Militares entre paz y guerra
Las misiones exteriores han convertido a las Fuerzas Armadas en la institución más valorada, pero el riesgo de las operaciones alimenta de nuevo el 'no a la guerra'
Actualizado:Desde los tanques en la calles de Valencia durante la intentona golpista del 23-F a la presencia del Ejército en los Balcanes como fuerza de paz sólo pasó poco más de una década. Un breve periodo, pero un gran salto que puso del revés la percepción social sobre las Fuerzas Armadas. Convertidas hoy en una suerte de gran ONG global, la ciudadanía, en general, apoya su papel solidario y humanitario, pero ese respaldo se agrieta si sus acciones conllevan riesgos físicos o los objetivos son bélicos.La metamorfosis del Ejército ha sido coherente con las convicciones pacifistas de las que presumen los españoles, unos sentimientos a los que no es ajena la historia de espadones, dictaduras y autoritarismo que han jalonado la vida castrense hasta hace apenas tres décadas. El perfil autoritario y antipático que perseguía a los uniformados ha dado paso a una visión solidaria gracias al papel de las operaciones en el exterior, según coinciden militares, analistas y estudios de opinión. El medio centenar de misiones de paz en cuatro continentes desarrolladas desde 1989, en las que han participado más de 100.000 militares, ha consolidado a las Fuerzas Armadas como la institución más valorada por los españoles. La última encuesta del CIS otorga a los militares un aprobado holgado, 5,96, por delante de la Monarquía y la Policía. Además, tres de cada cuatro defienden estas intervenciones internacionales, y más de la mitad de los ciudadanos considera que han mejorado nuestra imagen como país, según el barómetro de noviembre del Instituto Elcano. «El Ejército tenía la necesidad de romper con los mitos del pasado, como fuerza garante del orden institucional, autoritaria, jerárquica y alejada de la realidad social. Las misiones de paz vinieron a simbolizar aperturismo y cercanía a los valores que preconizaban la mayoría de los españoles», explica Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Instituto Elcano.
El punto de partida hay que buscarlo en el cono sur africano. A finales de 1988, una delegación del Gobierno presidida por el embajador Máximo Cajal concertaba con Naciones Unidas la incorporación de España a las misiones de los «boinas azules». Comenzaba así una etapa que ha influido «de manera decisiva» en la evolución y modernización de las Fuerzas Armadas y han tenido una «importancia primordial» en la política de seguridad y defensa de España, asegura el Jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Fulgencio Coll.
Angola y Namibia fueron los primeros destinos. Las operaciones de paz estaban vinculadas a la exigencia sudafricana de que las tropas cubanas debían abandonar el territorio angoleño antes de conceder la independencia a Namibia. Se enviaron nueve aviones de transporte de personal y ayuda humanitaria con unos 80 efectivos.
A su regreso, el teniente coronel José Rodríguez, jefe del contingente español, contó su experiencia: «Nada más bajar del avión, la película de nuestra imaginación dejó paso a la realidad: un país destrozado y empobrecido tras 15 años de guerra en el que vagaban cientos y cientos de jóvenes por las calles». «Recuerdo que al saludar a un anciano negro me dijo que era la primera vez que daba la mano a un blanco», añadía el teniente coronel Antonio Zahonero.
Desde el punto de vista profesional, la primera prueba internacional fue muy gratificante para los oficiales. «Hemos participado en una operación real, vivido en un país en guerra, conocido un régimen comunista y compartido experiencias con oficiales de diferentes razas, culturas, religiones e ideologías», rememoraba el también teniente coronel Vicente Zaragoza. Eran las impresiones de unos novatos acostumbrados a la estrecha vida cuartelera sin más horizonte que los cambios de destino dentro de España.
Siguieron nuevas intervenciones en El Salvador, Haití y Guatemala. Por vez primera España ostentó en Centroamérica la jefatura de una operación internacional. Un centenar de 'boinas azules' intervinieron en 1990 en la desmovilización voluntaria de la resistencia nicaragüense. Una «compleja» operación que aún recuerdan algunos oficiales retirados.
Pero si hay un conflicto que marcó un antes y un después ésa fue la crisis de los Balcanes. Es el ejemplo más ilustrativo de la evolución de las misiones de paz y la progresiva incorporación a las mismas de organizaciones regionales de seguridad como la OTAN y la UE. Además, ahí sí cambió la imagen de la opinión pública sobre las Fuerzas Armadas.
