Insostenible
Actualizado: GuardarUn catedrático pata negra. Eso es lo que era Francisco Escribano, mi profesor de Derecho Financiero en la Facultad. Sevillano, cumplía los requisitos obligatorios para ser un docente de prestigio según el libro blanco no escrito de la Universidad: era brillante en la exposición y durísimo en la corrección. De él recuerdo dos cosas. La primera, cuando dejó al auditorio estudiantil boquiabierto al decir que ojalá tuviera que pagar mucho dinero en impuestos cada año porque, en virtud del principio de progresividad fiscal, ello implicaría que habría ganado, previamente, mucho más aún. También recuerdo el miedo que, decía, le daban los Presupuestos Generales del Estado. En ellos, en el último trimestre del ejercicio, los Gobiernos introducían como cajón 'desastre' diversas modificaciones de todo tipo que afectaban a materias que nada tenían que ver con lo contable o lo fiscal. Vamos, que lo mismo se cambiaba un artículo de la Ley de Arrendamientos Urbanos como se derogaba el sufragio femenino. Esta técnica de legislar a finales de año ha sido utilizada desde siempre y el último ejemplo de la misma ha sido el Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible que tanta polémica ha creado en este diciembre gélido que esperaba escondido tras los extraños calores de los tardíos Tosantos. De entre las muchas modificaciones que esconde el texto legal en cuestión una ha alarmado gravemente al pópulo: el cierre de páginas webs y blogs sin pasar por casilla de salida, es decir, ninguneando al poder judicial. El tema ha dado en poco tiempo para mucho debate y algo de guasa. González Sinde está a pique de un repique, rezando laicamente a que Bibiana Aído, que para eso está, saque un miembrazo de los suyos y dejen de apuntarle los focos del cese-dimisión. Mariano Rajoy ha sacado a pasear su faceta oculta de cachondo de tasca y le ha aconsejado a Rodríguez Zapatero que se cree un blog. Además, las organizaciones Pro-Derechos de los Internautas han puesto el grito en ciberespacio. En mayúsculas, claro está, que implica chillido.
El debate se centra en un quién la tiene más grande, los derechos de autor o la libertad de expresión. La cuestión es intrincada pero desde que la esclavitud era asumida por el Derecho la cosa ha cambiado un poco pero no mucho. La ley ha de adaptarse a la realidad social, traducida en un lo que diga mi mujer o quieran los votantes, así que poco éxito auguro a este Anteproyecto insostenible que se ha sacado la Ministra intentando justificar sus méritos para llevar cartera y dejar las películas de la posguerra. Finalmente, tras este inoportuno ejercicio de libertad, he de despedirme rápido. Sospecho que este artículo será censurado y eliminado ante su propia vista en diez segundos, nueve, ocho, siete.