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Opinion

Terror múltiple

El secuestro de los cooperantes cumple un mes con una especial actividad de Al-Qaeda

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El terrorismo directa o indirectamente relacionado con la 'base' de Al-Qaeda ha vuelto a dar señales de especial actividad cuando se cumple un mes del secuestro de los tres cooperantes catalanes a manos de su franquicia magrebí. El hecho de que ésta haya reivindicado también la captura de una pareja italiana al sur de Mauritania revela hasta qué punto la red que opera en torno al Sahel africano es capaz de extender sus tentáculos por un vasto territorio. Este dato, unido a la posibilidad de que Yemen se haya convertido en una nueva retaguardia para el terrorismo de raíz islamista -hipótesis avalada al parecer por el joven nigeriano que trató de volar el avión de Detroit- refleja la constante modificación de los vínculos en los que se sustenta la trama fundamentalista. Una trama que persigue condenar a las sociedades occidentales a una situación de permanente inseguridad, como ha vuelto a quedar patente con los controles más restrictivos en los aeropuertos; al tiempo que trata de desestabilizar los países de mayoría musulmana y librar su particular 'vendetta' contra aquellas versiones del Islam que el salafismo repudia. Ayer mismo, el terrorismo de obediencia suní volvió a aprovecharse de la fiesta chií de la Ashura para provocar una matanza en la ciudad paquistaní de Karaschi. Es inimaginable una interpretación más fanática de la diferencia religiosa, capaz al mismo tiempo de arremeter contra los considerados infieles mientras trata de eliminar la competencia de fe más próxima. La seguridad de los países occidentales y de sus ciudadanos está sometida a la amenaza cierta de un terrorismo impredecible y con estructuras operativas muy difíciles de aprehender. El secuestro de los tres cooperantes españoles está siendo respondido tanto por los más directamente afectados como por el conjunto de las instituciones y de las fuerzas políticas con una actitud sumamente discreta, es de suponer que por cautela y responsabilidad. Pero, al cumplirse un mes del cautiverio, cabe preguntarse si el silencio no responde también a un preocupante desinterés público, derivado en buena medida del enigma que rodea a los secuestradores, de la falta de información sobre sus intenciones reales, y de la distanciada gestión que el Gobierno se ve obligado a realizar para tratar de liberar a los rehenes cuanto antes.