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Niñas. Cuando sus padres no las mandan a la escuela porque está lejos, les regalan bicicletas. :: ÁLVARO YBARRA ZABALA/REPORTAGE BY GETTY IMAGES
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El milagro de los intocables

La Fundación Vicente Ferrer ha devuelto la dignidad a los cuatro millones de habitantes del distrito indio de Anantapur

:: MARIFÉ ANTUÑA
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La primera escuela para niños ciegos se creó en Anantapur en 1995. Tenía tres alumnos, una profesora, un cocinero, una cuidadora y un futuro de lo más incierto. Cuenta Dasarath, que hoy se ocupa de todos los centros escolares para discapacitados, que cuando la inauguraron sólo pensaban en cerrar. Pero un buen día llegó Vicente Ferrer y dijo: «Podemos hacer diez como éste». Él llegó a ver cinco sólo para invidentes y al 100% de la población con discapacidad escolarizada. Nadie duda hoy de que habrá más. La ambición desmedida es la máxima que rige la lucha contra la pobreza de la Fundación Vicente Ferrer, para la que el límite, como solía decir el 'father' (todos le llaman así en Anantapur), está en el cielo.

Cuarenta años de trabajo incansable en este distrito del estado indio de Andhra Pradesh han dado para mucho más de lo imaginable. Pero sigue siendo insuficiente para quienes están empeñados en que las mujeres pinten algo en la vida diaria, en que ningún seropositivo se quede sin tratamiento, en que la misma operación quirúrgica a la que puede ser sometido un señor de Albacete se le practique a un paria de una aldea remota y en que todo el mundo tenga un techo bajo el que dormir. Como la realidad ha demostrado que el sueño de Vicente y de Anna, su esposa, es posible, lo que ha ocurrido en este distrito con cuatro millones de habitantes se ha bautizado como el milagro de Anantapur.

Con 41 millones de euros de presupuesto, la fundación acaba de dar el salto al vecino distrito de Kurnool. En total, 1.900 trabajadores desarrollan su tarea en 2.313 aldeas. Dicho de otra forma, beneficia directamente a 2,5 millones de personas y a cuatro millones de forma indirecta. Centrada especialmente desde sus orígenes en los dalits o intocables y los grupos tribales, atiende a todo aquel que lo necesite en seis áreas diferentes: educación, sanidad, vivienda, mujer, personas discapacitadas y ecología.

Detrás de los números están las letras que escriben las historias de personas como Raju. Tiene 16 ó 17 años, nadie lo sabe con exactitud, porque un buen día apareció abandonado en el campus de Uravakonda, uno de los cinco de la fundación. Tenía seis años y no podía oír. Y allí se quedó, estudió y ahora está animado a hacer los exámenes de décimo curso para optar a un puesto del Gobierno. Echa una mano Raju en lo que haga falta en la escuela para niñas con discapacidad intelectual, visual y auditiva de Bukaraya. Es un internado al que acuden las menores de distintas aldeas para recibir formación acorde con su situación. Da gusto verlas vestidas con su florido punjabi y su pizarra en la mano. De tiza o braille.

No hay límites. Eso dijo el 'father' -el ex jesuita catalán falleció el pasado junio a los 89 años- y por eso Saray y Andrea, dos de los muchos voluntarios de la fundación, han hecho del centro para paralíticos cerebrales de Kuderu su casa durante una temporada. Son terapeutas ocupacionales. Trabajan con 47 chicos.

La pobreza se palpa en la India a cada paso, pero en Anantapur no hay hueco para el desánimo. Hay que hacer más y más con una adaptación total al territorio y a sus costumbres. Si los padres no mandan a sus hijas a la escuela secundaria porque está muy lejos, la fundación se encarga de aportar bicicletas. Algo tan prosaico puede ser clave para acabar con la discriminación de la mujer en una sociedad tremendamente machista. Por eso la educación es una de sus puntas de lanza, con una amplia red de colegios de refuerzo en primaria.