Intervención en directo
Eran los primeros años noventa en el patio trasero de Europa, la limpieza étnica en la ex Yugoslavia estaba en marcha y la sensibilidad, a flor de piel. «Muchos medios de comunicación cubrieron la guerra y mostraron la actividad humanitaria que llevó a cabo el Ejército en una situación de violencia continúa. Y eso caló», cuenta el brigada José Luis Gutiérrez, miembro del contingente desplegado entonces en Bosnia- Herzegovina.
La de los Balcanes es la misión más larga y numerosa de todas cuantas han participado las Fuerzas Armadas. Se cumplen ahora 17 años y por ella han rotado 30.000 soldados. Normalizada la situación, la ministra de Defensa, Carme Chacón, anunció la pasada semana en el Congreso que los objetivos militares se habían alcanzado y que en febrero comenzaría el repliegue progresivo de los 262 militares que aún quedan desplegados.
El éxito público de esta operación tiene que ver con su «marcado» carácter humanitario y de pacificación, a diferencia de otras intervenciones en exclusiva militares, como la de Irak. «Para los españoles ni Bosnia ni Líbano ni Afganistán son Irak. Si los objetivos se consideran legítimos y existen expectativas de éxito no faltará el apoyo. Pero si prima el carácter bélico no dudo en que volvería el espíritu del 'No a la guerra'», precisa Arteaga.
El investigador del Instituto Elcano cree que esta visión del Ejército es un tanto idílica, ya que la opinión pública no cuenta con toda la información sobre la labor de los soldados. «Ni sabemos -dice- qué hacen cada día en el plano operativo ni conocemos el carácter militar de sus acciones». Arteaga cree que la valoración sobre el terreno sólo se puede medir por el número de enfrentamientos graves o la ausencia de denuncias contra los militares. «Si esto se pusiera en valor la percepción de las Fuerzas Armadas sería diferente», apunta.
La opinión pública alemana, por ejemplo, castigó con dureza a su Gobierno y al Ejército por ocultar un bombardeo en Afganistán que acabó con la vida de decenas de civiles. Asimismo, la ONU tiene abiertas varias investigaciones sobre posibles abusos sexuales cometidos por medio centenar de 'cascos azules' de diferentes nacionalidades en misiones de paz en África. Incidentes que, como es lógico, afectan la reputación del organismo multilateral.
España no ha pasado, al menos todavía, por ese trago ni tampoco tiene precedentes de misiones con bajas significativas en enfrentamientos que provoque un rechazo masivo de los ciudadanos. En 20 años, han fallecido 150 soldados en misiones de paz, en su mayoría accidentes. Si bien es cierta la premisa de que a mayor amenaza menor respaldo, las cuatro operaciones vigentes: Afganistán, Líbano, Somalia y Bosnia, mantienen importantes porcentajes de apoyo pese al creciente riesgo de algunas de ellas.
Sobre Afganistán, por ejemplo, es recurrente el debate político sobre el perfil de la operación. ¿Estamos ante una misión de paz o una guerra al uso? Una cuestión que ha bajado hasta la calle. El Gobierno defiende a capa y espada su carácter humanitario y democrático, pero los diferentes grupos parlamentarios piden al Ejecutivo que aclare sus cometidos.
El diputado de IU Gaspar Llamazares, manifiesto opositor a la misión afgana, ha reiterado por activa la necesidad de distinguir entre las misiones de construcción de paz, Líbano o Kosovo, y las que se basan en la imposición, Afganistán o Irak. «Es un ejercicio de transparencia asumir la realidad de cada intervención», defiende. De lo contrario, añade, «asistimos a una confusión cívico-militar que presenta al Ejército como una ONG cuando no lo es».
Que se lo digan a Rubén López, el soldado albaceteño que perdió una pierna en un atentado en Afganistán hace dos años. En el ataque murieron dos compañeros y originó la primera polémica seria sobre la seguridad de los soldados españoles en misiones de riesgo como la afgana. Las encuestan son coincidentes: los ciudadanos reclaman mayor protección para sus uniformados , sin embargo, se da la paradoja de que a la pregunta de si aumentarían los presupuestos anuales de Defensa la respuesta es unánime, no.
Para el analista Arteaga esta contestación demuestra «que no hay un criterio homogéneo para valorar a las Fuerzas Armadas», y, entretanto, la conexión con la opinión pública se mantiene firme. Otra cosa bien distinta, concluye, es predecir la reacción ciudadana si aumentan las bajas en misiones de elevado riesgo, como la de Afganistán, la gran reválida para el Ejército en los últimos veinte años y, seguro, el principal caballo de batalla de los próximos tiempos.