La fiesta del azar
Esto sucede cuando se cree más en la Lotería que en la Economía, más en la Bruja de Oro que en el Gobierno
Actualizado:La Lotería es una tómbola de sueños. Ésa es la partitura de los niños de San Ildefonso con su letanía de ilusiones en vísperas de Navidad. En cada billete, como en las cajas de bombones de Forrest Gump, no sabes qué te puede esperar. Un décimo quizá sea el cheque para deshipotecar tu vida, quizá el pasaporte para un paraíso remoto, quizá la hoja en blanco para escribir otra vez el futuro. Con cada décimo se compra esperanza. Eso es lo que convierte el azar en una pasión nacional. Hay otras sociedades con más afición por el juego, por las apuestas, por las formas ingeniosas de poner la suerte a prueba, pero en España no se trata de un juego sino verdadera fe en el azar. Está en el genoma del país. Los pueblos calvinistas militan en el pudor de los méritos y la disciplina moral del trabajo; aquí se confía más en la suerte para cambiar el destino. No se trata ya de buscar el éxito fácil, sin dar un palo al agua, sin más requisito que una carambola caprichosa de la Rueda de la Fortuna; también hay mucho del pesimismo español en creer que el azar es la opción más realista de vencer al destino aspirando a una vida mejor.
«Dios no juega a los dados», dijo Einstein, el pacifista que anticipó las bombas atómicas, negando el azar. La segunda de aquellas bombas, tras Hiroshima, debía caer en Kokura, una ciudad comercial, pero el B-29 se encontró allí con un manto persistente de nubes que finalmente les hizo cambiar de objetivo hacia Nagasaki, donde arrojaron a 'fat boy' mientras los habitantes de Kokura seguirían lamentándose de tener un mal día tan nublado. Aunque los científicos consideren que se le llama azar a aquello que ellos aún no saben cómo explicar, Dios a veces juega a los dados.
Y los dados de Dios, la fe en el azar, giran en la Lotería cada 22 de diciembre, con el ritual de la tradición. Cuando se cree más en la Lotería que en la Economía, más en la Bruja de Oro que en el Gobierno, más en la alternativa del Gato Negro que en la oposición, más en Doña Manolita que en la Bolsa, más en las liras y las tolvas que en el ipecé y el peibé, más en las corazonadas que en el íbex o el 'daullons', no hay modo de cambiar la religión de la Lotería, sobre todo en un país estremecido por la crisis y el miedo más que por la nieve y el frío polar. Esta vez la flor del 'az-zahr' fluyó por los caseríos del concejo de Corvera y la comarca del Bages, por el casticismo cosmopolita de Las Ramblas y el Madrid del viejo Tetuán entre la Glorieta de Quevedo y el Mercado de Maravillas, pero esto ya sólo es estadística después de la magia. Para los demás queda la esperanza de la esperanza y la convicción de que en la fiesta del azar, como en la vida y el amor según Quevedo, «vale más perder que no haber jugado».