Sociedad

La hormiga atómica

«Si Pablo Motos no está en la cárcel es porque tiene una Virgen que lo protege». El presentador de 'El Hormiguero' hace examen de conciencia junto a Juan Herrera, cómplice de éxitos y disparates

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Pablo Motos conduce de lunes a jueves 'El Hormiguero', pero bien podría regentar «una tienda de cojones y testículos. No he conocido a nadie que tenga más». Desde luego, no es la manera más fina, pero quizá sí la más gráfica de presentar a este tipo del todo inusual, que cada noche se cuela con una legión de bichos raros, no sólo insectos, en las casas de miles de españoles y, para mayor descaro, a la hora punta de la cena. Lo mismo parodia a Rajoy aliviándose en el Congreso, que fabrica en directo la bomba del eructo. Aunque tampoco es para escandalizarse tanto. Al fin y al cabo, son sólo más disparates a sumar a los incontables que ha protagonizado en sus 44 años de historia. De hecho, «si no está en el manicomio o en la cárcel, es porque tiene una Virgen que lo protege».

Los entrecomillados del párrafo anterior hay que ponerlos en boca de Juan Herrera, que es el padre intelectual de Trancas y Barrancas, las reinas de 'El hormiguero', pero podría ser también el de Pablo Motos. De hecho, es una de las personas que mejor lo conoce y el único que, «a los 18 ó 19 años», era capaz de hacerle madrugar. «Me levantaba a las siete para escuchar a Juan en el programa de RNE 'Jack, el despertador'. Cuando acababa, me zampaba un bocata de lomo y un carajillo, y vuelta a la cama». A digerir el emparedado y las ocurrencias de aquella socarrona voz radiofónica que también se ensañaría con los japoneses de 'Humor Amarillo': a Herrera le tocó narrar sus torturas y torpezas, para desternille del mozo pelirrojo de Requena, Valencia.

«Yo era un 'friki'... Tenía los vídeos grabados», y unas ganas ciegas de ver el rostro de aquel retransmisor oficial de culadas niponas. Por fin el duende de las ondas obró el milagro: cuando Pablo rondaba los veinticinco y Juan una década más, «coincidimos en el programa de Julia Otero en Onda Cero». Sintonizaron de inmediato, empezaron a «hacer bastantes tonterías juntos»... y hasta hoy, en que uno presenta y dirige el 'talk show' de Cuatro y el otro, Juan, pone la voz en off, muchas ideas y un poco de cordura...

Tampoco demasiada. Desde la primera pregunta, la conversación entre ambos degenera en una sucesión improvisada, pero brillantemente hilvanada, de genialidades, anécdotas y reflexiones, que acaban por caracterizar a Pablo como un «marciano»: un «extraterrestre» que mira a la Tierra y a sus inquilinos con extrañeza y curiosidad, y les aplica una lógica que, de tan simple, escapa a las inteligencias estándar. El que ha sido guionista de 'El Club de la comedia' se deja la vida en disfrutarla a tope y se toma muy en serio su deber de reírse de ella.

Hijo de cocinero y de ama de casa, llegó bien niño a la conclusión de que «los castigos físicos de mis padres eran muy breves comparados con lo que podía conseguir a cambio». Por eso «tiré la tele en blanco y negro delante de sus narices». El trasero le quedó como nuevo, pero también estrenó televisor. No quedó otra que comprar otro, y en color: justo el fin que pretendía.

«Otro día, mi hermana y yo inundamos la casa para que resbalara mejor el suelo», confiesa Pablo, seguro de que sus progenitores «corrían mucho más peligro que los Tedax». Por eso, ahora se encuentra «en permanente sensación de culpabilidad con ellos y trato de hacerles siempre regalos... De hecho, si yo no he tenido hijos, es porque, si salieran como yo, no lo soportaría».

Herrera discrepa. Opina que, bien mirado, con perspectiva de 'Humor Amarillo' tal vez, aquellas travesuras eran «gestos plenos de nobleza y hasta de demasiada generosidad». «Porque el mundo está lleno de gente que hace lo mismo que tú, pero de espaldas. Tú diste a tus padres el gusto de 'hostiarte' con satisfacción. Sin la mala conciencia de no saber si habías sido tú».

-¿Fuiste niño superdotado?

-Bueno, te voy a decir... mentalmente, no...

Sin entrar en otros atributos, su resignada madre le adivina una «inteligencia estrafalaria», de esas que se las saben todas... menos las tablas de multiplicar o las capitales... Repitió séptimo de EGB, una experiencia «sensacional que recomiendo», y acabó cogiendo la rama de electricidad en FP. Chispa no le faltaba, desde luego. De hecho, «para demostrarle al profe que no me interesaba la clase pero sí sabía de luces», ideó una lección práctica.

