'Pobre Obama, pobres todos nosotros'
El acuerdo de mínimos en la Cumbre de Copenhague ha dejado una decepción palpable. Pero la desilusión también es fruto de ideas erróneas sobre el poder del presidente de EE UU
Actualizado: GuardarTarde o temprano tenía que pasar. Cuando el 'Airforce One', el avión presidencial de Estados Unidos, despegó de Copenhague, se llevó algo más que un Barack Obama listo para sus vacaciones en Hawai. También portaba con él las ilusiones de todos aquellos que esperaban que el presidente norteamericano fuera capaz de obrar un milagro y solucionar el reto del calentamiento global. Enfrentado con una China recalcitrante y la resistencia de los congresistas en Washington, Obama decidió optar en la capital danesa por un acuerdo de mínimos; y la decepción ha sido palpable. Pero esa desilusión también es el resultado de unas ideas erróneas sobre el poder del presidente de EE UU en general, y de la presidencia de Obama en particular.
La famosa pregunta que se atribuye a Henry Kissinger -«¿A quién llamo cuando quiero hablar con Europa?»- permite una doble lectura: primera, que la Unión Europea esta frecuentemente dividida (lo que es verdad); y, segundo, que el inquilino de la Casa Blanca es la voz única de Estados Unidos en el ámbito internacional sobre todos los temas y en cualquier momento (lo que es falso). En realidad, los poderes del Ejecutivo de EE UU son bastante limitados. Con frecuencia las decisiones del presidente dependen de la aprobación del Congreso; y la voluntad de los legisladores (o sus caprichos, según la opinión de no pocos presidentes) depende a su vez de muchos factores. Los tratados constituyen un caso elocuente: el presidente puede firmar lo que le dé la gana, pero que el Congreso lo ratifique es otra cosa. Y si el Congreso resuelve que no lo aprueba, la presidencia se debilita.
En Kioto, hace una década, se hicieron numerosas concesiones a Bill Clinton para que tuviera un documento que llevar al Congreso. Clinton se encontraba al final de su mandato: podía permitirse gastar su capital político en el intento, pero no consiguió que se ratificase y su sucesor, George W. Bush, protagonizó una actuación de otra índole. Una de las ironías de la Historia reciente es que Bush creyera con tanto fervor en la suposición de que Saddam Hussein contaba con armas de destrucción masiva, mientras negó durante años la evidencia de que la actividad humana tuviera algo que ver con el cambio climático.
En contraste, Barack Obama sí cree que el calentamiento global constituye una amenaza, y en concreto para los países más pobres. Sabe que la sequía en lugares como Kenia, donde viven parientes suyos, es un desafío para la estabilidad institucional y, como consecuencia, para la seguridad de EE UU. Ha nombrado al físico y premio nobel Stephen Chu como su secretario de Estado de energía, pero tiene las manos atadas por el Congreso. Porque puede que el presidente norteamericano sea el hombre más poderoso del mundo, pero no necesariamente en el Capitolio.
Para Obama, ésta resulta una verdad inconveniente que adquiere una relevancia especial en estos días. Aunque los demócratas disfrutan de mayoría en ambas cámaras, Obama no es su líder. Los demócratas conservadores del sur, conocidos como los 'perros azules', son muy independientes. Muchos se oponen al programa desplegado por Obama para rescatar la economía de la crisis. Y el debate para convencerlos de que apoyasen la reforma del sistema de sanidad dará material suficiente para un montón de tesis doctorales en el futuro. Esta reforma fue un elemento central de la campaña electoral de Obama, pero, como es sabido, se trata una medida muy controvertida (sus predecesores fracasaron en el intento) y su éxito no está garantizado. La polémica sobre el cambio sanitario y las condiciones económicas han ejercido un desgaste importante sobre la popularidad de Obama. De ahí que su equipo no esté demasiado predispuesto a abrir otro frente más.
Muchos congresistas tienen que presentarse en las elecciones para el Congreso en noviembre 2010; es decir, en menos de un año. Con la economía todavía débil y un nivel de paro elevado, esos congresistas no parecen tener muchas ganas de explicar a sus electores por qué van a apoyar medidas que van a añadir más gasto al país. Durante años, algunos líderes republicanos han repetido hasta la saciedad el discurso de que los controles medioambientales responden a 'un complot europeo para paralizar la competitividad de la industria estadounidense'. Y es un mensaje que ha hecho mella en el debate político. Según sondeos realizados en ambos continentes, tres veces más europeos que estadounidenses afirman que el calentamiento global es una prioridad internacional.
Así que a la luz de las resistencias del Gobierno chino durante las últimas dos semanas para aceptar objetivos concretos en la Cumbre del Clima, había pocas probabilidades de que Obama fuera a ser generoso. La última vez que estuvo en Copenhague fue para apoyar la candidatura de su ciudad, Chicago, para los Juegos Olímpicos de 2016; y fracasó. Humillado, tuvo que volver a Washington para enfrentarse con sus críticos. No iba dejar que la historia se repitiera y ver menoscabada de nuevo su autoridad. Pero Obama ha quedado atrapado entre un país cada vez más seguro de sí mismo, como es China, y los congresistas en el Capitolio; por eso su imagen en el extranjero ha perdido algo de brillo. Los políticos nunca son víctimas, y mucho menos el presidente de Estados Unidos. Aunque tomando prestada y adaptando la última frase de la película 'El Tercer Hombre': 'Pobre Obama. Si lo piensa uno bien, pobres todos nosotros'.