La sanidad es otro de los puntales. Nadie se quedará sin ser atendido en sus hospitales. De eso sabe mucho el doctor Kannaan, que muestra con orgullo infinito las instalaciones del hospital general de Bathalapalli, donde se hacen todo tipo de cirugías, en muchas ocasiones a través de laparoscopia para que la recuperación del enfermo sea rápida y, por tanto, lo menos onerosa para unas arcas de familias sin recursos. Tiene 250 camas, 60 médicos, 211 enfermeras y atiende un millar de consultas diarias. Si este servicio no puede afrontar una operación, se traslada al paciente a Bangalore o donde sea menester. Eso le ocurrió a Naresh, que hoy tiene 17 años y está apadrinado, lo que le garantiza cobertura sanitaria gratuita. Necesitó un trasplante de médula y lo tuvo. «Estoy muy orgulloso, la fundación le ha dado otra vida a mi hijo», dice Obulesu, su padre.

Las mujeres se han hecho fuertes

Las historias se cuentan por millares, y no siempre con final feliz. Entre otras cosas porque el sida golpea fuerte en Andhra Pradesh, y por eso en Bathalapalli hay un hospital específico donde trabaja el médico Gerardo Uría. Él conoce el drama de tantas y tantas mujeres infectadas de VIH por sus maridos.

Las mujeres, siempre las víctimas. Las que se casan con quien la familia dispone, las que paren a sus hijos y los crían solas, las que trabajan la tierra... Y las mismas que están empezando a despertar de su letargo, aunque aún de forma muy lenta. En el centro de planificación familiar de Anantapur no se practica ni una sola vasectomía. Sólo ligaduras de trompas. Con dos hijos se recomienda esta operación, y allí están 120 mujeres casi recién paridas cada semana, con sus bebés de dos semanas y una suerte de orejeras embadurnadas de ajo alrededor de la cabeza para evitar infecciones durante la lactancia. Dos hijos son suficientes si uno de ellos es varón.

Pero las mujeres que Anna y Vicente encontraron en 1969 cuando iniciaron su aventura no son las mismas. Los shangam o asociaciones, que también funcionan para otros colectivos como el de los discapacitados, las han hecho más fuertes. Unidas, se benefician de los programas a través de los que pueden recibir alimentos para sustentar a sus familias, pero sobre todo les inyectan toneladas de dignidad, autoestima e identidad. Dice Doreen Reddy, que es quien se encarga de todos los programas dirigidos a ellas, que el camino hacia la igualdad es muy largo. Por lo menos ha dejado de ser un drama irresoluble regresar a una aldea de Kadiri después de pasar por los burdeles de Kerala, a los que llegan por engaño muchas mujeres indias y a veces hasta con el beneplácito de sus maridos. Ahora, en Kadiri, hay un centro de asesoramiento, una doctora, talleres para aprender a coser, a encuadernar y a hacer barritas de incienso... De allí vuelven a casa con un trabajo remunerado que les permite mantener a sus familias solas.

Si además quieren criar búfalos o corderos también pueden contar con el dinero del Fondo de Mujeres y sus microcréditos. Nagalaxmi, del shangam de Mary Matha Mahila, tiene treinta años, dos hijos y unas búfalas a las que alimenta para vender su leche. Aún recuerda cómo hace años los intocables no podían beber leche porque las castas superiores pensaban que si lo hacían morirían las crías de los animales. Ahora son esas mismas castas quienes acuden donde Nagalaxmi a comprarle su leche. «Estoy orgullosa de ser una mujer», dice con los ojos empañados.

La fundación ha construido además casi 28.000 viviendas y más de 2.300 estructuras de captación de aguas. Cuentan quienes iniciaron esta aventura que las tierras de Anantapur tenían antaño un tono tostado y un aspecto resquebrajado. Hoy se ha recuperado el verdor de un paisaje apacible salpicado de pozos, de árboles frutales y de novedosos sistemas de riego.