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El cambio climático ya se nota en Cádiz

DANIEL PÉREZ | dperez@lavozdigital.es
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El cambio climático no es ninguna hipótesis, sino una peligrosa realidad. Lo dice, por ejemplo, Felipe Oliveros, jefe de Gestión del Medio Natural de la Delegación de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía en Cádiz. Independientemente de lo que opinen partidarios y detractores del último gran miedo universal, hay un hecho incuestionable, aceptado hasta por el observador más escéptico: las cigüeñas que antes huían en busca de un tiempo más propicio con la llegada de los primeros fríos invernales, ahora anidan en las torres de las iglesias gaditanas de enero a enero, sin tregua ni excepción. Otra cosa es el pantanoso terreno de los porqués: Porque el hombre contamina con su actividad industrial devastadora, porque la Tierra también tiene sus ciclos, porque es normal y aceptable que la lluvia se rija por sus propios periodos, o porque las fábricas, los coches y los desodorantes han acabado por destrozar el termostato del planeta.

Los científicos está tan seguros de su afirmación gracias a datos inapelables como los que recoge un estudio de la UCA, realizado en colaboración con la Pablo de Olavide y con la Complutense, que afirma que en los últimos 150 años la temperatura media del invierno en Cádiz ha subido 2,5 grados. O un completo informe de Greenpeace que sitúa en 1,91 el incremento de la temperatura en la provincia desde 1971, partiendo de las mediciones del Observatorio Meteorológico de Sevilla (1,95), Granada (1,53) y Málaga (1,34).

Según este reciente análisis, que utiliza las mediciones de la Agencia Española de Meteorología, la temperatura media anual en la provincia está ahora en los 19,1 grados, cuando en 1971 era de 17,2. El espectro varía de entre 14 y 16 (Sierra alta), 16-18 (Sierra baja, Janda interior), 18-20 (campiña y costa). A finales de los 60, la media caía del lado de la Janda interior. Hoy, la media global de todo el territorio apunta a la zona más caliente.

Menos pesca

Estos dos grados pueden parecer una nadería para todo el que no conozca el delicado equilibrio sobre el que se sustenta cualquier ecosistema, pero los biólogos alertan de que son sólo la primera señal de alarma, el primer aviso. Y ya tienen sus consecuencias. Cuando hablamos de cambio climático, no hablamos necesariamente de mañana. También, en materia medioambiental, el futuro empieza hoy.

Los síntomas, por ahora, son leves, pero indiscutibles.

Por ejemplo, en Doñana. Tanto en el informe ‘Evidencias del cambio climático’ de Greenpeace como en el estudio de prevención que recoge la última comunicación técnica del Congreso Nacional del Desarrollo Sostenible, se coincide en señalar que la paulatina y documentada subida del nivel del mar que hoy por hoy está sufriendo el estuario lo convierten en un paradigma de lo que podría ocurrir en los próximos años en otros grandes humedales de Europa. Felipe Oliveros explica la situación de una forma muy gráfica: «Llueve menos, hace más calor, el aporte de agua dulce es menor, así que el mar penetra más adentro. Eso afecta al nivel de salinización y, por lo tanto, al ciclo de vida y de los peces». Los investigadores de la Estación Biológica han constatado el aumento de la salinidad del río, y su director, Fernando Hidalgo, ya ha señalado que, a este paso, las marismas pueden dejar de ser dulces.

Los efectos de esos dos simples grados, no son sólo puramente ecológicos, sino que guardan claras implicaciones económicas y sociales. Sin salirnos de Sanlúcar y su costa, alteran los hábitos de especies tan habituales en cualquier mesa como sardinas o boquerones, mariscos y crustáceos. A los pescadores del Bajo Guadalquivir no les sorprenderá el dato, ya que el alarmante descenso de las capturas es un hecho denunciado, al menos, desde finales de los 80. Una vez más, el desastre no tiene un único responsable: la sobreexplotación de esa zona del litoral y el hecho de que la desembocadura padezca los desmanes que se cometen a lo largo de todo el recorrido fluvial también tienen su parte de culpa, que no es poca.

Merma agrícola

Cádiz es la única provincia andaluza que, según el documento ‘Programa de Adaptación del Cambio Climático’ de la Junta, tiene la mayor parte de su terreno cultivable marcado con una clasificación de riesgo Muy Alto o Alto. El informe llama la atención sobre la pérdida de productividad de los secanos y pastos, sometidos a un alto grado de estrés hídrico y rachas de sequía. Ángel Ruano, de COAG, no necesita que ningún gráfico le confirme lo que él ya sabe: «Cualquiera que tenga un mínimo contacto con la agricultura en la provincia se ha dado cuenta de que el ciclo de precipitaciones está alterado», recalca. Y ese desbarajuste, a él, como a otros tantos agricultores gaditanos, le está costando (ahora) el dinero: «Los cereales, las habas, los guisantes, no están rindiendo como debieran. El grano no se desarrolla correctamente, así que hay que buscar fórmulas artificiales e invertir más».

