación occidentales parecen más interesados en lo que sucede en las aguas territoriales de Yemen, infestadas de petroleros y piratas, la realidad resulta aún más perturbadora tierra adentro. En los últimos tres meses, discretas crónicas han informado de decenas de muertos en combates con seguidores de Omar Bin Laden, principalmente en la provincia oriental de Shabwa, allí donde la Administración es meramente nominal.

Sin embargo, estas escaramuzas tan sólo suponen un capítulo más de la crónica militar local. El gobierno mantiene tantos frentes abiertos que hablar de situación de guerra civil larvada resulta incluso una simplificación extrema. Mientras en el noroeste una sublevación de la minoría chií ha provocado incursiones aéreas de Arabia Saudí, la población del sur alienta revueltas que reclaman la secesión para recuperar su perdida independencia. Al margen de estos conflictos, al este, el poder tribal mantiene un ancestral pulso con la Administración gracias a su poder militar, legitimación social y miseria general.

Aunque este complejo panorama puede recordar el caos somalí, las semejanzas son mayores con la situación de Pakistán, un régimen que carece de control sobre los territorios abruptos que la separan de Afganistán. En esta región Al Qaeda y los talibanes han desarrollado su potencial y puesto en jaque a los poderes establecidos a uno y otro lado de la frontera.

La tierra de los Bin Landen

Las analogías también se sustentan en la pareja existencia de una adecuada orografía montañosa y la escasa densidad de población que favorece tanto la aparición de grupos como su rápida movilidad para huir de los embates de las tropas regulares.

La actual desestabilización de Yemen se antoja ligada al regreso de aquellos islamistas que tomaron parte en la ofensiva que desalojó a los rusos de Kabul en los años ochenta. Los 'luchadores por la libertad', según la perspectiva miope de Washington, llegaron de todas partes del mundo para combatir a las tropas soviéticas y tras alcanzar su objetivo propagaron la ideología radical en sus lugares de origen, a donde retornaron como héroes de la fe y entre el aplauso público y privado.

Al regreso de curtidos 'muhaidines' se sumaba la escasa cohesión interna y la existencia de conflictos políticos nunca solucionados que facilitaban la propagación de sus tesis. La tierra natal de la familia de Omar Bin Laden parecía uno de los entornos más fértiles para desarrollar bases de reclutamiento y apoyo a la causa.

Tan sólo una década después, el amplio boquete en uno de los laterales del destructor Cole demostró que algo grave ocurría en el país. El 12 de octubre de 2000, la lancha que hizo explosión junto al buque norteamericano, fondeado en el puerto de Adén, mató a diecisiete marines. En opinión de algunos expertos en la lucha contra el terrorismo global, el espectacular atentado evidenciaba sin lugar a dudas la eclosión de otro huevo de la serpiente, aunque otros reclamaron la autoría intelectual de Sudán, un eje del mal cercano y siempre empeñado en saldar viejas deudas pendientes con la Casa Blanca.

No fue un incidente aislado. La primera década del siglo XXI ha supuesto un incremento de las acciones bélicas en el país considerado más pobre del mundo árabe. Entre los hechos más relevantes destaca la muerte durante el verano de 2007 de siete turistas españoles, incluidos dos vascos, que visitaban Marib, la capital del antiguo reino de Saba, o el secuestro de otros doce occidentales un año después. La vieja tradición de raptar extranjeros con fines lucrativos o la costumbre de atentar contra instalaciones públicas para demandar reformas daba paso a tácticas terroristas y crímenes perfectamente organizados.

Aquellos atentados fueron atribuidos a la Yihad islámica, lo que, asimismo, probaba la concurrencia de grupos internacionalistas y su creciente protagonismo frente a los levantiscos caudillos nativos. A ese respecto, la incorporación de antiguos reclusos de Guantánamo a las filas yemeníes de Al Qaeda incluso ha sido documentada por vídeos colgados en la Red.

Desplazamientos masivos de civiles

El país que ha conocido Umar, el ex estudiante tranquilo, poco tiene que ver con la tierra de sus antepasados, característica que lo puede identificar con el líder de Al Qaeda, al igual que su común pertenencia a una élite acomodada. En los últimos dieciocho meses, Washington ha empleado instructores del máximo nivel en la lucha contraterrorista y 70 millones de dólares, más del doble de la partida dispuesta en el período anterior, para equipar y entrenar a las fuerzas de seguridad locales, tanto costeras como de interior.

Como ocurre en Afganistán, la población, sobre todo en las áreas rurales, se ha convertido en el daño colateral de atentados selectivos acompañados de operaciones de castigo, generadores de desplazamientos masivos de civiles.

El pasado otoño ha supuesto una escalada sin precedentes en la lucha contra los radicales, lo que también manifiesta el incremento de su presencia y actividades. A lo largo de diciembre, los portavoces castrenses han dado noticia de choques de envergadura. Tan sólo durante la semana previa a la Navidad se notificó la muerte de 60 supuestos militantes como consecuencia de raids aéreos.

La relación de víctimas incluía la figura de Anwar al Awlaki, un imán de origen estadounidense pretendidamente vinculado con el psiquiatra perturbado que provocó la matanza de Fort Hood. Una vez más, las vías que parten de la apología fundamentalista confluyen en algún remoto paraje de Yemen.