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Editorial

Amenaza fundada

El atentado fallido contra el avión de Detroit recuerda la persistencia de un terror global

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La detención de Umar Farouk Abdulmutallab, tras accionar infructuosamente el explosivo que portaba en un avión con 278 pasajeros a punto de aterrizar en Detroit procedente de Ámsterdam, ha vuelto a recordar la persistencia de una amenaza terrorista de potenciales consecuencias globales que las sociedades occidentales han tendido a limitar a Irak, Afganistán o Pakistán. Sin duda porque sus propios gobiernos han tratado de alejar el foco de la alarma de sus países hacia lugares en los que Al-Qaida sigue refugiándose y planeando sus atentados. El hecho de que un joven nigeriano que, al parecer, constaba en los listados de sospechosos por supuesta pertenencia a círculos terroristas intentara la masacre el día de Navidad demuestra la virulenta inquina que el extremismo terrorista anidado en el Islam mantiene contra los infieles. La amenaza adquiere formas tan escurridizas o evanescentes que ayer resultaba difícil saber si el detenido actuaba bajo las directrices de un plan organizado o por cuenta propia. Es también por lo que la opinión internacional tiende a diluir la extrema gravedad de esa amenaza, como sin ir más lejos está ocurriendo con la suerte de los tres cooperantes secuestrados por la franquicia del grupo de Bin Laden en el Magreb. Desde que el 6 de enero de 1995 fuera desarticulada la trama de Al-Qaida involucrada en el 'proyecto Bojinka' -la tentativa de hacer estallar artefactos explosivos en 11 vuelos sobre el Pacífico de manera simultánea- y el 24 de diciembre de 2001 se procediera al arresto de un terrorista cuando trataba de explosionar un sistema alojado en su zapato en un aparato que se dirigía de París a Miami, los servicios de información y seguridad occidentales han sido conscientes de que el terrorismo de raíz islamista se había fijado como objetivo la pavorosa voladura de aviones en pleno trayecto. El antecedente de la destrucción del vuelo de la Pan Am en Lockerbie el 21 de diciembre de 1988, que acabó con la vida de 259 personas, parecía inspirar a quienes estaban dispuestos a morir matando a los pasajeros con los que habían embarcado. Las medidas de seguridad en los aeropuertos pueden resultar enojosas, e incluso ineficaces teniendo en cuenta cómo las sorteó el presunto terrorista de Detroit. Pero la alerta no está ni mucho menos infundada.