Opinion

Fumar sin público

Los fumadores estamos dispuestos a ser considerados apestosos, pero no apestados

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Fumar es una estupidez. Lo sé de buena tinta porque fumo desde los 12 años. Un veterano del humo, como quien dice, con muchas medallas de nicotina y de alquitrán -y quién sabe de qué otros miles de sustancias- en el pecho. No conozco a ningún fumador que se muestre orgulloso de su adicción al tabaco, ni siquiera que esté a favor del tabaco, y por eso me resulta inconsecuente que existan no fumadores que, aunque no les echemos el humo a la cara, estén en contra del consumo de tabaco, cuando los únicos que tendríamos derecho a ser enemigos a muerte del tabaco somos precisamente los fumadores.

Por una cuestión de dignidad corporativa, los fumadores estamos dispuestos a ser considerados apestosos, pero no apestados. Suicidas pero no asesinos. Llegado el momento, comprendimos que era una salvajada fumar en los hospitales, en los centros de enseñanza, en las oficinas, en los transportes públicos. Y creo que la mayoría lo comprendimos no por la fuerza de una ley, sino por la fuerza del sentido común: ni siquiera a los fumadores nos entusiasma fumar, de igual modo que al ludópata no le entusiasma jugarse el sueldo en dos horas. La sociedad tiene capacidad espontánea para crear sus normas de convivencia dentro de unos parámetros de sensatez y de respeto, lo que no quita que los gobernantes caigan en la tentación de la rigidez legislativa para prevenir desmanes que no tienen por qué producirse.

A partir del año próximo, según parece, ya no podremos fumar en lugares públicos, y eso resulta un poco más difícil de comprender, porque se da el caso de que muchos lugares públicos son privados. 'Ya que no somos capaces de mantener limpio el planeta, al menos mantengamos limpios de humo los bares', parecen razonar los políticos. De modo que podremos entrar o no en un bar de alterne, a nuestro libre albedrío. Podremos entrar o no -a nuestro criterio- en un bar gay o en una taberna de hinchas futbolísticos. Podremos entrar o no -a nuestro arbitrio- en un bar cofradero o 'grunge'. Podremos entrar o no -a nuestro gusto- en una sala de 'streaptease' o en un bingo benéfico. Pero no podremos elegir entrar en un bar de fumadores. Y es una lástima, porque si la ley permitiese la existencia de bares en exclusividad para fumadores no sólo seríamos fumadores activos, sino también pasivos, con lo cual nos envenenaríamos el doble en la mitad de tiempo, nos moriríamos mucho antes y le evitaríamos un problema a nuestra celosa administración, veladora de nuestra salud por la vía de la paradoja: legalizar la fabricación del veneno y anatemizar -e incluso penalizar- su consumo. Pues vale.