Obama y Sarkozy escuchan la opinión de Merkel mientras Brown realiza unas anotaciones en una de las intensas citas que se sucedieron al final de la cumbre. :: REUTERS
MUNDO

Las potencias imponen el fiasco

Los más poderosos decepcionan al apoyar un acuerdo vacío sin recortes de emisionesEl veto de los países bolivarianos rebaja el pacto de mínimos a un mero «catálogo de intenciones» con sabor a gran fracaso

COPENHAGUE. Actualizado: Guardar
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La conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático no acabó mal ayer, acabó peor. Con un 'Acuerdo de Copenhague' que no es tal, sino una mera declaración de intenciones no vinculante, cocinada a su medida por Estados Unidos, China, India, Brasil y Sudáfrica, y que pospone 'sine die' la firma un tratado obligatorio de reducción de emisiones de CO2 heredero del Protocolo de Kioto, en vigor hasta 2012. Los países industrializados siguen obligados a rebajar los vertidos de efecto invernadero hasta 2020, pero la magnitud del esfuerzo será voluntario, y lo mismo ocurre con las potencias emergentes; China, India y demás deberán crecer de forma más sostenible, aunque ellas mismas fijarán los límites de sus emisiones en enero próximo. Los objetivos a largo plazo (2050) ni siquiera se mencionan. Y Pekín logró una supervisión internacional floja de su ritmo de emisiones, no invasiva de su soberanía, como pretendía.

En teoría, los 119 jefes de Estado y de Gobierno aceptaron limitar a dos grados el aumento máximo de la temperatura planetaria en las próximas décadas. La realidad es que, con las reducciones ofrecidas hasta ahora por unos y otros, la temperatura del planeta aumentará tres grados, uno más del límite de seguridad marcado por los científicos y la ONU, a partir del cual las consecuencias serán catastróficas en vastas regiones del planeta.

El compromiso no vinculante fue aceptado a regañadientes por la UE, Japón y los otros dos grandes emisores, Canadá y Australia, marginados del núcleo duro negociador -«no oculto mi decepción», admitió el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso-, pero ni siquiera fue aprobado luego por el plenario de la cumbre. La oposición de los países del 'eje bolivariano' -Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba- y otros quebró la unanimidad exigida por el sistema de Naciones Unidas. Visto el panorama, la presidencia de la Conferencia de las Partes de la Convención de Cambio Climático (COP) -nombre técnico de la cumbre- optó, fuera ya del horario oficial, por la fórmula más descafeinada posible. Asumió el pomposamente bautizado por Obama 'Acuerdo de Copenhague' como un simple comunicación informativa de la que «toma nota». Ni acuerdo vinculante, ni decisión formal de Naciones Unidas. Lo dijo al final Yvo de Boer, secretario ejecutivo de la convención, «una carta de intenciones». Para Greenpeace, «tiene unos agujeros tan grandes que cabría por ellos el Air Force One de Obama», ironizó Kumi Naidoo, director internacional.

Fue el broche triste de unas últimas horas surrealistas en el Bella Center, sede del cónclave. De madrugada el plenario fue escenario de las protestas de algunas delegaciones por el raquitismo del pseudoacuerdo y el método negociador. El portavoz de Tuvalu, un pequeño atolón del Pacífico ahogado por la subida del nivel del mar y que reclama un límite de 1,5 grados al incremento global de las temperaturas, fue crudo.

«Nos han ofrecido 30 denarios de plata para traicionar a nuestra gente y nuestro futuro», afirmó. Aludía así al único punto positivo para la mayoría. La ayuda inmediata comprometida por los países industrializados para que las naciones más pobres y más vulnerables puedan adaptarse al cambio climático y paliar sus efectos es de 16.000 millones de euros -el objetivo son 21.000- entre 2010 y 2012. Y se aceptó la cifra de 70.000 millones de euros anuales de fondos públicos y privados que Naciones Unidas exige movilizar para 2020 y en adelante. A ese monto se llegaría de forma progresiva en la próxima década, aunque aún hará falta mucha ingeniería financiera aún sin definir.

Pero no fue la intervención de Tuvalu la que caldeó los ánimos de unos delegados agotados y tristes. La representante de Venezuela cargó contra los métodos imperiales de Estados Unidos. El texto pactado por unos pocos supone -dijo- «un golpe de estado a la Carta de las Naciones Unidas».

Comparación delirante

El premio al delirio se lo llevó el portavoz de Sudán, uno de los líderes del G-77 que agrupa a países en desarrollo. Lumumba Stanislaus Dia-ping comparó el acuerdo con el holocausto judío. «Es una solución basada en los mismos valores que metieron a seis millones de personas en hornos crematorios en Europa», soltó. El exabrupto provocó la protesta de la ministra española de Medio Ambiente, Elena Espinosa, y otros homólogos europeos. «Ni siquiera en nombre de la libertad de expresión se pueden decir esas cosas», comentó después un negociador de la UE.

En este ambiente enrarecido se cerró la cumbre del clima con más expectativas de la historia. Por supuesto, sin foto de familia de los grandes líderes. «No sé si volverá a haber otra vez 120 jefes de estado en una cita de éstas», apostilló irónico De Boer.