El Genocidio del Tótem
Actualizado:Acierta edad uno se convierte en extranjero no sólo de su patria, sino del mundo. Llega el momento, tan temido como esperado, en el que es muy difícil adecuarse con los contemporáneos: han variado de costumbres, de hábitos y, lo que quizá importa menos, de moral. ¿Quién habla de moral? Quizá sólo los moralistas. Es una ciencia que depende de la meteorología. Lo que estaba bien visto en determinadas épocas, pasados algunos años, no se puede ver. Quizá por eso, el cristianismo sea la más vigente de todas las conductas recomendadas. Me refiero a la doctrina que predicó Jesús de Nazaret, que difiere algo de la que proponen sus recamados continuadores. En determinados momentos históricos, la Iglesia quiso prohibir los toros (Léase el Cossio para constatar tanto su fracaso como su rectificación). Pues bien, lo que no consiguieron aquellos señores, que por cierto vestían todos como matadores -los banderilleros van de plata- lo está logrando ahora el Parlamento catalán, que ha votado en secreto el fin del toreo en esa región española. Malcasada con España, pero irremediablemente española. Queridísima por muchos, pero reprobada por algunos. ¡Qué difícil resulta pertenecer a este país nuestro y proclamar eso de «contigo y con tu castigo»!
Nunca habrá un genocidio a escala zoológica comparable al que pueda darse si se prohíben las corridas de toros. Ni el legendario Pedro Romero, del que se dice que mató mil toros sin que ninguno le levantara los pies del suelo, acabó tantos toros como si se les prohíbe que corneen los trebolares tiernos en la dehesa. Mientras se siga llamando fiesta nacional, tendrá furibundos enemigos en Cataluña. No por lo que tiene de festejo, sino por lo que tiene de nacional. La condena del tótem ibérico ha empezado ¡Que Dios reparta la suerte!