Profesor electrocutado

«En un recreo que estaba castigado, conecté las treinta mesas del aula a una fuente de electricidad». De regreso a sus sitios, los compañeros empezaron a notar con desasosiego que se electrocutaban. Ni el maestro se libró: «Estaba en una postura que pedía a gritos que le enchufara, así que le metí una descarga que dio un brinco...». El único error que cometió el iluminado de Pablo fue enlazar todos los pupitres... menos el suyo. Un pequeño fallo que le costó la expulsión y un 0,1 de media en el trimestre, si bien él considera que merecía sobresaliente. «Encima de que probé que aquel taller era una mierda... ¿Cómo se pueden poner mesas metálicas?».

La misma habilidad para tocar las narices la desarrolló con la guitarra. Aprendió a dar los primeros acordes con Jesús, que era gitano, peluquero y, sobre todo, el padre de la Mari. Aunque «fea con bastante intensidad», la chavala «me tenía loco. Por fin, un día me atreví a decirle que me gustaba. 'Pues tú a mí no', me contestó».

Creyó morirse pero, en realidad, aquel veinteañero productor de anécdotas al por mayor estaba a punto de nacer a su segunda vida: la del Motos «hiperresponsable y trabajador». Empezó a impartir clases de guitarra «a gente pija» y, sin saber bien cómo, «me convertí en un ser respetable. Comprendí que por el lado del prestigio también podría conseguir libertad y comprarme cosas raras sin dar explicaciones. Un atril, por ejemplo».

-¿Para sujetar las partituras?

-No... para leer en el váter...

Lo siguiente, claro, fue tirar de la cadena. Pero de la de radio. Se había iniciado también como pinchadiscos y un día consiguió que le dejaran promocionar su discoteca desde Radio Requena. Resultó que en aquel estudio estaba «el amor de mi vida». Ya no era la Mari, qué va. Eran las ondas, «esa experiencia tan acojonante y personal», de la que no pudo separarse. No tardó en abrirse un hueco en Onda Cero Valencia, en la sobremesa, justo antes de 'Las tardes de Julia'.

Cuando la locutora fue a Levante para emitir desde allí varios días, el principiante aprovechó el primer encuentro para afearle que «era muy dura con las entrevistas». «Te pongo un carajillo y verás qué bien haces el programa de hoy», le soltó. La del flequillo rubio tragó con el café y con la osadía, y el de la barba pelirroja se autonombró «director general de carajillos de Julia Otero». El puesto implicaba prepararle uno cada tarde, mientras permaneció en la capital del Turia.

Acaso porque el ron surtió efecto, Onda Cero decidió adelantar el comienzo de 'Las tardes de Julia', lo que, fatalidad, supuso cargarse el espacio de Pablo Motos en Valencia. Así que al cesado no le quedó otra que plantarse en Barcelona y hacer valer su cargo: «Soy el de los carajillos», se identificó ante la Otero. Ella «pidió dos carajillos, me hizo una prueba y me soltó: 'estás contratado'». La hormiga atómica en ciernes se espantó. «No podía seguir allí con Julia después del sí. Fingí que tenía que irme y me pasé seis horas jugando al futbolín».

«¡Vaya mierda de muerte!»

«20.000 pesetas» le costó el desfogue. Fue el primer precio del éxito que, en adelante, empezó a coleccionar. Primero, en la radio y, desde 2006, en la tele. Casi siempre al lado de su pareja y guionista de 'El Hormiguero', Laura, y de Juan Herrera, que «francamente no compraría» las pastas dentales o refrescos que anuncia Pablo, pero que no se cansa de hacerle propaganda. «Puedes tirarse una semana para desatascar un pequeño nudo de un guión». Y sus doscientos colegas del programa tardan parecido en evacuar. «Con él no va nadie ni a mear. Es supertrabajador e insobornable. Nunca falta».

De hecho, hace siete años, «escapó de la UVI para currar». «Sufrí una crisis asmática grave. Me dijeron que podía morir en cinco minutos. '¡Vaya mierda de muerte!', pensé. Porque, hombre, mueres en la puerta de El Corte Inglés, y ha valido la pena, pero en un pasillo, mirando a un señor feo y con una iluminación con la que ni Richard Gere sale guapo...».

El entonces presentador de 'No somos nadie' se negó a aceptar aquel fin tan vulgar y se largó arrancándose los tubos, «con el culo al aire y esos baberos...». Antes que a nadie llamó a Juan, que no se sorprendió. «He visto tragasables de todo tipo, pero él es el único que se los traga de verdad». A las pruebas televisivas se remite: «si se mete en un tanque de pirañas, tienen que ser de verdad. Y que no hayan comido, además».

No debe deducirse de lo anterior que este valenciano sea «un locuelo adrenalítico». Él mismo confiesa que, cada noche, antes de que salgan Trancas y Barrancas, experimenta un hormigueo en el estómago y «deseo que se vaya la luz en toda España porque estoy cagado». Pero, según Juan, «es más fuerte su deseo de hacer un buen producto, algo que en la tele no interesa a nadie. Si hubiera empleado otras técnicas, en lugar de un Ondas tendría cinco, y doce veces más dinero». Sí se ha ganado, al menos, el honor de ser la versión catódica de José Tomás: «sólo sabe salir o por la puerta grande o por la enfermería». Nunca por la calle de en medio.