La papeleta la sufren, también, los ganaderos. Ruano explica que hace ya años que no se ve hierba suficiente en el campo. Hay que alimentar a los animales con pienso y forraje. O sea, que el gasto se duplica y la rentabilidad cae.

Esos dos grados del principio a Ángel Ruano le están pesando en el bolsillo. Como a todos los productores de regadío con los que trata José Luis Ibáñez, técnico de COAG. «Ahora la lluvia se concentra en periodos muy concretos, y además lo hace de forma más intensa. Luego, las temporadas de calor son más largas. El fenómeno está afectando a todo el territorio de la provincia: toca el algodón, la remolacha, la producción hortícola de la Costa Noreste. Hay que estar constantemente improvisando», explica. Y tampoco se puede abusar demasiado de los embalses repartidos por la provincia, como bien saben en la Comunidad de Regantes. En 1989, estaban al 48.47 de su capacidad. Hoy, al 38.62. Once puntos por debajo en términos absolutos, y cinco si se estima la media contabilizada en los últimos cinco años.

Erosión en la costa

Es una de las secuelas más drásticas de la crisis del clima. La variación del nivel del mar en la costa gaditana en el periodo de 1970 a 2005 evidencia un promedio de 2.3 milímetros al año, según el informe del Grupo de Trabajo Sobre Impactos y Adaptación al Cambio Climático, elaborado por el Gobierno en 2007. Emilio Rendil, de Greenpeace, apunta que «todas las playas y zonas costeras van a verse afectadas por el fenómeno, porque el retroceso costero estipulado, a causa de la erosión, es de un metro por cada centímetro de aumento del nivel del mar». Y advierte: «Unas zonas son más vulnerables que otras, pero el Golfo de Cádiz se está viendo especialmente dañado. Creemos que el retroceso de las playas en el litoral gaditano, para 2050, será de hasta 15 metros».

Actualmente, la Delegación de Costas de la Junta de Andalucía en Cádiz invierte al año 19 millones de euros en regenerar y acondicionar la arena de las playas mediante trasvases. Es cierto que la subida del nivel del mar no es, al igual que en el caso del estuario de Doñana, el único factor a considerar en este proceso de degeneración, pero sí resulta determinante.

«No sólo a los pescadores y a los agricultores les está costando el dinero el cambio climático. Lo que Costas invierte en las playas de Cádiz son nuestros impuestos», dice Eugenio Montero, de Greenpeace.

Bosques y las lagunas

«El Parque de los Alcornocales es el mayor y mejor conservado de todo el mundo», explica Felipe Oliveros, de la delegación de Medio Ambiente de la Junta en Cádiz. «El promedio de pluviosidad es menor que hace décadas, y las temporadas de sequía son más constantes y duraderas». Eso, sumado a otros factores como el propio y natural envejecimiento de los alcornoques, o la sucesión de plagas, ha hecho que otra de las grandes referencias de la biosfera en Cádiz esté reduciendo su masa forestal a un ritmo imparable. «Es la famosa seca, que tanto preocupa a los que viven del sector del corcho o, simplemente, aman la naturaleza». Aunque no hay un registro reciente y fiable de los árboles afectados, basta con una inspección superficial para apreciar que son miles.

«Perder Los Alcornocales sería una tragedia ecológica, pero también económica», recuerda Oliveros, que recomienda siempre «no dramatizar, pero tampoco trivializar» con temas relativos al cambio climático. «Mucha gente come de ahí». Por eso la Junta invierte cada temporada millones de euros «en la protección de la masa forestal, la población y la protección del suelo».

Ecologistas en Acción marca en el mapa otras tantas heridas visibles del calentamiento global en la provincia: las lagunas. La de El Lucio (Doñana), la Laguna Salada, la de Medina, Chiclana, Espera o las de El Taraje o San Antonio, en Puerto Real, están bajando prodigiosamente de nivel. «Si vamos en invierno, la imagen engaña, porque cualquier precipitación reciente les afecta. El cambio lo vemos año a año», argumenta Juanjo Rubal, activista del grupo. Felipe Oliveros lo confirma: «El problema no es sólo lo llenas o vacías que estén, sino cuánto tiempo. Si antes tenían bastante agua 8 ó 9 meses, eso permitía a las aves, por ejemplo, desarrollar su ciclo reproductivo».

Para que los ciudadanos de a pie no pequen de tremendistas, pero tampoco de inconscientes ni de inoperantes, la Comunicación Técnica del Congreso Nacional de Desarrollo Sostenible, apunta: «La estrategia se basa en anticipar los cambios que aún están por venir. Aun asumiendo que estos cambios están sujetos a un elevado grado de incertidumbre, por la velocidad a que acontecen, reducen enormemente nuestra capacidad de reacción ante ellos». Esos cambios, visto lo visto, ya están aquí.