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Sociedad

Cómo se llega a Munilla

El nombramiento de un obispo es un proceso complicado, sometido a múltiples intereses y presiones. Y, como demuestra el rechazo de los propios curas al prelado de Guipúzcoa, la satisfacción no está garantizada

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ
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Nadie piensa en cómo se elige un obispo hasta que ponen uno que a alguien no le gusta y se da cuenta de que no le han preguntado. Es lo que pasa en Guipúzcoa, donde un 80% del clero se ha opuesto a la llegada del nuevo titular, José Ignacio Munilla. La opinión de la base y la comunidad prácticamente no interesa, aunque eso no es una sorpresa en la Iglesia católica, sino una seña de identidad. No obstante, las decisiones eclesiásticas las guía, en teoría, el Espíritu Santo, desde la elección del Papa para abajo, y entre hombres de fe no debería ser un problema. Sin embargo, a veces lo es, aunque sea un ejemplo poco edificante.

Debe de ser porque, si se conoce cómo se designa un obispo, pueden entrar dudas sobre el margen de maniobra del Espíritu Santo. La Iglesia es humana, pero se mueve con la esperanza de que la providencia sepa en el fondo lo que hace. En el caso de Guipúzcoa parece que, antes que la diferencia ideológica entre un clero históricamente nacionalista y un obispo que no lo es, surge una divergencia en el modo de ver la fe, entre progresistas y conservadores. Oficialmente son bandos que según la Iglesia no existen, pero históricamente son las fuerzas que la mueven, entre la adaptación a los tiempos y la tradición. El punto de inflexión sigue siendo el Concilio Vaticano II, concluido en 1965, que introdujo aires innovadores. La ventana quedó medio abierta. Desde entonces el clero anda intentando abrirla un poco más o cerrarla casi del todo. Benedicto XVI está por entornarla, igual que el hombre más poderoso de la Iglesia española, el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio Rouco Varela.

Por todo ello estas polémicas son tan incómodas para la Iglesia, porque la hacen ver permeable a los humores humanos. Pero también por todo ello es necesaria una autoridad que tome decisiones, pues la Iglesia no es una democracia. ¿Cómo se hace? Los obispos los nombra el Papa y el proceso lo inicia su mano en cada país, el nuncio. En este momento en España se llama Renzo Fratini, italiano, aunque ha llegado en julio. El expediente de San Sebastián fue una de las últimas gestiones de su predecesor, Manuel Monteiro de Castro, portugués, cuatro días antes de irse, según la revista católica 'Vida Nueva'.

El nuncio propone tres candidatos para el puesto, la famosa terna, tras un largo trabajo de consultas. Por ejemplo, en Roma se habla de Munilla desde primavera. Hay dos modalidades de selección: si es alguien a quien por primera vez se nombra obispo, en una diócesis menor, o si se trata de cubrir una vacante con alguien que ya lo es. En el primer caso se debe determinar si la persona es apta para ser obispo; en el segundo, se evalúa su perfil doctrinal y la idoneidad para la plaza. En el primer caso se entrevista de forma confidencial y minuciosa a 20 ó 30 personas que conocen bien a los candidatos sobre todo tipo de temas, del cáracter a la vida privada o su formación. Para el segundo caso se hacen otro tipo de consultas y el nuncio sondea a personalidades relevantes de la diócesis, de curas y teólogos a profesores y rectores de seminarios.

Rouco manda

Pero, obviamente, tanto si es un nuevo obispo como un ascenso, meten mano las autoridades eclesiásticas, como en una partida de ajedrez, para tener sus piezas por en el tablero. Su éxito depende de su influencia. En España, desde hace tiempo, el que más manda es Rouco Varela. Por ejemplo, a Munilla lo colocó primero en Palencia en 2006, como trampolín. Ahora lo ha movido a San Sebastián. También ha situado a Mario Iceta, del mismo perfil, como auxiliar de Bilbao.

Rouco, en estos casos, no tiene la jugada asegurada, claro. Lo que hace en esta primera fase es colar a su candidato. Hay dos más, con los que el nuncio introduce a personas con otras características. Es aquí donde otras sensibilidades tienen opción de jugar sus cartas. No es raro que vayan curas a la nunciatura a hacer sus propuestas. Es decir, cada uno ejerce las presiones que puede o tiene. Por ejemplo, hubo una movilización de este tipo del clero vasco para evitar a Ricardo Blázquez como obispo de Bilbao en 1995, también llegado de Palencia para sustituir a Luis María de Larrea. Luego, con el tiempo, ha sido aceptado. Debe de ser la providencia.

