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La voz crítica de un régimen que ayudó a crear

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En un país hecho a la medida de los clérigos resulta paradójico el silencio de las autoridades iraníes ante la muerte del ayatolá Alí Husein Montazeri, una de las máximas autoridades del chiísmo y el olvido de uno de los arquitectos de la república islámica. Nacido en 1922 en Nayafabad, provincia de Isfahán, en el seno de una familia campesina, a los doce años ingresó en el seminario donde se encontraría con su profesor, el imán Jomeini.

Durante los años de resistencia frente al sha fue el hombre de confianza de Jomeini quien, obligado a exiliarse, tuvo en Montazeri a su pilar y altavoz en suelo iraní. Este apoyo le llevó a pasar por la cárcel. «Es el fruto de mi vida», dijo Jomeini de él y en 1985 la Asamblea de Expertos le designó sucesor del imán. Los desencuentros personales posteriores le llevaron a perder esta posición a favor de Alí Jamenéi, que tuvo que ser elevado a ayatolá. Se convirtió en una voz disidente dentro de un sistema que él mismo había ayudado a construir.

Su forma de pensar, además de su defensa de las minorías religiosas o las recientes fatuas contra el Gobierno de Ahmadineyad le llevaron a convertirse en un referente entre aquellos que buscaban alternativas al discurso único de las autoridades. Una opción que Teherán intentó acallar a través de un arresto domiciliario, pero que nunca pudo silenciar debido al enorme peso religioso de una persona cuya muerte el domingo abre un periodo muy complicado para el régimen.