:: TEXTO: FRANCISCO APAOLAZA :: FOTOGRAFÍA: ABED AL HASHLAMOUN/EFE
Sociedad

Tallar la paz en Belén

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Su gesto es antiguo, aprendido en millones de intentos. El artesano talla una imagen de Jesucristo con un minúsculo cincel. En esencia, la imagen que propone Abed Al Hashlamoun resulta apacible.

La cosa cambia cuando se abre el foco. Alrededor del pequeño trozo de mundo que ha retratado el fotógrafo de EFE se presiente Belén, una pequeña ciudad asediada por los muros israelíes en los que resuena el eco de los más de 1.400 muertos que ha dejado la última ofensiva de un conflicto brutal, descarnado y sin una solución a la vista. Esa es la banda sonora de la Navidad en la que lloran los muertos de Cisjordania y el lamento se funde con el cántico alegre de un vendedor que pregona las pequeñas figuras de madera. Más allá, un murmullo de turistas entra con sus cámaras por la puerta de la Basílica de Belén, el edificio que construyó en el 323 Constantino -el primer emperador cristiano de Roma-, sobre la gruta en la que se dice que pudo nacer Jesús.

El artesano de la paz es árabe y cristiano al mismo tiempo y venderá menos este año. En el último decenio, ha descendido paulatinamente el número de viajeros a Belén. Ahora son 1.250.00 al año, (la mayoría en Navidad), pese a que los touroperadores -todos israelíes- organizan viajes relámpago y muchos se alojan en Jerusalén, a ocho kilómetros al norte del tenderete. La crisis no es nueva. El agotador negocio de tallar la paz a mano nunca ha sido una industria rentable, pero tampoco llega a quebrar definitivamente. A ese curioso fenómeno, los expertos le dicen 'esperanza'.