La terna de aspirantes es muy secreta, pero en el expediente de Guipúzcoa se habría barajado el nombre de Miguel Asurmendi, el actual obispo de Vitoria, como vía intermedia, o incluso un candidato similar al que fue en su día Blázquez, alguien de fuera, pero de carácter poco estridente. Al final el nuncio envía la terna a Roma y el baile de presiones se traslada a los palacios apostólicos. Recibe el expediente la Congregación de los Obispos, uno de los 'ministerios' del Vaticano y de los más importantes, pues configura la jerarquía en el mundo católico. Está formada ahora por 27 cardenales y siete monseñores y se reúne una o dos veces al mes. Los países de mayor peso católico suelen tener representantes, que pueden influir en las elecciones de su país, y de hecho a uno de ellos se le suele encargar la ponencia. España tiene en este momento cuatro miembros: el propio Rouco Varela, Antonio Cañizares, Julián Herranz, del Opus Dei, y el jesuita Luis Ladaria. Pero hay un quinto nombre que puede opinar de cuestiones españolas, tras nueve años en España: el ex-nuncio Antonio Monteiro de Castro, que además es el secretario de la congregación.

Como fácilmente se percibe, Rouco está también ahí, y desde hace años, y eso le permite seguir jugando sus bazas en Roma. No obstante, la reciente entrada de Cañizares y Ladaria se ha interepretado como un contrapeso y ha dado la impresión de que su influencia podría reducirse. La elección de Munilla prueba que no es así, aunque habrá que ver a largo plazo. Cañizares es tan conservador como el arzobispo de Madrid, pero en los últimos tiempos tuvieron roces. El más significativo fue en torno a la cadena Cope, cuyo rumbo el primero criticó sin rodeos. No obstante, en la visión de la Iglesia vasca sintonizan perfectamente.

El español con cargo más alto

El mallorquín Ladaria, prestigioso teólogo de línea ortodoxa, es muy apreciado por Ratzinger, que le nombró el año pasado 'número dos' de la Congregación de Doctrina de la Fe. En resumen, es el español con el cargo más alto en la Santa Sede. En ese sentido es más independiente y no tiene por qué coincidir con Rouco. Al contrario que Herranz, rigurosamente conservador. En cuanto a Monteiro de Castro, de talante más moderado, tampoco tenía el mejor entendimiento con el jefe de los obispos españoles. Es más, cabe suponer que se sentía puenteado cuando enviaba las ternas de obispos sabiendo que en Roma caían en manos del cardenal gallego. Con todo, también pueden hacer presión cardenales influyentes ajenos a la congregación. Por ejemplo, Juan María Uriarte, el obispo saliente, ha intentado mover sus hilos para evitar la llegada de Munilla y ha viajado a menudo a Roma, donde se le tiene en bastante consideración. «Cuando viene se le recibe en la secretaría de Estado y está su buena media hora o una hora», explican fuentes eclesiásticas de Roma. Es sabida su gran relación con el cardenal Etchegaray, pero el peso de éste no es el que era. Uriarte ha peleado, pero le han ganado.

Consumado el pasteleo terrenal y los análisis serios, se elige finalmente un candidato y se presenta al Papa, que se fía de sus colaboradores, que para eso están y los nombra él. Suele firmar sin más. Después, un detalle: el interesado debe aceptar. Volviendo al caso de Bilbao, dos candidatos no lo hicieron hasta que le tocó a Blázquez. No sólo es que en el País Vasco a veces no quieran a alguien, es que los demás en ocasiones tampoco quieren ir. Y todo esto entre hermanos.

En Bilbao y Vitoria ya se rompió el tabú de un obispo de fuera. San Sebastián es una diócesis compleja. Se creó en 1950 con un catalán, Jaime Font, que permaneció trece años. Antes recibió una carta de un centenar de sacerdotes guipuzcoanos que le aconsejaban renunciar. El cardenal Tarancón recordaba que pasó «un calvario». Luego, sólo vascos o similares: Lorenzo Bereciartúa (1963-68), guipuzcoano; Jacinto Argaya (1968-79), de Vera de Bidasoa; José María Setién (1979-2000), guipuzcoano; y Juan María Uriarte, vizcaíno. Rouco ahora ha logrado un cambio radical, bendecido por la Santa Sede, y tanto a los fieles como a los políticos, como al propio Munilla -a él quizá un poco más-, sólo les queda abandonarse a los designios del Espíritu Santo. Se supone que todo está hecho con la mejor intención y, quién sabe, al final a lo mejor se gustan.