Casanova, el cómplice de las mujeres
Se publican por primera vez en español, en su versión íntegra, las memorias del gran seductor
Actualizado: GuardarEra alto, con unas facciones suaves y simétricas, bien dotado sexualmente. Su presencia imponía dentro y fuera de la cama, pero el esplendor de su figura no explica su éxito por completo. Según sus amantes, Giacomo Casanova sabía escuchar a las mujeres, y tenía que estar convencido de que, al menos en ese momento, amaba a su pareja y que su amor era correspondido. No obstante, el enamoramiento se le pasaba muy pronto, y desvanecidos sus efímeros efectos salía a cazar a la siguiente.
Leer sus memorias es una experiencia única, divertida, didáctica. Gracias a su lectura se conoce a un ser extraordinario, gran ejemplo del siglo XVIII, hijo de actriz, huérfano de padre a los nueve años, fundador de la lotería en Francia y adicto al juego, además de eclesiástico, músico, médico, economista y traductor de la 'Ilíada' al veneciano.
A pesar de la importancia de la 'Historia de mi vida', las ediciones en español habían sufrido la poda de la censura mojigata, y ni siquiera las más actuales, publicadas en los setenta y ochenta, habían restituido el texto completo. Ahora lo hace la editorial Atalanta con una impecable traducción de Mauro Armiño y una introducción de Félix de Azúa que en absoluto le va a zaga.
De Azúa llama la atención sobre el año en que Casanova interrumpe el relato de su vida, 1774, cuando estaba a punto de cumplir los cincuenta. Si hubiera seguido adelante, explica el prologuista, el célebre seductor tendría que haber cambiado radicalmente el tono de su narración, pues su vejez estuvo marcada por los achaques y las soledades, lo contrario de la vida alegre de su juventud y madurez, y era esa alegría llena de aventuras y conquistas la que él quería transmitir al lector.
El contrario a don Juan
Casanova tenía su propia ética de la seducción. Prefería que le sedujeran y aceptaba de buen grado las ocasiones que se le presentaban. Nunca se aprovechó de una mujer ebria y con frecuencia se convirtió en amigo y protector de sus antiguas amantes. «Muchos casanovistas lo han subrayado: el veneciano es el anti-Don Juan, su contrario y enemigo. Allí donde el aristócrata sevillano, infectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, misógino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una ocasión», escribe De Azúa.
Que nadie espere en la 'Historia de mi vida' escenas muy subidas de tono. A Casanova le interesa más la coquetería que la pornografía. No es el marqués de Sade, otro imprescindible del siglo XVIII, y ni siquiera llega a la maldad de Chordelos de Laclos en 'Las amistades peligrosas'. Pero tampoco era un santo. El gran seductor aprovechaba las ausencias de padres, maridos y tíos para acostarse con hijas, esposas y sobrinas, a la que prometía amor eterno, aunque tuvo la suficiente inteligencia como para darse cuenta de que no siempre le creían y que ellas también le utilizaban para su placer. Esta abundante actividad sexual, y la escasez de condiciones sanitarias de la época, explican que entre los 17 y los 41 años el veneciano cogiera cuatro blenorragias, cinco chancros blandos, una sífilis y un herpes prepucial.
Los tiempos le complicaron la salud y le facilitaron sus conquistas. La sociedad ilustrada del XVIII perdonaba con facilidad las relaciones fuera del matrimonio. Tener una amante era para los aristócratas un signo de distinción, y para sus mujeres, una prueba de que ellas no se iban a quedar mirando. Casanova fue democrático y buscó el elemento femenino en toda la escala social, desde las prostitutas a las marquesas. Los embarazos suponían una lacra dentro de ese desmadre, pero el gran seductor también fue aquí un caballero, un hombre cuidadoso que puso todos sus medios para que sus conquistas no pagaran las consecuencias.
El cazador terminó cazado. En una posada conoció a Henriette, una mujer francesa que viajaba vestida de hombre con un oficial húngaro, y que se dedicaba a jugar a las cartas y a desplumar a los ingenuos. Casanova se enamoró de ella. En sus memorias no aparecen sus juegos sexuales y sí largos elogios sobre las cualidades de esta mujer.
La relación duró cuatro meses. Cuando viejo y solo, en el castillo checo de Duchov, apuraba sus últimos días, aún se acordaba de ella. Según la leyenda, Casanova expiró musitando esta frase: «He vivido como un filósofo, pero muero como un cristiano».